cabra

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jueves, 21 de febrero de 2019

MARÍA, REINA DE ESCOCIA

Siempre es interesante asistir a los cambios de tercio en cuestiones artísticas. Así es en el debut cinematográfico de la directora teatral Josie Rourke, que parece hecho a medida de los discursos mayoritarios de la post postmodernidad. Acerca de volver al pasado si de explicar el presente se trata. En este caso, en lugar de seguir la tendencia de rebuscar y rescatar modelos femeninos ejemplares para nuestros días(olvidados, obviados, eclipsados), o forzar la máquina imponiendo improbables personajes de mujeres fuertes en épocas pretéritas, echa mano de la Historia en letras grandes, poco necesitada de aderezos. María Estuardo siempre fue objeto de estudio cinéfilo, y ahí queda la interpretación de Katherine Hepburn. Isabel I ha sido aún más afortunada, merced a Cate Blanchett o a esa aparición de siete minutos que valió un Óscar para Judi Dench. Ambas dos el epítome del empoderamiento, sin saberlo. Dos mujeres con poder real, literalmente, y una manera dispar de ejercerlo, magnéticas cada una en su sentido, y parientes a distancia. Para presentar, o refrescar las dos biografías con claridad y nítidas intenciones, es clave el montaje en paralelo. Todo el metraje nos prepara para el primer encuentro entre las primas repartiendo sus apariciones de manera simétrica. Si bien María es la protagonista, a cada suceso acaecido en la corte escocesa le sucede otro en la inglesa, poniendo de manifiesto las diferencias de actitud ante la vida misma. María es joven, casi adolescente, impetuosa, un tanto radical y poco dada a los consejos. No desdeña su naturaleza y su máxima aspiración es concebir un heredero que le asegure ambas coronas. Una perspectiva menos revolucionaria que la de su prima. Isabel I, llamada La Reina Virgen, simboliza de manera más transparente las contradicciones que lastran el discurso feminista contemporáneo. Si María se lleva los parlamentos más pasionales y exaltados llamando a las armas y reivindicándose incesante, Isabel arrastra las dosis de realismo que da la edad y se muestra prisionera de una decisión que recuerda inevitablemente a la idea que se tenía de los políticos en la Grecia clásica, una renuncia a la esfera privada y la asunción de responsabilidades públicas como una suerte de sacerdocio. Isabel se autodenomina "hombre" en algunas ocasiones, y renuncia a la maternidad porque es la única forma de subvertir su naturaleza y que la tomen en serio como gobernante. Claramente nos evoca figuras poco dadas a ser estandartes de la causa, como Ángela Merkel, Margaret Thatcher o Christine Lagarde. Mujeres que mandan mucho en un mundo de hombres pero denostadas por masculinizadas. ¿En qué quedamos entonces? ¿La gobernanza femenina tiene cualidades intrínsecamente mejores?¿Quién es mejor ejemplo de empoderamiento? La amarga envidia que siente Isabel de la maternidad de su prima sea probablemente una decisión creativa, pero pone las cartas boca arriba. 
La película deja claro además la insatisfacción y el progresivo cabreo de los gobernados masculinos de uno y otro bando, que se preguntan cómo ha llegado una época en la que han de vivir sujetos a los vaivenes propios de la condición femenina. No falta el predicador extremista, protestante esta vez, que contribuye a las insidias que, históricamente, dejaron a la pobre María Estuardo de promiscua para arriba. La venganza de la directora se materializa en la figura de su segundo marido, Lord Darnley, un auténtico pelele cautivo en su propio armario, y en Jacobo Estuardo, el hermanastro y posterior regente, que protagoniza una sonrojante escena (para la masculinidad en general), en la que renuncia a la conspiración solo porque su sobrino llevará su nombre. 
La puesta en escena de todo este material se antoja algo oscura, y aséptica en exceso. Las interpretaciones de Saorsie Ronan y Margot Robbie son primorosas, eso sí, pero los necesitados de empatizar con algún personaje lo tendrán difícil, como bien dictan los modernos manuales de guion. Puede ser ansiedad excesiva ante lo que abril nos depara, pero los seguidores de Juego de Tronos encontrarán dos clarísimos guiños, o recreaciones del mero azar en dos escenas clave. Ya lo anticipó Borges en Kafka y sus precursores.

domingo, 3 de febrero de 2019

LA MEJOR PELÍCULA DEL AÑO

El reino, o Campeones. Lo que ayer se dirimía en Sevilla (Este, como bien especificaban los tuiteros), era ni más ni menos que dos maneras de entender el cine. Por un lado, la conjugación de estilo e historia, una buena trama junto a cierta ambición estética. Por otro, el cine como emisor de valores cívicos y divulgador de mensajes, tal y como lo eran las denostadas novelas decimonónicas de tesis. Propósitos dignos de todo respeto ambos, pertinentes y actuales. Al menos, es lo que pareció transmitir la Academia ya desde las nominaciones. 13 a Sorogoyen, 11 a Fesser, podíamos encontrarnos ante una gran derrotada, o con una decisión salomónica. Al filo de las 13:30 de la madrugada, quedó clara la decisión tomada. Victoria numérica para el retrato hiperrealista de la corrupción valenciana, y el premio gordo para el equipo de baloncesto altamente funcional. 
¿Es Campeones la mejor película española del año? La más taquillera, desde luego. ¿La mejor? Pues no. Quien quiso entender, entendió, a medida que iban cayendo los galardones a reparto, dirección, guion, y aspectos técnicos. Y los títulos premiados como el mejor europeo (Cold War) y latinoamericano (Roma).Otro día hablamos sobre la resurrección del blanco y negro. 
Los académicos hablaron los últimos, después de la crítica. El dictamen de los críticos, por cierto, fue casi unánime en su beneplácito, pero solo en nuestro país. Es altamente significativo echar un vistazo a las reseñas profesionales extranjeras en Filmaffinity. Ahí se intuye la dificultad de la disensión acerca del discurso mayoritario. Como historia dirigida al gran público, importa mucho más que el mensaje cale, que ese mensaje se construya con cierta voluntad de estilo que pueda distraer u obstaculizar. Mucho más si dicho mensaje es necesario. Dicho esto, Campeones no es una buena película, desde el punto de vista del cine como arte. Es una película buenrrollista de manual, narrada como un cuento de Navidad, un arco mil veces visto de éxito-caída en desgracia-redención de un personaje que empieza despreciable y termina ejemplar, previa exposición de sus traumas y fobias. Una trama trufada de casualidades solo verosímiles si no se tienen en cuenta, y un cosido quirúrgico de todos los hilos. Ni un cabo suelto, ni una malvada actitud sin castigar. 
El equipo casi ganador consigue conmover, emocionar y todo eso, porque funciona de espejo oscuro para las miserias interiores del protagonista Javier Gutiérrez.  Son un contrapunto muy certero con líneas de diálogo indudablemente brillantes del por siempre creador de P. Tinto. La comedia sobre vidas a priori poco cómicas es un género muy agradecido por el espectador, que premia obras como Intocable. Seguimos necesitando el cine como bálsamo, y más que las series, el final feliz nos enchufa glucosa en vena para ir tirando. El inapelable "Si yo he podido, tú también", como si el contexto social, económico, cultural, biológico, no importara. En Campeones, son hilarantes las escenas de entrenamiento, pródigas en palabras (retrasado) y actitudes inadmisibles en Twitter pero celebradas en la pantalla porque son ellos mismos los actuantes. Como los corrosivos monólogos de Sarah Silverman, nieta de judíos exterminados, sobre el Holocausto. Todos los que ayer lloraron con el discurso de aceptación de Jesús Vidal, deberían ver La enfermedad del domingo, de la que Susi Sánchez dijo que no era una película para todos los públicos, con cierto deje de orgullo y su cabezón en la mano. Y si quieren reírse con hechos reales que no hicieron ni maldita la gracia, mi película de antisuperación favorita: Yo, Tonya
A pesar de estos momentos, el filme no evita la moralina transversal que proporciona la esposa del entrenador, interpretada por Athenea Mata, coautora del guion. Un papel de nimia influencia que da bandazos a lo largo de todo el metraje. A una velocidad supersónica pasa de ser una esposa abandonada por su ansia de maternidad, a convertirse en la madraza de todo el equipo y por último a recuperar a un marido totalmente nuevo, incluido su recién brotado deseo de reproducirse. 
Todo esto hubiera sido perdonado si Luis Bermejo, en su año lotero, hubiera tenido más escenas. 
No deja de ser curioso, en conclusión, que todas las míticas historias de superación cinematográfica terminen con el personaje detonante abandonando el espacio tras un solo año de estancia. El club de los poetas muertos, Intocable, Los chicos del coro. Aquí, los tres meses de trabajos comunitarios han construido un hombre nuevo para el resto de sus días. Hay margen para la secuela. 

viernes, 1 de febrero de 2019

MRS.MAISEL, MARAVILLOSA

No vi Las chicas Gilmore. Pero sí estaba al tanto del estilo "Sherman-Palladino", de su brillantez en la construcción de diálogos y de su especialización en personajes femeninos. Las peripecias de Miriam Maisel, más extravagantes que cotidianas, debutaron sin ruido en la plataforma de vídeo de Amazon, y así siguieron hasta que su protagonista empezó a recolectar premios y parabienes. Muchos descubrieron así a la aspirante a cómica. Una joven esposa, al principio, tan lenguaraz como devota seguidora de los usos y costumbres de la buena mujer judía neoyorquina de los años cincuenta. Carne de Divinity, según los estereotipos del consumidor televisivo en España. 
Lo cierto es que todo brilla en esta serie. A veces, literalmente, como algunos modelos del inabarcable guardarropa de la protagonista. Luminosidad en su concepto más amplio. No es necesario saber de técnica para apreciar la colorida fotografía, que funciona de puerta de entrada al universo de Miriam. El retrato de la Nueva York de clase que toma tímido contacto con buscavidas y artistas del alambre se supera en los primeros capítulos de la segunda temporada. La cámara filma París con verdadero deleite, dando la razón a la insatisfecha madre de la protagonista en su tardía reivindicación personal. El goce de la vista se acompaña casi en todo momento por el goce del oído. Una banda sonora ambiciosa y exquisita, con clásicos y menos clásicos que se beneficia de la posibilidad de consultar al momento quién y qué están sonando, al igual que ocurre con cada personaje que aparece en escena. Un buen punto que las dos grandes del streaming deberían apuntarse. 
Pero no es solo esto lo que debiera reclutar más adeptos, sino la manera de contar una historia que se presumía algo previsible y ya contada, la de la mujer joven que decide abrirse camino en un mundo de hombres. Por ese ir contracorriente, y por la producción impecable, no podemos dejar de acordarnos de Mad Men en general, y de Peggy Olson en particular. Pero ya. Porque la nada aparente y la pesadumbre existencial de Madison Avenue deja paso a la locomotora en que se va convirtiendo la vida de Miriam tras la ruptura, en buenísimos términos, de su ideal matrimonio destinado a durar eternamente. Y a su alrededor, contribuyendo a la velocidad de crucero, y a los amagos de descarrilamiento, los secundarios que se esperan de las buenas comedias. En La maravillosa Mrs. Maisel, todos los personajes son graciosos, o tienen gracia, y cada uno a su muy particular manera. De tal forma, que la serie llega a convertirse en un manual del humor y sus múltiples variantes, muchas veces en un solo capítulo. Tenemos escenas de comedia familiar frente a un desayuno, y diez minutos después, una sarta de chistes destructores que en los cincuenta podían espetarse en un garito del alto Manhattan pero no en el Twitter de 2019. Palabras como dagas, o metralletas según el caso, que hacen necesaria, si no existe ya, la creación de una Wikiquote para el uso y reciclaje en nuestra insulsa vida real. 
Siguiendo un arco argumental más o menos canónico, la primera temporada nos presenta a la aspirante en pleno inicio de conflicto. Como suele pasar, el azar es determinante a la hora de poner en contacto los elementos necesarios para la consecución del experimento. La aparición de Susie, que evidentemente protagonizará la secuela con más legitimidad que Saul Goodman, provoca la primera bifurcación en la vida de Miriam, que pasa a ser una especie de trinidad. La ex esposa, madre e hija que vuelve a la casa paterna, la singular vendedora de cosméticos en los grandes almacenes de la clase alta, y la cómica nocturna en su tugurio de cabecera. La segunda temporada nos presenta a una Miriam, de nombre artístico su propio vocativo de casada, con algo más de hueco en el mundillo. Las numerosas escenas de monólogo dejan paso a los duelos dialécticos de ella contra todos, de uno en uno o a la vez. Los adversarios están a su altura, la complementan y la engrandecen. En esta etapa de consolidación, la sorpresa aparece en la parodia despiadada teñida de tenue afecto, que los guiones hacen de la idiosincrasia judía. Tremendos bofetones propinados con guantes de seda, muy presentes en los atuendos femeninos. El resort de Catskills en el que los más respetables miembros de la comunidad pasan el verano es un guetto de cinco estrellas. Un homenaje al idílico escenario de Dirty Dancing pero en limpio, aséptico y entusiasmático. Una verdadera pesadilla. 
Vean y escuchen a Mrs. Maisel, en versión original. Imperativo categórico.