"¡Suspendidos, suspendidos, suspendidos! Miro a mi alrededor y por todas partes veo suspensos. Viejos moralistas, jóvenes lameculos, escritores sin éxito; viejas glorias, jóvenes promesas, negados absolutos; artistas suspendidos, editores suspendidos, académicos y críticos suspendidos; esposos, padres, amantes suspendidos; mentes suspendidas, cuerpos suspendidos, corazones y almas suspendidos. ¡Ninguno de nosotros ha aprobado, todos hemos suspendido!»
cabra
jueves, 16 de junio de 2016
miércoles, 15 de junio de 2016
Apuntes sobre el suicidio
En esta Feria madrileña recién terminada, se ha corroborado el buen
momento que atraviesa el ensayo, al menos en cuanto a trascendencia en
los medios, y en cuanto a cierto tipo de ensayo. Denominarlo “ensayo
divulgativo” parece una redundancia, pero lo cierto es que las
editoriales están llenando sus catálogos de títulos accesibles al gran
público tanto en contenido como en formato.
Una buena muestra del interés que se aspira a suscitar entre los lectores es este Apuntes sobre el suicidio. Muestra también del eclecticismo con el que Michel de Montaigne se guió en los comienzos del género, es su autor, el filósofo Simon Critchley.
El pensador y profesor inglés, radicado en Nueva York, está presente en
los escaparates con esta y con su última obra, dedicada a David Bowie.
Acostumbrados a desconfiar de los términos impactantes, ya sabemos
que no estamos ante un opúsculo a favor del acto suicida en general,
conducta punible aún en bastantes países. El título en inglés, Notes on Suicide,
nos remite directamente al capítulo más atrayente del texto, en el que
se describe la experiencia personal del autor cuando decide impartir un
taller literario sobre notas de suicidio. Un kamikaze en toda regla, y
un misil contra el fofo pseudopensamiento que nos invade en forma de
frases de superación en tazas de desayuno y en breviarios de escritores
brasileños. Al mismo tiempo, el comienzo del libro desmiente una de las
hipotéticas suposiciones provocadas por el título. “Esto no es mi propia
nota de suicidio”, afirma con sorna el autor. Sin embargo, el prisma
personal empapa todo el texto, desde los referentes históricos y
culturales elegidos hasta las menciones a encuentros, eventos y
entrevistas en las que ha coincidido con personas que han sopesado pasar
por ese trance. En este sentido, viene a nuestra memoria El demonio de
la depresión, monumental estudio sobre la enfermedad que Andrew Solomon publicó el año pasado.
La tesis del doctor Critchey es clara: el suicidio
debe ser considerado un acto libre en cuanto a voluntad y libre de
condena moral. Pero él no es el primero en decirlo, claro está. La miope
corrección moral que llegó a nuestras vidas antes de las tazas con
mensaje deberá cruzar varias puertas del tiempo. Desde Platón, y su idea de que filosofar no es más que aprender a morir, hasta el escocés David Hume,
cuyo Tratado sobre el suicidio no pudo ser publicado en Inglaterra
hasta después de su muerte, por causas naturales, e incluido en el texto
a modo de epílogo homenaje. Siguiendo los parámetros clásicos de la
argumentación retórica, se rodea de nombres ilustres y heterogéneos (Cioran, Camus, Nietzsche, San Agustín), que refuerzan sus postulados, bien por acción, bien por reacción.
La prohibición del suicidio, conviene recordar, no es patrimonio
universal de todas las culturas. Ni siquiera se menciona expresamente en
los albores del judeo-cristianismo. Es el catolicismo medieval el que
saca el tema. En este sentido, el libro procura al lector amigo de la
controversia un catálogo verdaderamente útil para desmontar cada uno de
los peros de índole religiosa, en el improbable caso de que surja el
tema en una comida familiar, o en una pausa en el trabajo.
En un texto como este, dirigido al gran público, no puede obviarse la
relación entre el arte, la literatura, y creadores varios que
decidieron en su tiempo cuándo poner el punto y final, pero el tono
sosegado y puntualmente humorístico de la escritura alejan estas
menciones del morbo y de la simple enumeración, y a diferencia de
recopilaciones específicas, interesantes en su ámbito de estudio.
Recordamos ahora, por ejemplo, la estupenda e inquietante Antología de poetas suicidas (2005) de José Luis Gallego.
No es ese el objetivo. Tampoco disuadir, por más que el autor insista
en ello. Pero no teman. La mejor solución a los males del alma nos la da
el mismo Critchley en las páginas finales, y no es
nada fuera de nuestro alcance. Lean estas páginas mirando al mar y
conjurarán la desazón que brota al leer más de tres veces la palabra
“suicidio”.
* SIMON CRITHCLEY: APUNTES SOBRE EL SUICIDIO. Ed. Alpha Decay (Colección héroes modernos) 2016. 112 páginas.
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