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domingo, 15 de julio de 2018

MUJERES OPRIMEN A MUJERES: EL CUENTO DE LA CRIADA


En este año con Juego de Tronos en barbecho, muchos han necesitado consuelo o figura de sustitución, tarea inútil excepto si se consideran por separado los distintos planos que conforman a grandes rasgos el universo GOT, esto es,  sangre, muerte y destrucción, intrigas palaciegas e ingente presupuesto. De esta manera, en la lista de herederas improbables destaca la segunda temporada de El cuento de la criada(2017).  En España, además, con la posibilidad de ver el desenlace de la segunda en las plataformas digitales a la par que el comienzo de la primera en abierto.
Ambas producciones comparten desde esta temporada un condicionante, una tendencia con futuro en el audiovisual y en la vida: la independencia. Así, igual que los señores Benioff y Weiss se remangaron ya hace un par de años y siguieron la historia por su cuenta, la distopía lúgubre de Margaret Atwood terminaba en papel con la secuencia final de la primera temporada. En los dos casos se ha insistido en la estrecha colaboración con los autores literarios, aunque esto parece más palpable con la escritora canadiense.  Las decisiones creativas para emancipar la historia parecen haberse encaminado a conservar el tono, fundamental, y añadirle cuarto y mitad de ciertos ingredientes que redundan en el dolor físico y existencial.  Cantidades algo excesivas a tenor del número de espectadores y espectadoras, y críticos y críticas como la titular de The Guardian, que afirman haberse dado de baja conforme los capítulos avanzaban. Particularmente a partir del séptimo. Podemos deducir que a los guionistas emancipados se les ha comido el entusiasmo, igual que a un veinteañero anglosajón o treinteañero mediterráneo cuando se va de casa, pero sabiendo, solo en este último supuesto, que en la trastienda de la independencia permanecen los tápers de su madre.
Demasiado horror, demasiada depravación, demasiadas mutilaciones para un futuro que ya pintaba desolador en las primeras diez entregas. ¿Era necesario?
No es lo mismo presenciar tomatinas imaginadas en un segmento temporal pasado mítico que en una proyección de futuro no muy lejano con inquietantes raíces en nuestro presente, como los medios y las redes han insistido en recordar.  Las peripecias, los infortunios y el (temporal) renacer de Offred la han emparentado peligrosamente con Samsa Stark, sufridora oficial de Westeros. Aunque de momento no comparte el porcentaje de odiadores, todo se andará.

La cuestión principal que las hermana, la cuestión principal de todo, es, de nuevo, si son merecedoras o no, del sello "serie feminista". Así clasificada y recibida con alborozo fue el pasado año. Y todo parecía en orden. No obstante, las cosas han cambiado en Gilead, y al igual que aquí ya hicimos notar ciertas reservas respecto de otorgar la denominación "feminista" a la pasada temporada de GOT. https://elninocabra.blogspot.com/2017/07/juego-de-tronos-y-el-no-feminismo.html, no es posible dejar de lado las aristas del debate en cuanto a la evolución y revolución de tramas y personajes del drama de las sirvientas. 
Llegados a este punto, debe cuestionarse seriamente la contribución de algunos personajes femeninos al padecimiento de otros personajes femeninos. Estando de acuerdo en que Gilead es una sociedad ultrapatriarcal, con todos sus tics bíblicos que ahora nos avergüenzan y nos hacen reflexionar, no es menos cierto y mucho más patente en esta temporada que las mujeres oprimen a las mujeres. Dos ejemplos, brillantemente construidos, de encargadas de perpetuar el orden impuesto por hombres en primera instancia. Tía Lydia y su rictus de gurú sectario, y sobre todo, Serena Joy. Dos complejas malvadas a las que la narrativa de la tercera ola librarían de toda responsabilidad por limitarse a reproducir los usos masculinos que han sido incrustados en su modo de ver la vida. Sin entrar en detalles deterministas, negar la autonomía de Serena Joy en cuanto a la construcción ideológica de su nación es no haber visto la serie. Es evidente, sobre todo, en los numerosos momentos de retrospección que esta temporada le dedica, necesarios también para justificar sus acciones posteriores y, por qué no, regalar al atribulado espectador alguna golosina de justicia poética. 
Todos los regímenes opresivos necesitan para sobrevivir el colaboracionismo de parte del oprimido para sobrevivir, se dice en estos casos. Y se repite que, en estos casos, la libertad de acción está coartada, bien por amenazas, bien por la propaganda que se enquista dentro.
La misma Margaret Atwood negó que su obra fuera exclusivamente feminista, tras el entusiasmo entronizador de las redes. No importa. De qué viviríamos los comentaristas de textos si no pudiéramos enmendar la plana a los autores. Más tarde, ella misma se puso en duda en un artículo llamado "¿Soy una mala feminista?, publicado en The Globe and Mail, el diario más leído de su tierra, a cuenta de un caso de acoso posteriormente sobreseído. 
El caso es que las mujeres son las principales perjudicadas en la paranoia de esa nación anacrónica llamada Gilead que lucha por su supervivencia literal con los medios más literales que tiene a su alcance. La encantadora quinceañera Eden ha representado esta temporada la eficacia de un buen y precoz lavado de cerebro.  Pero no son las únicas. En estos episodios conocemos la existencia de más castas apartadas, y no deja de sorprender que las niñas, como la bebé enferma de Janice y Hanna, la hija de June, sean tratadas con igual dedicación que los niños. Al menos, hasta el undécimo capítulo, que da un volantazo en cuanto a la resolución de conflictos y abre nuevas vetas en la interrelación de caracteres. 
La necesidad de satisfacer las expectativas y seguir marcando la pauta, se ha notado en la distribución de las tramas, de tal forma que esta segunda tanda puede esquematizarse en función de la aparición y tratamiento de variados temas de los de antaño denominados "de candente actualidad". Y sin venir muy a cuento en algunas ocasiones, como la experiencia de la gestación subrogada.
Por todo ello, se seguirá hablando mucho de esto, y muy poco de lo realmente destacado en esta segunda tanda: La inmensa trascendencia que tiene el leer y escribir para cualquier persona, con independencia de sexo y situación, y mucho más evidente en circunstancias tan adversas. Ese es el núcleo real de la historia desde el principio. La lectura y no digamos la escritura, representan la verdadera transgresión en este mundo asfixiante. El cuestionamiento de las normas que acarrea el conocimiento es el verdadero arma que debe conservar el oprimido, y erradicar el opresor a toda costa. En la primera temporada, cuando Fred podía llegar a caer bien, las escenas de conversación con June suponían el respiro. En esta ha brillado la complicidad interesada entre ella y Serena, al atribuirse imaginariamente los roles de secretarias del comandante convaleciente. En el giro abrupto que suponen los dos últimos capítulos, el peligro que supone el acto de leer provoca las primeras fisuras en el bando de los poderosos. 
La cantidad de nominaciones a los premios Emmy que se han recolectado hace unos días, animarán a seguir explorando esos paralelismos.