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viernes, 8 de mayo de 2020

TIGER KING VOTA JUAN

Por definición, lo exótico es lo lejano, lo inhabitual. Es humano desear lo que no se tiene, y es de humano acomodado hacer lo posible por tenerlo. "Si se lo puede permitir" es un lema de descargo que vale para todo.  La sensacion documental de la que todos hablan comienza queriendo ser denuncia con un dato sorprendente para las personas normales: En EEUU viven más tigres en cautividad que en libertad en el resto del planeta.  Desde esta primera línea de guion, el nuevo docudrama del momento parece facturado especialmente para la culta y distanciada mirada europea, proclive a a la conmiseración y a la indignación a partes iguales. Pero pronto entendemos que esto no va de felinos confinados, los "big cats" a los que aluden constantemente. Un término ajustadísimo a lo que en realidad son. Decir que están amaestrados es  quedarse muy corto. La alienación sería absoluta de no ser por el brazo arrancado del primer episodio. Esos gatos grandes, que parecen reproducirse muy bien en cautividad, son solo un medio de acceso al poder y al dinero. Y aquí nos vamos acercando ya al verdadero leiv motiv del asunto. ¿Quién le hace ascos a una foto con un cachorro de tigre blanco? En Washington parece que nadie. ¿Y quién le hace ascos en España a un jamón Cinco Jotas? 
En estos días de gloria para el audiovisual, y para la cocina, hay tiempo y ocasión de fabricarse menús al gusto con mezclas pelín insólitas, y encontrar en ellas coincidencias no tan insólitas. Es el caso de Tiger King en Netflix y Vota Juan, la producción de TNT cuya primera temporada puede verse en Prime Video.  Quitando el macguffin tigresco, ambas conforman dos fenomenales galerías de personajes entre lo grotesco, la caricatura, y la más cruda de las realidades.  Porque esa gente existe, e influye en otra gente y ve la vida como un gran juego de estrategia. Parecen todos tremendos perdedores, o desequilibrados, pero su triunfo es destacar como antisistema. Travisten sus aspiraciones corrientes en la misión visionaria de cambiar el mundo y esparcir dicha entre sus congéneres. No olvidemos nunca que la Constitución estadounidense, además de las enmiendas que todos conocemos, proclama el derecho de todo individuo a buscar su felicidad. Y poseen una admirable capacidad para reirse de sí mismos,lo que les hace en cierta manera entrañables.
En un momento determinado, Tiger King aka Joe Exotic, repulsivo por fuera y por dentro, (siempre desde la mirada europea/neoyorkina/bostoniana), decide presentarse a Gobernador de Oklahoma y más tarde a la mismísima Presidencia. No entraremos en que, de un tiempo a esta parte, la industria del espectáculo estadounidense parece consagrada al análisis del especimen llamado "votante de Trump", sabedora de la incapacidad del europeo medio para comprender. El caso es que el buen hombre cree sinceramente en sus posibilidades y en que hará cosas buenas, (y no cosas malas, al estilo  lingüístico de la Casa Blanca) por su comunidad. 
Y por aquí tenemos a un inmejorable Javier Cámara como Juan Carrasco, ministro de Agricultura aspirante a la Secretaría General de su partido, convencido él también de que es la mejor opción para su formación, y para el país entero. Su soberbia directamente proporcional a su facilidad para la ofensa gratuita recuerda inevitablemente a Homer Simpson. Su tendencia a caer de pie y a conservar inexplicablemente el afecto de su entorno, también. La vergüenza ajena por su modo de transitar la existencia, también. 
De igual manera, el rey de los tigres y el ministro operan en un espacio, digamos, provinciano. El Medio Oeste americano es para un neoyorkino lo mismo que Logroño para uno de Madrid. Es un hecho, anticuado, pero un hecho. Los guionistas de Vota Juan, animadores del llamado posthumor con joyas como Selfie y Gente en sitios, están al borde de la demanda judicial cada vez que hacen repetir a sus personajes que ellos no volverán al lugar de donde salieron, es decir, Logroño. 
El segundo marido casi adolescente de Joe Exotic hace el camino inverso que los granjeros de Las uvas de la ira, de California a Oklahoma, y ese ir a la contra basta para perfilar al personaje.
Hablar en este sentido de los sequitos de semejantes aspirantes a líder personal variopinto es un festín de color.
Sería bastante simplón ventilar al círculo social de los infortunados tigres con el manido "redneck", habida cuenta de que ellos mismos asumen el término con idéntico orgullo (su bar de cabecera se llama así), que los modernistas de Valle-Inclán. Pero no se puede dejar al albur crítico a seres tan especiales como el primer marido casi adolescente de Joe, que disfruta de muchos momentos confesionales frente a cámara. Un chaval con tantos tatuajes como dientes le faltan, que no es homosexual pero se casa con su jefe, y que prefiere que se le regalen camionetas antes que una dentadura nueva. Joe presume de contratar solo ex convictos, individuos sin porvenir de los que se asegura lealtad y agradecimiento. Sabe que no van a cuestionar la jerarquía ni por la carne caducada en la que se basa su dieta. 
El equipo del ministro Carrasco puede parecer más usual, más anodino, pero cumple la misma función: resaltar subrayar, acompañar, alentar, mantener al rey sin saber que está desnudo.  Son igualmente fieles que han crecido al amparo del jefe, que no tienen vida fuera de la res publica y que, cuando el tren se para, se sienten arrojados al mundo como seres sartrianos. Pura ficción.

Es esta  lucha por el poder y el éxito, la superioridad moral del ciudadano ilustrado languidece. Son estos seres mezquinos, ignorantes y orgullosos de serlo los que mejor saben chapotear en las ciénagas y coleccionar admiradores sinceros. La campechanía, sin complejos.