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lunes, 6 de julio de 2020

NI SIQUIERA LOS MUERTOS

Juan Gómez Bárcena, una de las voces más notables de la literatura contemporánea en español, pone a Juan, un antiguo soldado de los tercios de Cortés a seguir los pasos evanescentes de otro Juan, El Indio, al que el visorrey ha puesto precio por pasarse de listo. Serán solo quince días, le promete a su esposa al dejar la nada próspera taberna que regentan en medio de no se sabe dónde. Hasta aquí la acción. El resto es indefinición y nebulosa, un desafío para ese lector decimonónico del que se burlaba Cortázar. Esas líneas borrosas entre realidad y sueño que ya eran la marca de Kanada, su novela anterior. Un atravesar
espacios, tiempos e identidades permaneciendo la esencia intacta. 
Ha sido una temporada próspera para la temática postcolombina, no solo en la ficción. Oro, la hiperbólica visión de Agustín Díaz Yanes recientemente estrenada en la televisión pública, la muy estimable Hernán, de Amazon, el estreno de los Naufragios de Alvar Núñez de José Sanchís Sinisterra  en la apacible Vieja Normalidad teatral, la sorprendente Desierto Sonoro, de Valeria Luiselli. acompañan a las primeras secciones de la novela, y a las últimas páginas que recogen el antesdeayer y el hoy mexicanos tan inciertos. Menos recientes pero igual de desgraciadamente actuales, son referencias dispares como 2666, la serie The Bridge, la obra teatral Baños Roma.  Y siempre, siempre, Juan Rulfo, al que el título Ni siquiera los muertos parece homenajear. Sucesos incardinados en el alma del país que no parecen servir de reflexión y toma de decisiones. 
Todas estas propuestas artísticas basadas en hechos reales, más la estatuafobia que promete una Nueva Normalidad pródiga en emociones, desembocan en esta novela, que opera de recolector y transformador de cada una de esas fotos fijas, mezcla y subvierte y nos embute hasta el mismísimo día de hoy. 
Si  difícil es crear atmósferas, hacer de esa atmósfera el pilar de una narración y que la apuesta funcione, puede considerarse una heroicidad en estos tiempos de heroicidades. Los que leyeran Kanada, su anterior obra, ya se encontraron con las dificultades propias de la ausencia aparente de acción y de conflictos externos, que van construyendo al personaje de manera exógena. Si en aquella era el piso del protagonista el que asumía las metamorfosis, aquí el paisaje es el que va cambiando al viajero a la vez que se transmuta en espacio y en tiempo. 
La máscara de novela histórica no le es necesaria a esta fructuosa y alucinatoria travesía por la rueda de la Historia. Tres Juanes (el autor, el narrador protagonista, y el antagonista perseguido) nos proponen ser testigos de cómo la Historia de los pueblos se construye y reconstruye a base de arritmias y repeticiones. Aunque, como dice el prólogo, Walter Benjamin está detrás de la concepción, no pueden obviarse las nociones básicas del eterno retorno de la Historia, de cómo esos polvos (Cortés, La Revolución) trajeron estos lodos de cárteles y trumps de saldo y frontera. El sabor acre de las llanuras de Rulfo es familia de las selvas que recibieron a los españoles, y del  cemento contemporáneo. El pasado del Juan perseguidor es de selva, su presente de desierto y su futuro de asfalto. Los tres paisajes  se confunden porque en realidad son el mismo. 
Establecer el hecho bíblico como vertebrador de la peripecia de los Juanes es, en estos tiempos, de lo más rompedor.El tiempo es circular, bíblico como toda la peripecia. Los quince días como plazo que se consumen y se reproducen sin pausa, como los cuarenta del éxodo. La pesadez de cada paso en el desierto, el deambular sin horizonte, el desfallecer repetido, las apariciones milagrosas, la vida que pende de una gota de agua y va pasando, cíclicamente, de la abundancia a la miseria, de la miseria a la abundancia. Vacas flacas y vacas gordas. 
El indio Juan no es profeta en su tierra. Como todos los visionarios que pretenden cambiar el mundo, llega temprano, y su mayor fracaso no es su misión incumplida, sino sus discípulos cuyas interpretaciones sinceras de las enseñanzas del maestro producen monstruos. Apuntemos esto. 

Ni siquiera los muertos, de Juan Gómez Bárcena. Sexto Piso. 404 páginas.