La
justicia poética es un concepto difuso que ha dado nombre a algún
ensayo y a alguna película. Implica un aparente triunfo del bien
sobre el mal que reconforta y renueva nuestra fe en el orden
cósmico. Pues bien, a mi juicio, el nuevo trabajo de Víctor García
León después de la excelente Vete de mí, es una a ratos
enloquecida oda a la justicia poética. Cuántas veces el pueblo
llano, extenuado ya de indignarse y de meter rodajas de chorizo en
los sobres electorales no ha deseado las desventuras del protagonista
para sus élites extractivas. Lo que ocurre es que el escarmiento y
el placer de la desubicación y el desconcierto del otro se limita al
principio de la peripecia. La capacidad de adaptación del ser humano
es infinita, de ahí su éxito. Los que viven en la cumbre de la
cadena trófica pueden sobrevivir en la base.
La
historia de un pijo de manual que se ve desahuciado literal y
socialmente de su área de seguridad debido al encarcelamiento de su
padre corrupto exige en su desarrollo altas expectativas. Uno de los
aciertos de la película es la importancia de la forma. El término
“mockumentary” de movedizas líneas entre realidad y ficción, se
coronó televisivamente con The
Office y Modern
Family, pero en en
España, definitivamente, con aquel Salvados
sobre el 23-F. Aquella
noche debe servir aún para el cuñadismo de las nochebuenas (yo no
me creí nada, desde el primer momento se veía el truco y tal). Las
cámaras de Selfie
no aparecen nunca pero son omnipresentes. A ratos complacientes, a
ratos molestas como paparazzi, se rebelan en el momento en el que
debieran haberse replegado. Ese punto de giro en el que Bosco, con
cara de circunstancias, mira al objetivo tras haber sido expulsado de
su máster, después de habernos regalado un tour por el lugar en el
que “ocurre la magia”. Una persona corriente habría necesitado
intimidad para digerir los golpes que se van sucediendo, pero el
contrato social de Bosco con sus seguidores (nosotros), impera. Y es
a partir de entonces cuando las ansias de justicia social no van
siendo recompensadas, porque Bosco es un superviviente, como
corresponde a los de su clase. En este ambiente de incómodo
voyeurismo, comprobamos también la derrota de la dialéctica. En una
sucesión de réplicas y contrarréplicas, (“reventar”, “qué
vais a reventar vosotros”, “no habéis reventado ni el
bipartidismo”) y en confesiones que de tan sinceras provocan la
carcajada estupefacta (“el machismo es lo peor de todo”, “debajo
solo está el abuso sexual”), (“Mi padre es feminista, aunque no
lo sabe”, “todos hemos ayudado a nuestra madre a vivir su vida”).
García León nos presenta a un ser tan repulsivo en su superioridad
que no desdeña ni un tic. Muy reveladores son los momentos
“pijolácteos”. Una combinación del extraterrestre Gurb en la
odisea del extrañamiento y del maniqueísmo que exhiben los
personajes de Patria.
Del
otro lado, el retrato sarcástico y dolido de una juventud tan
reivindicativa como ingenua. Esta misma temporada ha pasado fugaz por
la cartelera Ranas
(Igelak), de Patxo
Tellería, una comedia vasca de similar punto de partida y que
resulta fallida e intrascendente por su rumbo buenista. Un rumbo que
Selfie
va sorteando muy inteligentemente.
Santiago
Alverú borda al infortunado antihéroe y se beneficia de un reparto
de secundarios bien conocido en el mundo teatral, y del que sobresale
la activista encarnada por Macarena Díaz en un cóctel maestro de
tópicos, realidades y destellos de ese humor tan ofensivo solo en
las redes.
SELFIE
(2017)
PAÍS:
España
DIRECCIÓN
Y GUION: Víctor García León
FOTOGRAFÍA:
Eva Díaz
REPARTO:
Santiago Alverú, Macarena Díaz, Javier Caramiñana, Alicia Rubio,
Pepe Ocio.
DURACIÓN:
87 minutos.
GÉNERO:
Comedia, Falso documental
Premio
de la Crítica y Mención Especial del Jurado en el Festival de
Málaga 2017.
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