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domingo, 3 de febrero de 2019

LA MEJOR PELÍCULA DEL AÑO

El reino, o Campeones. Lo que ayer se dirimía en Sevilla (Este, como bien especificaban los tuiteros), era ni más ni menos que dos maneras de entender el cine. Por un lado, la conjugación de estilo e historia, una buena trama junto a cierta ambición estética. Por otro, el cine como emisor de valores cívicos y divulgador de mensajes, tal y como lo eran las denostadas novelas decimonónicas de tesis. Propósitos dignos de todo respeto ambos, pertinentes y actuales. Al menos, es lo que pareció transmitir la Academia ya desde las nominaciones. 13 a Sorogoyen, 11 a Fesser, podíamos encontrarnos ante una gran derrotada, o con una decisión salomónica. Al filo de las 13:30 de la madrugada, quedó clara la decisión tomada. Victoria numérica para el retrato hiperrealista de la corrupción valenciana, y el premio gordo para el equipo de baloncesto altamente funcional. 
¿Es Campeones la mejor película española del año? La más taquillera, desde luego. ¿La mejor? Pues no. Quien quiso entender, entendió, a medida que iban cayendo los galardones a reparto, dirección, guion, y aspectos técnicos. Y los títulos premiados como el mejor europeo (Cold War) y latinoamericano (Roma).Otro día hablamos sobre la resurrección del blanco y negro. 
Los académicos hablaron los últimos, después de la crítica. El dictamen de los críticos, por cierto, fue casi unánime en su beneplácito, pero solo en nuestro país. Es altamente significativo echar un vistazo a las reseñas profesionales extranjeras en Filmaffinity. Ahí se intuye la dificultad de la disensión acerca del discurso mayoritario. Como historia dirigida al gran público, importa mucho más que el mensaje cale, que ese mensaje se construya con cierta voluntad de estilo que pueda distraer u obstaculizar. Mucho más si dicho mensaje es necesario. Dicho esto, Campeones no es una buena película, desde el punto de vista del cine como arte. Es una película buenrrollista de manual, narrada como un cuento de Navidad, un arco mil veces visto de éxito-caída en desgracia-redención de un personaje que empieza despreciable y termina ejemplar, previa exposición de sus traumas y fobias. Una trama trufada de casualidades solo verosímiles si no se tienen en cuenta, y un cosido quirúrgico de todos los hilos. Ni un cabo suelto, ni una malvada actitud sin castigar. 
El equipo casi ganador consigue conmover, emocionar y todo eso, porque funciona de espejo oscuro para las miserias interiores del protagonista Javier Gutiérrez.  Son un contrapunto muy certero con líneas de diálogo indudablemente brillantes del por siempre creador de P. Tinto. La comedia sobre vidas a priori poco cómicas es un género muy agradecido por el espectador, que premia obras como Intocable. Seguimos necesitando el cine como bálsamo, y más que las series, el final feliz nos enchufa glucosa en vena para ir tirando. El inapelable "Si yo he podido, tú también", como si el contexto social, económico, cultural, biológico, no importara. En Campeones, son hilarantes las escenas de entrenamiento, pródigas en palabras (retrasado) y actitudes inadmisibles en Twitter pero celebradas en la pantalla porque son ellos mismos los actuantes. Como los corrosivos monólogos de Sarah Silverman, nieta de judíos exterminados, sobre el Holocausto. Todos los que ayer lloraron con el discurso de aceptación de Jesús Vidal, deberían ver La enfermedad del domingo, de la que Susi Sánchez dijo que no era una película para todos los públicos, con cierto deje de orgullo y su cabezón en la mano. Y si quieren reírse con hechos reales que no hicieron ni maldita la gracia, mi película de antisuperación favorita: Yo, Tonya
A pesar de estos momentos, el filme no evita la moralina transversal que proporciona la esposa del entrenador, interpretada por Athenea Mata, coautora del guion. Un papel de nimia influencia que da bandazos a lo largo de todo el metraje. A una velocidad supersónica pasa de ser una esposa abandonada por su ansia de maternidad, a convertirse en la madraza de todo el equipo y por último a recuperar a un marido totalmente nuevo, incluido su recién brotado deseo de reproducirse. 
Todo esto hubiera sido perdonado si Luis Bermejo, en su año lotero, hubiera tenido más escenas. 
No deja de ser curioso, en conclusión, que todas las míticas historias de superación cinematográfica terminen con el personaje detonante abandonando el espacio tras un solo año de estancia. El club de los poetas muertos, Intocable, Los chicos del coro. Aquí, los tres meses de trabajos comunitarios han construido un hombre nuevo para el resto de sus días. Hay margen para la secuela. 

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