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martes, 29 de noviembre de 2016

DEAD SLOW AHEAD. Es posible un cine diferente en España

En estos tiempos de velocidades supersónicas y de cerebros moldeados para ellas, la reivindicación de la lentitud es tendencia. Para los que se iniciaron con la slow food, este pausado viaje de hora y cuarto a bordo de un carguero será su piedra de toque. Mauro Herce, gallego, ingeniero y técnico de sonido antes que director, ha confeccionado una alucinante oda al maquinismo donde la luz y la fotografía sustituyen a la palabra. El carguero “Fair Lady” se abre en canal para la cámara y engulle al espectador como la ballena de Jonás.
Hace unos meses, Alexander Sokurov también utilizaba un barco de carga como metáfora en Francofonia, reseñada en estas páginas . La diferencia con este trabajo radical está en la ausencia de política, o al menos en su presencia mucho más difuminada. En el lento vaivén del barco, podemos sumirnos en una suerte de capitalismo del tiempo, un denso contraste entre los pasos apresurados de la globalización, y el lento avance de la máquina gigantesca que la hace posible. Se permite incluso unas leves notas de suspense, con la vía de agua que sufre el barco y que está mojando la carga. Trigo, materia altamente simbólica por su trascendencia histórica y por su importancia como valor especulativo.
El comienzo de la travesía puede asemejarse una videoinstalación de esas que ahora dan la bienvenida a cualquier exposición de arte. No es, sin embargo una mera sucesión de imágenes hipnóticas de rebuscado subtexto, sino un sencillo relato de otra vida cotidiana que no es la nuestra. En este mundo, las cotidianeidades son diversas, y el extrañamiento que tan bien escribieron cuentistas como Felisberto Hernández otorga al espectador cierto margen de alivio al contemplar esas estancias setenteras donde no ha entrado Ikea. Los sonidos propios de un organismo en movimiento ayudan a mantener la cadencia de los acontecimientos, en los cuales sentimos que falta algo. ¿Dónde está el ritmo coreográfico que hemos visto tantas veces en las tripulaciones de los barcos? En el Fair Lady, un marinero puede comer en completa soledad, y consumir su jornada sin intercambiar impresiones, ni mucho menos chocarse con nadie. El puente de mando puede estar vacío, y los teléfonos sonar, y la vida sigue. No hay gritos, ni sudor, ni suciedad en las calderas del monstruo, el infierno se quedó en el Titanic. Un ambiente perturbador y desasosegante que le da ese aire a trama de ciencia-ficción, o relato fantasmal del que no reniega su director y guionista. Como fantasmales son también los momentos de ocio de los marineros, uno de los puntales de la película. Hombres anónimos, presentados en fogonazos de karaoke, fotos de carnet y asépticas llamadas de Año Nuevo.
En palabras de Herce, Dead Slow Ahead es una película “que dialoga con el inconsciente, que anula la parte pensante del espectador, y concebida de principio a fin para verse en el cine”. Una propuesta tan arriesgada como necesaria, que a base de premios en festivales internacionales se está haciendo hueco en escenarios alternativos de toda España.
* DEAD SLOW AHEAD (2015)
Duración :74 min.
País: España
Director :Mauro Herce
Guión :Mauro Herce, Manuel Muñoz
Fotografía :Mauro Herce
Productora :Nanouk Films / El Viaje Films

sábado, 12 de noviembre de 2016

¿Para qué sirve un taller de escritura?


En el último episodio de la tercera temporada de Girls (HBO), la desnortada aspirante a escritora Hanna Horvath anuncia su marcha de Nueva York a Iowa, pues ha sido aceptada en el prestigioso posgrado de Escritura fundado en la Universidad del estado en 1936. Todos se alegran por Hanna, excepto, claro está, su desnortado novio actor. Es el paso lógico para alguien que se da cabezazos literales por pertenecer al gremio.
Al mismo tiempo, en alguna nación mediterránea, un joven que empieza a relacionarse con el mundillo decide ampliar sus conocimientos o darles un lustre más práctico. Los másteres sobre el asunto están apenas recién nacidos, cuestan una pasta y la asignaturas (y sus profesores) son las mismas que cursó en la carrera. Decide apuntarse a un taller de escritura, Pero, en este caso, quizá no lo comunique en su círculo, ni lo cuelgue en su muro ni lo mencione en su blog. Tendrá que bregar con la extrañeza, y las preguntas. Para defenderse, se comparará con los pintores, que pueden ir a academias o estudian Bellas Artes. Pero, en el fondo, sabe que un escritor nace y si acaso, se hace solo, pasando frío y penalidades en una húmeda buhardilla mientras escribe la novela definitiva.
Confiando en que le dejarán pasar al nivel avanzado, se presenta el primer día de clase con su bolígrafo y su cuaderno de notas. Advierte la heterogeneidad de los arquetipos humanos allí presentes: un ama de casa, un recién jubilado, una economista, un físico, ¡un filósofo!, cuyo único punto en común parece ser la firme determinación de sacar del cajón la novela que llevan toda la vida escribiendo. Debe de ser el único que en el cajón solo tiene calcetines. Comprueba con desazón que no le han puesto en el nivel avanzado, sino en el inicial. Pasará los meses siguientes trabajando ejercicios de estilo a lo Queneau, descubriendo decálogos varios y repasando los elementos del texto narrativo. Irá identificando a sus compañeros. El que entiende la escritura como terapia y se desahoga con desconocidos, el adicto a escucharse en voz alta, el que no tolera ni una crítica, el entusiasta de todo, el mesurado, el tímido, el que no escribe jamás. Utiliza el género masculino, pero las mujeres asistentes ganan por mayoría. ¿Pueden ser estos estereotipos  la causa de la frialdad con que se acoge a los que admiten asistir a un taller de escritura?
Medita ampliamente su estrategia de defensa. Sabe que su país, además de ser de charanga y pandereta, es muy de burbujas. Se desinfló (de momento) la más grande, pero surgieron otras en su lugar, casi peores. La burbuja de cursos para llenar el tiempo libre, por ejemplo. Y todos idénticamente adjetivados. La apostilla “creativa” que acompaña invariablemente los nombres de los infinitos cursos de repostería, costura, música, es una redundancia y un eufemismo, además. Cámbiese “creativa” por “re-creativa” y se entenderá mucho mejor lo que se puede obtener con la matrícula. La escritura es otra cosa, o al menos, tiene que serlo.
¿Se puede aprender a escribir? Por supuesto. A escribir novelas, cuentos, guiones, obras teatrales, tesis doctorales. Y si antes se toma un curso rápido de redacción y estilo, mejor que mejor. Hay manuales para todo eso. Visto así, ¿A qué ir a un taller literario?
El joven tallerista sabe que, en otras latitudes, los “talleres de escritores”, no de escritura, son lugares de creación de prestigio. Pueden tener su espacio en resonantes aulas universitarias de Princeton o Iowa, en centros comunitarios, o en una cocina de Oregón, como el taller de Tom Spambauer.
Parece este un buen motivo para asistir a un taller literario. Escuchar y aprender de un escritor contrastado. O quizá sea ese un error común, confiar en que el escritor contrastado sea además un magnético transmisor de su ciencia. Un mago generoso que comparte sus trucos a cambio de una entrada. Pero no nos engañemos, es una especie más bien rara. Mucho más aprovechable es el profesor que no habla de sí mismo, sino de los demás. Chéjov a un lado de la mesa, Carver en el otro, para la sesión inaugural.
El joven sabe, que, realmente, solo hay dos motivos: la necesidad de ser escuchado, y valorado; y la necesidad de disciplina. Redescubre la tensión de la fecha límite de entrega, y la presión de que haya alguien aguardando su trabajo. Él mismo aprenderá a escuchar, y a manejarse entre perspectivas dispares. Entenderá que la soledad del escritor rinde más si es compartida.
“Para empezar, no está nada mal”, piensa.

domingo, 6 de noviembre de 2016

El Doctor Extraño o la vida es mezcla

No es esta una crítica al uso. Las servidumbres de seguir la trayectoria cinematográfica de ciertos actores proporciona oportunidades de acercarse a ciertos trabajos con curiosidad y sin fondo de armario. Tantear la constante polémica sobre las adaptaciones de cómics a grandes y pequeñas pantallas. Y opinar si es exagerada la sangre vertida. Discusiones tan sesudas como en las grandes novelas del diecinueve. No carece la cronista casual de referentes en el mundo de los superhéroes. Vienen a la memoria afinidades de juventud con los mutantes torturados, y con Lobezno en particular. Así, se afronta el visionado con la mente despejada de clichés, y con el alivio de no tener que posicionarse entre DC o Marvel. Ya tenemos que afrontar bastantes dicotomías en la vida diaria. Hechos los preparativos, nos encontramos ante una historia de superación, de pérdida y de reinvención muy recomendable para todos los que se achantan al primer contratiempo. Así pues, escrutemos con la mirada de Gurb el extraterrestre, pero sin caer una y otra vez en la misma zanja. La mirada Gurb distinguiría tres partes claramente asociables con otros grandes momentos de las narrativas audiovisuales y fácilmente reconocibles por un estudiante aplicado de secundaria.
  • Una introducción, acerca de un neurocirujano tan único, brillantísimo y egocéntrico como cualquiera de los que habitan el hospital de Anatomía de Grey. En cuanto al atractivo físico que se exige para trabajar en el mencionado hospital, en el caso del Dr. Strange y en el de su intérprete, no hay unanimidad al respecto. (En una reciente encuesta de Twitter, a la pregunta de si Benedict Cumberbatch es guapo o feo, un 45 por ciento se inclinaba por la segunda opción, y un 55 por ciento por la primera).
En esta parte ya se abre el grifo de la referencialidad, que inunda todo el metraje. Al más puro estilo “tonto el que no lo pille”, el guión escoge unas cuantas alusiones poco veladas a la cultura pop contemporánea y enhebra dos o tres pistas/gags para que el espectador despistado caiga del guindo. Entrañables, aunque solo para iniciados en la Cumbermanía, los sutiles homenajes a Sherlock, y muy en especial, la causa del tremendo accidente que supone el primer punto de giro de la trama.
Las duras secuelas que imposibilitan a Strange para seguir siendo el mejor en su profesión también son parientes cercanas de las que sufrió el añorado Derek Shepherd de Seattle.
  • Un desarrollo en el que el buen doctor no se resigna a la vida civil y afronta un trabajado proceso de duelo estancado en la fase de la negación. Hasta que conoce a alguien con una historia de superación digna de los informativos de Mediaset, pero más sospechosa. Su única amiga/amante/admiradora/colega, meritoriamente interpretada por Rachel McAdams, está ahí hasta que el deprimido doctor la expulsa con cajas destempladas. Comienza entonces un abandono de lo material, pues se funde todos sus ahorros, y marcha al gran parque temática de la búsqueda y del autoconocimiento de hoy en día: Nepal. Los aficionados a las buenas historias de inadaptados harán conexión inmediata con los Batman oscurísimos y trascendentes de Christopher Nolan. En el Shrangri La de Strange, M.D, no espera Liam Neeson como taciturno maestre calvo y aparentemente inmortal, sino una fantástica Tilda Swinton como taciturna maestra calva y aparentemente inmortal.
En todo este tortuoso proceso, aparece la segunda marca de la casa: las notas cómicas. Desde el mantra que no es tal sino la contraseña del wifi, o las burlas que se hacen a costa de las celebridades sin apellido. El ácido humor que vuelve a conectar a Strange con otro ilustrísimo e intratable médico genial que no nombraremos es uno de los puntos fuertes de sus aventuras. El antagonista malvado, que sigue la tradición luciferina del alumno díscolo que aspira a superar al maestro, también tiene su momento referencial, mezcla del lúgubre Tom Hardy de El Caballero oscuro, y de Hannibal Lecter en el trance de recibir visitas.
  • Y por fin, el desenlace. Apoteosis de capa con fuerte personalidad, amenazas a la humanidad ingenua, y un soberbio y merecidísimo recordatorio a esa obra maestra del absurdo que es Atrapado en el tiempo. Punxsutawney, Minessota, en el universo dimensión espejo con un Mordor de dos ojos.
Por cierto. Contemplar los inacabables créditos tiene premio. Doble.