cabra

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viernes, 28 de julio de 2017

DUNKERQUE: NOLAN A RAS DE SUELO

Pocos nombres hay en la industria que generen tanta controversia como Christopher Nolan (Londres, 1970). Aunque él se lo ha buscado. Pionero en aunar cine- espectáculo y de autor, mantiene película tras película unas constantes reconocibles que irritan o entusiasman según toque. De ahí que su debut en el género bélico haya despertado tanto interés como suspicacias. Para empezar. En las numerosas entrevistas que ha concedido, dando la razón a los que le reprochan haberse entregado al capital, niega que sea esta una película de guerra, sino más bien un thriller.
Sea como fuere, nos encontramos ante la historia más concisa y de menos exigencia intelectual de toda su trayectoria. Aceptemos que el propósito principal es arrasar en la taquilla veraniega, lo que está consiguiendo, pero es evidente que no nos vamos a encontrar otro Pearl Harbor (2001).
Nolan nos recuerda algo que lectores y espectadores suelen olvidar: el realismo en la ficción no existe. Igual que no es posible aprender Historia con una mera dieta de novela histórica, no vamos a saber más de lo que pasó en esa playa norteña entre el 26 de mayo y el 4 de junio de 1940. De eso ya se encargan los artículos que llenan los medios puntualizando/reivindicando/corrigiendo. Es más: el guion desecha casi por completo el punto por el cual la Operación Dinamo ha pasado a la posteridad como un cuasi milagro, una insólita historia de superación colectiva, que diríamos ahora.
Podría decirse que se desecha también el valor de la palabra. No es una película casi muda, como se puede leer por ahí, pero su economía lingüística es uno de los tres puntos que sirven al objetivo inicial. Respecto al primero, si la palabra apela a la reflexión y la imagen a la emoción, Nolan ha ido a provocar. Temas presentes en toda su obra como la angustia, la supervivencia, o la lucha entre el individuo y sus circunstancias se notan palpitantes en esta hora y media de muy comentada estructura narrativa, el segundo punto. Porque no es lineal, claro, y choca con lo que el aficionado espera. Coherente con su propósito de llegar a la mayoría, pero incapaz de renunciar a sí mismo, el director nos obsequia con una coordenadas precisas nada más comenzar: tres planos, tres secuencias cronológicas. La peripecia de los soldados en la playa, una semana. La del aterrado soldado adolescente y sus evacuaciones interruptus, un día. La del piloto de combate, una hora. Los tres planos se entremezclan dando pistas suficientes para que no nos perdamos, si bien la confusión aparece en ocasiones. No puede ser de otra forma, siendo el caos el orden imperante cuando de sobrevivir se trata. Y el tercer punto, sin discusión, la banda sonora. Una secuencia distorsiada de sonidos fantasmales que anticipan y subrayan el horror y la ininteligibilidad de lo que está pasando. Hans Zimmer evita las notas épicas salvo en cierto momento, el momento épico, fallido por otra parte, y consigue que las sirenas, las hélices, los chapoteos, se incrusten en la memoria como auténticos sonidos de la muerte.
A este plan se entregan con entusiasmo todos y cada uno de los miembros del reparto. Los jóvenes debutantes Fionn Whitehead y Harry Styles (del que Nolan asegura desconocer quién era), el aguerrido Mark Rylance en su barco recreativo, el conmocionado Cillian Murphy como víctima del estrés postraumático, el imperturbable Tom Hardy en el aire y el austero Kenneth Branagh que ve culminar su ímproba misión de salvar a casi todos.
Sin embargo, hay algo que no han destacado los críticos, enredados en si la frialdad en la construcción de personajes marida o no con las secuencias espectaculares de batallas aéreas y navales. Y es que el verdadero drama comienza tras el regreso. Ante los vivas de los compatriotas que se han reunido para recibirles, el joven protagonista afirma que tan solo se ha dedicado a sobrevivir. Acurrucados en el tren que les lleva a casa, los dos soldados leen el periódico y se dan cuenta de que sobrevivir no va a ser suficiente contra la etiqueta de la cobardía. El recientemente incorporado “síndrome del impostor” dicen que atormenta a personas que se consideran inmerecedoras del éxito obtenido, y se piensan a sí mismas como un fraude. Estos chicos que fueron a una guerra monstruosa de la cual salen vivos, al menos de momento”, se perderán en comparaciones vanas con aquellos que se sacrificaron por la libertad de su pueblo. En contraposición al clímax de los civiles patriotas que se acercaron a Dunkerque con sus propios barcos a rescatar a sus soldados, qué hicimos nosotros, será la pregunta que les acompañe siempre.

viernes, 21 de julio de 2017

CAMINAR LA CIUDAD

Hasta hace poco, uno se cruzaba con las Señoras Que Quedan Para Andar ( Facebook dice) a horas tempranas en los parques de ciudades del extrarradio y esbozaba una sonrisilla medio cruel medio envidiosa viéndolas marchar con ritmo acompasado seguras de ganar la carrera de la vida sana. En esta sociedad nuestra en cambio constante, las dicharacheras jubiladas se convirtieron sin saberlo en la avanzadilla de la nueva moda: caminar. Brotan en los medios investigaciones que superponen las bondades de andar frente a los riesgos de correr. Si antes la natación era el deporte más completo, buenas noticias para los de secano. Ahora es andar. La industria editorial, siempre a la que salta, ha complementado la apuesta rescatando toda una serie de obras que proporcionan la coartada intelectual perfecta para los enemigos del ejercicio en interiores. Andar: Una filosofía, de Fréderic Gros (Taurus 2014); Walderlust, una historia del caminar, de Rebecca Solnit (Capitán Swing, 2015); o Caminar, dos pequeños ensayos de William Hazzlit y Robert Louis Stevenson en Nórdica Libros,recuerdan que caminar y pensar siempre han sido conceptos muy bien avenidos. Un vistazo a los índices es suficiente para abrumarnos a referencias a cual más elevada, y nos hace preguntarnos si realmente hubo algún filósofo que no utilizara sus pies para poner en marcha su mente. Proliferan las citas de Nietzsche, Kierkegaard, Heiddeger, Rousseau, Thoureau, Withman. Todos ellos originarios de regiones con cientos de kilómetros de bosques disponibles. Todos compartiendo un axioma común: caminar a solas en la naturaleza. Pero puede antojarse demasiado tópico, o inviable, ordenar los pensamientos frente a un valle idílico, o en la cumbre de una montaña. En la ciudad también se puede. Un entorno tradicionalmente hostil para el caminante, cuyas señas de identidad no contribuyen precisamente a la tranquilidad de espíritu. Un reto mayor.
En Elogio del caminar (Siruela, 2012), el profesor francés David Le Breton expone el hecho incontestable de que las grandes ciudades no se hicieron para ser caminadas ,y se remonta a los principios de las redes de transporte y de la industria automovilística para explicar el recelo que sigue causando el que camina. En las ciudades actuales se ha llegado a un acuerdo, que podría resumirse en que se permite el paseo relajado , o la marcha más atlética,en zonas acotadas para ello como parques y jardines, o incluso en las aceras, si el trayecto incluye mirar escaparates.
El recelo y la desconfianza surgen contra los que simplemente van andando, a veces sin rumbo planificado. En este sentido, todos los que hayan caminado alguna ciudad de Norteamérica, se habrán parado ante algún cartel amenazante que advierte de deambular o merodear, o incluso permanecer de pie en los alrededores de un edificio público, o en el interior de zonas residenciales.
La connotación peyorativa de ambas acciones convierte al caminante en sospechoso. Y no digamos si está solo. No hace falta disfrazarse como hacía George Orwell en los barrios de Londres para buscar la verdad, solo permanecer quieto en una esquina más tiempo del estrictamente necesario para observar algo, o pasar dos veces por el mismo sitio sin motivo aparente. Pero las ciudades han de ser caminadas para ser reconocidas, y también para reconocerse a uno mismo en ellas. Otros grandes prefirieron el asfalto a la maleza, como Baudelaire y Balzac. La ciudad como personaje literario nace del relato que el caminante entabla con el entorno vivo y un poco gruñón que le rodea.
Si el tema filosófico o literario no termina de convencer para echarse a la calle, la ciencia acude. Está demostrado , dicen los investigadores, que hay una profunda conexión entre caminar, pensar (y escribir). Aumenta el nivel de concentración, la memoria a corto plazo, y estimula la creación de nuevas conexiones cerebrales.
No por esto, sino presionadas por el cambio de paradigma urbano relativo a las cuestiones medioambientales y al auge del turismo, las modernas ciudades se están volviendo hacia el viandante. Aceras más anchas, mayor cuidado de las zonas verdes, movimientos vecinales y planes municipales facilitan perderse y encontrarse al ritmo que marque cada uno. El ser considerada #ciudadcaminable es un punto a favor para recibir visitantes. Todas las urbes con impulso turístico cuelgan en sus páginas web rutas muy diversas con todo tipo de informaciones, como Barcelona, que organiza circuitos de caminatas para todas las edades (http://www.bcn.cat/trobatb/es/barcelona

sábado, 15 de julio de 2017

CINE: COLOSSAL


El Festival de Toronto del pasado año nos regaló una hermosa muestra de la cara A y de la cara B de la industria cinematográfica. Dos películas de monstruos, las dos dirigidas y guionizadas por españoles, las dos rodadas en inglés, con actores de campanillas, las dos con vocación cosmopolita. Una ligera diferencia presupuestaria: 25 millones frente a 5. Una de ellas se lleva los premios, la taquilla, y sus cuantiosos minutos en los informativos del conglomerado televisivo que ha financiado el proyecto. La otra se estrena casi clandestinamente en España (dos salas en la capital), con un año y medio de retraso. J. Bayona y Nacho Vigalondo fueron pioneros en emprender y marcharse a Hollywood, pero está claro que no le ha rentado igual a uno que a otro. Elucubrar acerca de por qué uno sí y otro no queda para mentes más analíticas y días menos calurosos. Pero está claro que estamos ante un superviviente. Desde aquel corto mítico, 7:39 de la mañana, nominado a los Oscar, Nacho Vigalondo (Cabezón de la Sal, 1977), ha salido a flote en su perseverancia por mezclar géneros con más disparate que cordura, y en la diatriba eterna entre la idea y la materialización de esa idea. Es, además, un pionero de las tempestades de internet, uno de los primeros usuarios célebres de Twitter en ser lapidado y expulsado de los medios por burlarse de asuntos muy, muy serios.http://www.rtve.es/noticias/20110203/nacho-vigalondo-sin-anuncio-sin-blog-pais-comentario-sobre-holocausto-twitter/400859.shtml. Que tiempos los de 2011. Y más aún. Tres años más tarde, pudo experimentar de primera mano la inconsistencia de las promesas juveniles, con Extraterrestre, que debió haber llenado las salas con todos los que afirmaban en las redes estar esperando ansiosamente su estreno.
Así las cosas, el cineasta cántabro ha sabido cultivar su heterodoxia en una suerte de tercera vía intermedia entre quedarse en casa y salir a lo grande. Ya lo consiguió con Open Windows (2014), y lo vuelve a hacer con este Colossal (2016), que representa la consolidación de un estilo y de un manual de intenciones.
Extremadamente beneficiada por una pertinente banda sonora y por la presencia de Anne Hathaway, que leyó el guion justo cuando buscaba dar un giro a su carrera, es esta una historia esbozada en dobles planos. Podemos quedarnos con la primera hora de metraje en su oscilación casi perfecta entre lo sencillo y lo grandioso. O con la revisitación de esas comedias noventeras de treinteañeros que vuelven al pueblo con las orejas gachas y reorientan su rompecabezas vital con lo que dejaron atrás. Aunque los asuntos por resolver de Gloria son de calado más planetario que los de Charlize Theron en “Young Adult” (2011) o los de Matt Dillon en Beautiful Girls (1996). Aquí, el vaso comunicante entre la desazón costumbrista y la catástrofe cósmica es el alcohol. Bajo el mensaje evidente de que las resacas no son buenas, nada tienen que ver sus consecuencias con las de Días de vino y rosas (1962). El alcoholismo cervecero de Gloria, tan americano, provoca más hilaridad que preocupación. Ya nos advirtió Spiderman que un gran poder conlleva una gran responsabilidad, y una gran oportunidad, podríamos añadir. Es lo que descubre el villano, en el sentido medieval de la palabra, Oscar, (Jason Sudeikis) viejoven un tanto bipolar recocido por su mediocre existencia, aunque rehabilitado por su paciencia en las sesiones de tortazos a los que le somete su idealizada urbanita. A esto debe referirse el discurso antimaltrato que han señalado algunos comentaristas. El contrapunto del garrulismo lo pone un exquisito y aún británico Dan Stevens como novio mesurado a la par que príncipe salvador.
Uno de los méritos de la película es, sin duda, obviar el rigor científico que podrían reclamarse a partir del baile iniciático de Gloria en el parque a las 8:00 am. Enredarse en explicaciones laberínticas que jamás contentan a los puristas solo lastra a las ficciones, véanse los grupos de seguidores de El Ministerio del tiempo. La suspensión de la incredulidad ya la tenemos suficientemente ejercitada en la vida cotidiana.

Título original: Colossal
Año: 2016
Duración: 109 minutos
Dirección y Guion: Nacho Vigalondo
Reparto: Anne Hathaway, Jason Sudeikis, Dan Stevens, Tim Blake Nelson, Austin Stowell.
País: EEUU-Canadá-Corea del Sur- España
Música: Bear McCreary
Fotografía: Eric Krees

miércoles, 5 de julio de 2017

JUEGO DE TRONOS Y EL NO FEMINISMO

Alguien dejó caer recientemente en Twitter que los grandes problemas actuales de los españoles eran el paro, la corrupción y los espóilers de Juego de Tronos. Una semana después de terminar la sexta temporada, todos nos preguntamos si es realmente necesario otro artículo más. Si nos dirigimos a los grandes medios, la respuesta es evidente. Mirándose unos a otros de reojo ya desde abril, han abierto sus páginas para las reseñas semanales y, el pormenorizado análisis final. La saturación ha llegado a los comentarios mismos de dichos artículos, tradicionales piedras de toque de los límites de la libertad de expresión y de la fluidez en la lectura comprensiva del ciudadano medio. Así, los comentaristas que opinan en cualquier periódico se dividen entre espectadores airados porque estamos a martes y ya no hay sorpresa que valga, lectores airados porque la cosa ha derivado en el nuevo jardín de los senderos que se bifurcan, e individuos hastiados de algo a lo que han decidido permanecer completamente ajenos, a pesar de las presiones de amigos, vecinos y compañeros de trabajo.
Con todo, la trascendencia del relato es indudable. Y es así por dos cuestiones muy de la post-post modernidad: Primero, la deconstrucción del mito por medio del humor. Parodias videográficas, televisivas, chistes. Solo para iniciados, la recomendación encarecida de las reseñas semanales que ha ido publicando El Mundo Today, quién si no.
Segundo: porque se ha convertido en objeto de estudio de intelectuales y disciplinas varias. Así, Juego de Tronos ha ocupado el lugar del fútbol en el sector de los temas populares que son elegidos por los sabios contemporáneos para teorizar acerca de la condición humana. De igual manera que en los noventa leímos con avidez a Jorge Valdano y a Eduardo Galeano, hoy podemos guardar enlaces múltiples de análisis sociológicos, políticos, psicológicos, literarios, y filosóficos sobre la difícil existencia en Poniente. Parece que Slavoj Zizej no ha escrito nada aún, y los textos de Pablo Iglesias conjugan regular al admirador rendido con el experto en Ciencia Política.

En este sentido, retomo la pregunta inicial, pregunta retórica en sí misma. Sí, son necesarios más artículos sobre Juego de Tronos. Y es así porque hay que seguir probando la capacidad de la serie para ejemplificar los conceptos nuevos o remendados de las teorías sociológicas más en boga.
Esta sexta temporada ha sido, sin duda, la más diseccionada, por cuanto ha supuesto, dicen, un cambo de rumbo, un portazo al dominio del patriarcado. El supuesto “girl power” ha sido titular en todos los medios. Otros más serios, han preferido hablar del “empoderamiento”, que viene a ser lo mismo pero más de temporada de invierno que de primavera.
Aquí viene la segunda pregunta: ¿Realmente han abrazado el feminismo los señores Benioff y Wise, monarcas absolutistas de Los Siete Reinos, tras la abdicación de George R.R. Martin? La respuesta es no. Ni antes era sexista, ni ahora feminista. No hacen falta muchas lecturas para afirmar que las chicas de Poniente son guerreras, siempre lo han sido. Lo que ha tomado el poder en esta temporada ha sido la literalidad de la cuestión. La significación literal siempre ha sido importante en esta historia. Los hachazos son literales, lo son los mensajes que se lanzan en los celebrados duelos dialécticos que jalonan la trama entre muertes, y los que se envían a través del servicio cuervopostal, de funcionamiento suizo. Lo son las decisiones de Cersei Lannister (“I choose violence”). Literalmente, las mujeres han adquirido más cuota de poder, pero a costa de imitar las conductas más reprochables del patriarcado. Dejemos a Cersei y su querencia a la pirotecnia, y a Daenerys y las crucifixiones disuasorias para esclavistas. Hablemos de Margaret Thatcher y Ángela Merkel. Mujeres con un poder literal de gestión y de gobierno, que no han sido consideradas como el epítome del feminismo, precisamente. Son ellas los modelos de mujeres poderosas a las que más se asemejena los renovados personajes femeninos de estos últimos episodios. Dos de los momentos más empoderados de la temporada han sido de Yara GreyJoy, autoproclamada heredera de las islas del Hierro con el apoyo resignado de su hermano Theon. Y lo han sido por insinuar y luego mostrar su condición sexual. Las redes los han aplaudido efusivamente como símbolo de la liberación femenina, pero ya sabemos que en esta serie, la alegoría no se estila, y las escenas del burdel, tan denostadas en el pasado, parecen más la materialización de alguna fantasía típica de algún guionista solitario. Melissandre aún no ha lavado del todo su imagen, aunque las brujas sí están siendo rehabilitadas dentro de algunas corrientes actuales de pensamiento como figuras de transgresión.
Si hablamos de las nuevas generaciones, ha quedado claro que Arya Stark no debiera ser un ejemplo a seguir por las mujeres oprimidas. Su preocupante tendencia a la psicopatía ha cristalizado, y sus víctimas son ya tantas que acapara las elipsis, tan escasas en las distintas tramas. La nueva gran esperanza se llama Lyanna Mormont. Una niña de diez años que se hace escuchar en salas llenas de curtidos soldados, digna heredera de una madre que muere en primera línea de batalla.
Mientras, siempre nos quedará Brienne. Mi razón quizá poco feminista, espera aún que su peripecia termine junto a Jaime Lannister, retirados los dos en alguno de sus castillos.

En paralelo a las discusiones sociológicas, se ha llamado la atención al progresivo aumento del número de espectadoras de la serie. Los mismos analistas sorprendidos con la cantidad de mujeres aficionadas a los videojuegos. Menuda sorpresa. Es probable que George Martin no conozca los cantares de gesta, por más que reivindique las influencias medievales de su universo para defenderse de las acusaciones respecto al tema que nos ocupa. Ya los juglares tenían muy presente la necesidad de captar el mayor público posible, y es eso lo que la serie hace. Igual que en el Poema del Cid, hay escenas para todos los públicos con niños incluidos, escenas de batallas sangrientas con las que gritaban los lugareños, y escenas para remover los sentimientos destinadas a las damas. Parece que ya está todo inventado. En Juego de Tronos, como en otras sagas más contemporáneas, las mujeres dan un paso al frente para defender su nombre, y su familia. Son mujeres fuertes que entierran las cualidades típicamente femeninas de las que se las supone depositarias. Quizá lo verdaderamente rompedor sería mostrar al héroe haciendo gala de algunas de ellas. El Cid del Cantar lloraba. A Jon Snow le ha faltado poco.

domingo, 2 de julio de 2017

CINE: SELFIE (2017)


La justicia poética es un concepto difuso que ha dado nombre a algún ensayo y a alguna película. Implica un aparente triunfo del bien sobre el mal que reconforta y renueva nuestra fe en el orden cósmico. Pues bien, a mi juicio, el nuevo trabajo de Víctor García León después de la excelente Vete de mí, es una a ratos enloquecida oda a la justicia poética. Cuántas veces el pueblo llano, extenuado ya de indignarse y de meter rodajas de chorizo en los sobres electorales no ha deseado las desventuras del protagonista para sus élites extractivas. Lo que ocurre es que el escarmiento y el placer de la desubicación y el desconcierto del otro se limita al principio de la peripecia. La capacidad de adaptación del ser humano es infinita, de ahí su éxito. Los que viven en la cumbre de la cadena trófica pueden sobrevivir en la base.
La historia de un pijo de manual que se ve desahuciado literal y socialmente de su área de seguridad debido al encarcelamiento de su padre corrupto exige en su desarrollo altas expectativas. Uno de los aciertos de la película es la importancia de la forma. El término “mockumentary” de movedizas líneas entre realidad y ficción, se coronó televisivamente con The Office y Modern Family, pero en en España, definitivamente, con aquel Salvados sobre el 23-F. Aquella noche debe servir aún para el cuñadismo de las nochebuenas (yo no me creí nada, desde el primer momento se veía el truco y tal). Las cámaras de Selfie no aparecen nunca pero son omnipresentes. A ratos complacientes, a ratos molestas como paparazzi, se rebelan en el momento en el que debieran haberse replegado. Ese punto de giro en el que Bosco, con cara de circunstancias, mira al objetivo tras haber sido expulsado de su máster, después de habernos regalado un tour por el lugar en el que “ocurre la magia”. Una persona corriente habría necesitado intimidad para digerir los golpes que se van sucediendo, pero el contrato social de Bosco con sus seguidores (nosotros), impera. Y es a partir de entonces cuando las ansias de justicia social no van siendo recompensadas, porque Bosco es un superviviente, como corresponde a los de su clase. En este ambiente de incómodo voyeurismo, comprobamos también la derrota de la dialéctica. En una sucesión de réplicas y contrarréplicas, (“reventar”, “qué vais a reventar vosotros”, “no habéis reventado ni el bipartidismo”) y en confesiones que de tan sinceras provocan la carcajada estupefacta (“el machismo es lo peor de todo”, “debajo solo está el abuso sexual”), (“Mi padre es feminista, aunque no lo sabe”, “todos hemos ayudado a nuestra madre a vivir su vida”). García León nos presenta a un ser tan repulsivo en su superioridad que no desdeña ni un tic. Muy reveladores son los momentos “pijolácteos”. Una combinación del extraterrestre Gurb en la odisea del extrañamiento y del maniqueísmo que exhiben los personajes de Patria.
Del otro lado, el retrato sarcástico y dolido de una juventud tan reivindicativa como ingenua. Esta misma temporada ha pasado fugaz por la cartelera Ranas (Igelak), de Patxo Tellería, una comedia vasca de similar punto de partida y que resulta fallida e intrascendente por su rumbo buenista. Un rumbo que Selfie va sorteando muy inteligentemente.
Santiago Alverú borda al infortunado antihéroe y se beneficia de un reparto de secundarios bien conocido en el mundo teatral, y del que sobresale la activista encarnada por Macarena Díaz en un cóctel maestro de tópicos, realidades y destellos de ese humor tan ofensivo solo en las redes.

SELFIE (2017)
PAÍS: España
DIRECCIÓN Y GUION: Víctor García León
FOTOGRAFÍA: Eva Díaz
REPARTO: Santiago Alverú, Macarena Díaz, Javier Caramiñana, Alicia Rubio, Pepe Ocio.
DURACIÓN: 87 minutos.
GÉNERO: Comedia, Falso documental
Premio de la Crítica y Mención Especial del Jurado en el Festival de Málaga 2017.

sábado, 1 de julio de 2017

LIBROS: Párpados

PÁRPADOS, de TONI QUERO

Huir, dormir, tal vez soñar. La abulia, la inercia, el hastío, el tedio, el spleen ha sido desde siempre un persistente efecto secundario de la introspección, el autoanálisis, de los estómagos llenos y las lecturas excesivas. Un problema del primer mundo,que ahora llamaríamos. Recetas paliativas nos da la literatura y sus adyacentes, que pueden resumirse en dos: Exilio interior modelo Andrés Hurtado o exilio exterior marca Dean Moriarty. Ambas modalidades tienen mala combinación con la otredad: la presencia del otro genera frustración al no cumplirse el horizonte de expectativas. Hay viajes que uno ha de hacer solo, por más que el multiverso del turismo se empeñe en lo contrario.
El debut narrativo del poeta Toni Quero, galardonada con el III Premio Dos Passos a la mejor primera novela , se planta ante varios cruces de caminos y escoge en todos la ruta más pedregosa. Documenta el viaje compartido de una joven pareja en distintos puntos de su peripecia vital pero con idéntico deseo de reinicio. Nos propone que prosa y poesía compartan habitáculo, contando una historia recurrente con brevedad, sutileza y un lirismo alejado de las luces de neón. Opta por el discurso fragmentario en una narración lineal en su literalidad de carretera. Imbrica una serie de elementos fijos en cada capítulo que reproducen las rítmicas rutinas que serán familiares a los viajeros de largo alcance. La motocicleta, la playa, la ciudad, los variados refugios, la búsqueda del propio arte en las cosas pequeñas, las correctas interacciones sociales, la lluvia, son las líneas maestras en las que se esboza el largo trayecto que emprenden con poco equipaje del que uno hace y deshace, y demasiado del que no se puede dejar en una cuneta. Los elementos prototípicos del viaje como construcción personal se suceden junto con detalles innecesariamente reiterados (rodar, la dieta de conservas y tostadas). Las curvas sinuosas de la trama parecen brotar del cuaderno de dibujo de la joven artista Duna, consagrada a un autorretrato que no termina de conseguir. Meta que también se le resiste a su compañero, que se obstina en fotografiarla una y otra vez sin lograr aprehender su alma. Profundamente contemporánea en su esencia, la novela no renuncia a pinceladas clásicas del género. Kilómetros pisados a fondo en carreteras secundarias, alojamientos cutres, la gasolina como madre nutricia, experiencias pasadas que repiten y regresan al paladar con un sabor descompuesto. Paréntesis desdibujados, la vida como una imagen en blanco y negro que se reescribe y se borra, superponiendo trazos.
En el lenguaje literario, la metonimia es una figura retórica de pensamiento que consiste en designar una cosa con el nombre de otra con la que existe una relación de diversa índole. La sinécdoque es una variante de la metonimia que toma una parte para aludir al todo. Es esta una novela metonímica en su definición: personajes y paisajes se esbozan desde lo particular, desde el detalle. Los jóvenes protagonistas escapan al estereotipo del romántico torturado eludiendo desahogos emocionales y dejando rastros de sí mismos en sus referencias e intereses, en los lugares que eligen para mostrarse. Murnau y Renoir como humildes contribuyentes, los lápices y las lentes de la cámara como intermediarios en la interpretación de una realidad que se atraganta. Aunque sí hay huella romántica en la percepción del paisaje. La historia fluye mejor en esas playas solitarias del norte, en su soledad fotogénica, tan alejadas del concepto mediterráneo, que en las aceras de París. En ese verano tan suyo, el nublado interior de la pareja encaja. En el final de Madame Bovary, Charles no entiende por qué sigue luciendo el sol después de su desgracia, demostrando así el prosaísmo que tan infeliz hizo a su esposa. Esta es la diferencia.

Párpados, de Toni Quero. Galaxia Gutenberg, 2017. 219 páginas.