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domingo, 25 de julio de 2021

LIBROS: EL VIGILANTE NOCTURNO, de Louise Erdrich.


No es ninguna neófita la galardonada con el Pulitzer de este año, ni puede considerarse desconocida para el gran público lector anglosajón, ni para los fieles de Siruela, que ha publicado en español sus últimas obras. Lo que sí es novedoso es el reconocimiento oficial para la que ya era la  gran voz de la literatura nativoamericana. Prolífica en narrativa, poesía y literatura infantil, Louise Erdrich consigue al fin algo de espacio para la minoría de las minorías, que sigue esperando paciente su momento, después de la eclosión reivindicativa del resto de identidades que conforman el mosaico social estadounidense.  Es realmente perturbador constatar el profundo desprecio, quizá explicable mediante la ingeniería social, con el que todos y cada una de las potencias colonizadoras han tratado a los primeros habitantes de los territorios colonizados. En este sentido, la fanfarria anticolón que de momento se ha limitado a retirar estatuas, no oculta el enorme trabajo de resarcimiento que queda por hacer, no precisamente en Latinoamérica. Qué odiosas son las comparaciones, qué bárbaros los españoles, y qué necesario es echarle un vistazo a lo que sucedió y sucede en estados del primerísimo mundo como Australia, Canadá y, evidentemente, Estados Unidos. 
Mientras esperamos algún #NativeLivesMatter, Erdrich se sumerge con éxito en su primera historia no enteramente ficcional recuperando la peripecia de su abuelo, un jefe tribal que, en 1954, se atrevió a plantar cara al proyecto de Ley de emancipación/terminación/exterminio del senador mormón Arthur C. Walkins. Y lo hizo con la misma arma de los políticos, la dialéctica. Las numerosas cartas que dejó describiendo cada uno de sus pasos conforman la base biográfica del relato, que en ningún no cae en la cansina y quizá más europea moda de la autoficción. La honestidad es el camino, y las vidas que se cuentan son dignas de ser contadas. Un colectivo no solo silenciado, sino demolido y reconstruido al albur de la mitografía de la industria del entretenimiento, que les otorgó un espacio en el imaginario mental de Occidente a cambio de la perpetuación del estereotipo. 
El lector lejano social y geográficamente hallará una forma de contar que conjuga bien la eficacia y la emoción. La autora echa mano de su bagaje para construir un entramado formal en el que lo espiritual y lo terreno operan de manera indisoluble e influyen de igual manera en la creación y resolución de conflictos. Al igual que en otras culturas con mejor predicamento en nuestra parte afortunada del planeta, por otra parte. El vigilante nocturno es Thomas Wazhushk, que reparte sus días y sus noches entre el trabajo nocturno en la fábrica de cojinetes de piedras preciosas que ha traído cierta prosperidad a la tribu, y sus tareas como jefe del consejo. Su retrato personal representa la antítesis del indio belicoso y salvaje que seguimos comprando, y no parece endulzado por las necesidades creativas. Como pergeñador del plan, es fundamental en la trama, pero ya el jurado del Pulitzer valoró sobre todo su condición de novela polifónica. Y es que multitud de caracteres de variado tipo y condición atraviesan el hilo principal. De ellos destacan al menos tres, con sus historias paralelas propias: Patrice (Pixie) Partaneau, una joven india empleada en la fábrica que decide ir en busca de su hermana mayor Vera, perdida en Minneapolis. Wood Mountain, promesa del boxeo que intenta a su manera abrirse camino en la sociedad blanca que le rechaza por defecto. Millie Cloud, la india universitaria que utiliza sus estudios para ahondar en las raíces que le fueron escondidas al crecer en la ciudad. Les rodea una amplia muestra de individualidades que van elaborando un colorido tapiz de caracteres, de pequeños acontecimientos, de rutinas, de dilemas y miserias dentro de la comunidad. Ninguno es prescindible. 
Este retrato del común a través del individuo se ve reforzada en lo formal con la estructura en cortos capítulos que van intercalando las peripecias principales, primero en paralelo, luego en convergencia, hasta llegar al largo trayecto en tren hasta la Capital Federal, Washington, tan lejos en las tierras y en las almas como pudiera estarlo cualquiera de las cortes de Austrias y Borbones para un labrador castellano. 
La descripción de esa larga lucha con tintes de suspense por detener el expolio es tan solo una cara del 
prisma. Verdaderamente meritoria es la recreación del universo chippewwa y su problemática inserción dentro de los moldes de la sociedad estadounidense. Está en peligro tanto la existencia material de Turtle Mountain como la del espíritu. El catolicismo incrustado en los internados del horror que ahora avergüenzan a los civilizados canadienses no ha conseguido aplastar la especialísima relación del indio con la naturaleza. El sauce y el cedro, el oso y el alce proporcionan alimento y medicina. Erdrich logra pasajes de enorme belleza y emotividad a través de rituales mortuorios, de premoniciones en sueños, de venganzas conseguidas gracias a los espíritus. El vagar de holandés errante de Roderick, el fantasma. 
No es baladí la acumulación de momentos en los que un rasgo físico se asocia con un animal (cara de osa, ojos de ave rapaz, rata almizclera). 
La mirada del narrador, que como el gran espíritu pasa de un alma a otra, es bondadosa. Más allá de las afrentas y de las humillaciones sin cuento, el hombre blanco es dibujado incluso con humor. Los dos misioneros mormones, por ejemplo. O las estadísticas tramposas que maneja el censo para despojar de aún más territorio a la tribu. Thomas y los demás siempre echan en falta más sentido del humor en el carácter del blanco. Más aún cuando, en su afán por conocer al enemigo, el vigilante nocturno invierte horas de oficina en leer y descifrar la obra fundacional del reverendo Joseph Smith. Su extrañeza ante la solemnidad de lo narrado no les debe resultar ajena a los espectadores de The Book of Mormon, musical satírico de enorme éxito en Broadway. 
Quienes no deseen esperar para conocer el desenlace de la historia, que es lícito desconocer no siendo Titanic, ahí está Wikipedia, o alguna de las pausadas charlas de la autora que pueden encontrarse en la red. Solo decir que, ni en 1850, ni en 1954. Hace un par de años, Donald Trump, quién si no, lo intentó de nuevo.

EL VIGILANTE NOCTURNO, de Louise Eldrich. Siruela, 412 páginas. 

lunes, 12 de julio de 2021

CINE: MANDÍBULAS (2020)


Hace calor. Todos de acuerdo. Seguimos inmersos en la distopía vírica que nunca se acaba. Casi todos de acuerdo salvo ciertas franjas de edad y visitantes de Mallorca. Echamos de menos a los hermanos Farrelly. No te avergüences. Por suerte, la bolsa de estrenos prepandémicos va adelgazando y hay casos como el que nos ocupa, al que esta llegada estival a la cartelera, previo estreno en Sitges 2020, le sienta francamente bien.

Esta destartalada peripecia de dos tontos muy tontos pero belgas es transparente en sus intenciones desde el título mismo. Esas mandíbulas remiten irremediablemente a la obra maestra de Steven Spielberg, epítome del terror veraniego, y a las subsiguientes secuelas con idéntico o similar nombre de diversos bichos de reluciente y puntiaguda dentadura. (La muestra más reciente, en forma de cocodrilo gigante, puede verse en Amazon Video). Pero no habrá dentelladas a lo largo de la hora y media escasa de metraje, aspecto este muy de agradecer también. El animalillo con el que se tropiezan es una mosca. De considerables dimensiones, eso sí, a la que rescatan del achicharramiento y la inanición del maletero del coche que toman prestado para un encargo en un contexto que homenajea sin rubor a los tumbos del grandísimo Jeffrey Lebowsky. Si bien Manu o Tonto 1 (Grégoire Ludig) padece una situación más límite, durmiendo bajo las estrellas. En este Liberad a Willy que empieza por el final, nace una hermosa y lisérgica relación entre Jean-Gab, Tonto 2, interpretado por David Marsais, y el insecto, al que se propone domesticar para salir de la exclusión social. Nublados pues por el pensamiento positivo, olvidan el recado y se encaminan hacia el éxito aprovechando las coyunturas favorables que la Providencia les otorga en cuestión de alojamiento. 

Como en toda comedia, disparatada o no, los personajes secundarios son esenciales para apuntalar la narración. Aquí el que se lleva la palma es la infortunada Agnès, invitada en la apañada casa costera de su amiga Cécile. Un tratamiento sumamente incorrecto de las patologías mentales, nostálgico de los felices y liberados años noventa, llevado a la excelencia por Adèle Exarchopoulos. 

El pergeñador de todo esto, Quentin Dupieux, no es para nada un desconocido en las artes de la risa cinematográfica. Productor musical bajo el pseudónimo de Mr. Oizo ,además de cineasta, se dio a conocer al público especializado con Rubber (2010), protagonizada por un neumático asesino. Con esta premisa, a ver quién se resiste a revisar su filmografía completa, o al menos las dos disponibles en Filmin. La única condición de disfrute de su última entrega es dejarse llevar. Bajo la apariencia marciana del relato, la secuencia de acontecimientos se revela perfectamente lógica. Manu y Jean-Gab eligen su propia aventura pero mal, y cada uno de sus impulsos solo puede llevar al siguiente. Los individuos de diverso pelaje que se van encontrando solo pueden sumarse a la alucinación,derrochando amabilidad, hospitalidad y la curiosidad justa,  y las casualidades puntuales cumplen su cometido de avanzar las tramas y preparar el terreno para qué será lo siguiente. 

La mosca Dominique pone todo de su parte, menos alguna cosa,  para que la relación  fructifique. Entrañable su forma artesanal, alejada de los efectos de ordenador, y en el fondo. Dan ganas de llevársela a casa.


 Título: Mandíbulas

Título original: Mandibules

Año: 2020

País: Francia- Bélgica

Dirección, guion y fotografía: Quentin Dupieux

Reparto: Grégoire Ludig, David Marsais, Adèle Exarchopoulos, India Hair, Roméo Elvis, Dave Chapman, Anäis Demoustier.