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domingo, 3 de septiembre de 2023

ÚLTIMO CINE DE VERANO: LAS CHICAS ESTÁN BIEN


 El debut de Itsaso Arana en la dirección no defraudará en absoluto a los conocedores de su trayectoria como actriz bajo la batuta de Jonás Trueba y de creadora teatral en la compañía La tristura. De sus quehaceres artísticos bebe este primer largo, producido de hecho por Los ilusos,  y ahí están los agradecimientos en los títulos de crédito. 

Con estos mimbres y con amigas de la casa como Irene Escolar y Bárbara Lennie, Arana confecciona un luminoso retrato de la convivencia lúdico-laboral de cuatro actrices (las mencionadas más Itziar Manero y Helena Ezquerro) más la directora del montaje que preparan (la propia Itsaso Arana) en una casa de campo. En ese entorno bucólico y bellamente fotografiado fluye una historia sencilla en su narración aunque con aristas puntuales, amortiguadas por las sedas de los vestidos de época,  que navega a través del doble plano de la obra que se ensaya y de los momentos de ocio y descanso en los que directora y actrices conversan apaciblemente acerca de sus inquietudes y proyectos. El que personajes y elenco compartan nombre y ciertos eventos vitales (el embarazo de Bárbara Lennie el más evidente), es un jugueteo con la autoficción que no molesta demasiado. 

Es más sustanciosa la interacción constante entre la amistad y el trabajo. El contexto ideal para los entornos artísticos, sin duda. La cámara de Arana se recrea en secuencias dialógicas en dormitorios al amanecer, salas de estar al anochecer, tardes en la ribera del río, todas ellas construidas con primeros planos que resaltan la expresividad de las actrices. Los diálogos son lo mejor de la función, sin duda. La escritura es indudablemente teatral, con réplicas largas en las que el pensamiento discurre sin cortapisas de espacio ni tiempo, tamizado de una ironía elegante por sutil. Las chicas contagian a sus roles el entusiasmo por un presente y un futuro palpitantes, sin caer en la languidez que se esperaría de muchachas reclinadas pasivamente en sofás y camas. El texto de la obra ficticia está especialmente conseguido en su función de justificación del encuentro y como enganche con las conversaciones cotidianas. Las chicas ensayan vestidas como sus personajes, hermanas acomodadas del siglo XIX que ven la vida pasar mientras mantienen correspondencia con su hermano ausente. Este les va proporcionando una educación a distancia para la vida acorde al decoro exigido para su clase y su sexo, en un tono suave y afectuoso que se mantiene en el resto de intercambios comunicativos entre las chicas y otros personajes esporádicos como la dueña de la casa y una niña que pulula por ahí a la que reclutan para los ensayos y que claramente se verá presa del veneno del teatro. 

En este entrar y salir del papel, los segmentos confesionales son claves para afinar en la dimensión humana de cada una de ellas. En ellos sobresalen Itziar y Helena. Ambas comparten pérdida familiar temprana y un sentido del equilibrio emocional notable. Irene nos entretiene con diatribas amorosas y Bárbara se prepara para la maternidad en ese ambiente de tribu tan beneficioso dicen para la crianza. Mención aparte merece el único personaje masculino hecho materia. Un ligue adorable que se incorpora a las rutinas y a los rituales de las chicas de una manera que solo puede ser contemporánea.