cabra

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domingo, 9 de julio de 2023

UPON ENTRY (LA LLEGADA)

 

Es verano. El momento pautado para que millones de trabajadores desenfunden su derecho a tener el mundo a su alcance. Nos lo hemos ganado, y lo dice el convenio. Asumimos el precio a pagar en forma de horas gastadas esperando en estaciones y aeropuertos, afrontando trayectos cada vez más incómodos , todo por un cambio. De paisajes, de rutinas, de caras. “Desconectar” unos cuantos días para permanecer conectados sin incidencias el resto del año. Routers.

Pero, además de nuestro tiempo,¿qué precio estamos dispuestos a pagar por unos selfies en Time Square y por un sello más  en el pasaporte?

Como bien saben los espectadores de Control de Fronteras en sus diversas variantes, el turista común no tiene mucho que perder, salvo algún embutido defectuosamente oculto en la maleta. El mal rato se pasa ante la pantalla del ordenador, rellenando los formularios de entrada de mellizos nombres (ESTA, ETA), y , a lo sumo, ante en el puesto  policíal correspondiente.  Por eso, la experiencia que se narra en la película de Alejandro Rojas y Juan Sebastián Vasquez sonará extraterrestre a casi todos los espectadores, que asisten incrédulos a un escarpado ejercicio de tensión y suspense sostenidos tan solo mediante la palabra. Aquí puede que radique el punto débil de su construcción narrativa. Los protagonistas no van a pasar una semana en Manhattan sino que pretenden quedarse y prosperar.  En nuestra parte del metaverso, cualquier persona puede participar en la lotería de la Green Card inscripción mediante, ganarla en buena lid, hacer las maletas y vivir en el paraíso americano como residente de pleno derecho. Eso es lo que quiere hacer Elena, bailarina de Barcelona. Bruna Cusí imprime a su personaje todos los matices esperables en alguien que pasa por todas las emociones posibles en menos de cuatro horas. El problema de Elena es su pareja, Diego, urbanista venezolano en paro, con una historia personal que se va desvelando capa a capa, y que provoca en el espectador una empatía inicial que se va perdiendo. Alberto Ammán (premiado en el Festival de Málaga) transmite fenomenalmente la demolición inevitable  del personaje, ya acreedor desde el inicio de cierta antipatía por su aire nervioso y despistado, nada recomendable cuando uno afronta un viaje a ultramar.

Fue Felisberto Hernández, un cuentista olvidado del Modernismo, quien pone en el mapa literario la relación entre el horror y lo cotidiano. Desde Nadie encendía las lámparas, su texto más logrado, todo espacio y todo segmento del día puede procurarnos arritmias y desazones. Qué decir de un aeropuerto, uno de esos no lugares plenos de oxímoron. Tan accesibles y restringidos.  Tan masificados y tan solitarios.

 

El guion, milimétrica sincronía de cada revelación con cada cambio emocional en los personajes, recuerda a otra historia reciente de terror en lo cotidiano, El castigo, de Matías Bize. En ambas, en menos de 90 minutos, personas de una normalidad vital estándar se ven envueltas  en una situación a cada segundo más angustiosa en la que su capacidad de decidir desaparece en manos de otros. Esos otros, en ambos casos, son agentes de la ley. Una mujer y un hombre. Una no casualmente latina (Laura Gómez) y un no casualmente yanqui (Ben Temple). El espíritu de Josef K asiste al desigual intercambio comunicativo que, gota a gota, va despojando a los audaces migrantes de su intimidad, de sus deseos, de sus secretos. Y nosotros, frente al espejo.

 

UPON ENTRY

País: España Año: 2022  Duración: 75m.

Dirección: Alejandro Rojas y Juan Sebastián Vasquez .

Guion: Alejandro Rojas y Juan Sebastián Vasquez.

Reparto: Alberto Ammán, Bruna Cusí, Laura Gómez, Ben Temple.

Fotografía: Juan Sebastián Vasquez.

Género: Thriller psicológico.

 

sábado, 1 de julio de 2023

PISCINOSOFÍA. EL VERANO HECHO LIBRO.


Un piscinósofo no compite por las tumbonas a pie de escalerilla, ni deja tirada la toalla chillona sobre el objeto de su deseo. Tampoco es amigo de las meriendas ruidosas ni del acuagym. La disyuntiva playa/piscina no ha lugar. Nunca debió existir, de hecho. El glamour y los chapoteos no casan con la arena y las algas. A una piscina no se va a entrenar para las Olimpiadas. El nado debe ser lento, fluido y deleitoso, o no ser. Un piscinósofo lee y ve a los clásicos, prefiere bañador a bikini y aprovecha cualquier resquicio para completar su lista de piscinas por el mundo. Un peregrinar de matices más intensos que el del fan arquetípico de Bruce Springsteeen, por ejemplo.

Puede que el azul piscina no tenga código asignado en el Pantone, pero a quién le importa si ya están las obras de Hockney,  las películas de Esther Williams o  Burt Lancaster en la piel y el bañador del relato de Cheever. De estos iconos de la cultura popular y de muchos otros versa Piscinosofía, un tratado acuático y desordenado sobre piscinas reales e imaginadas, un evidentemente refrescante ensayo/crónica de la periodista y piscinósofa Anabel Hernández, muy bien documentado y pasado por el tamiz de la autobiografía, como corresponde a estos tiempos. La imagen de cubierta, un fragmento de The Lookout, de Michele Poirier, encapsula las sensaciones cosustanciales a cualquier ser de bien en ese glorioso contexto.  Las páginas de este tratado destilan un aroma vintage  similar a la de Agua y Jabón, apuntes sobre elegancia involuntaria, de Marta D. Riezu, toda una revelación en las listas de ventas del pasado curso. Ambos conforman un dúo de homenajes a la vida en cámara lenta y pose decadente barrida de nuestra percepción del mundo mucho antes de la llegada de los audiovisuales de máximo tres minutos, Piscinosofía es la prima upper class de los habitantes del también multireeditado La España de las piscinas, de Jorge Dioni.

La autora exhibe sin ningún temor a represalias su deambular laboral por piscinas de todo el mundo y de todo pelaje. Se blinda con un prólogo que intenta convencernos de que este "no es un libro de piscinas", igual que el arcipreste de Hita y su concepto del buen amor. Le haremos caso mientras paseamos por los bordes de todas ellas. La que yace escondida en una villa de La Toscana.  La sorprendentemente desconocida del Cañaveral de León, en Huelva. Las privadísimas de exclusivos alojamientos rurales. Las de autor, como la de William Hearst o la de La cuadra de San Cristóbal en México. Pero el grueso de la exploración recae en piletas más democráticas. Accesibles en mayor o menor medida a cualquiera que disponga de gorro, toalla y monedero. Algunas ya inexistentes, testigos de tiempos más desprejuiciados que se presumían tan eternos como abrupto fue su final. Resulta que fue la Inglaterra decimonónica la que construyó la primera piscina pública para la práctica natatoria más que para el esparcimiento. Le siguieron recintos míticos como la Molitor de París. Páginas sentidas y merecidas se lleva La isla del Manzanares, proyecto arquitectónico hijo de la República,  arrasado durante la guerra, reconstruido y vuelto a derruir por el règimen franquista. 

De leve madrileñocentrismo adolece la lista, si bien el lector siente punzadas de nostalgia ante la descripción de piscinas que nunca podrá catar, como la Stella en Arturo Soria, o la fantasmal de las Torres Blancas, en las que la autora/investigadora se cuela con la artimaña de ir buscando piso. De las que sobreviven, la de la Universidad Complutense, una suerte de sede central para Anabel, y la del antaño Parque Sindical, desmesurada y fundamental en la sociología del urbanismo del siglo XX. De poderosa atracción son las piscinas urbanas que son a la vez obras de arte, como la Amalienbad en Viena, o las Dos Mares en Oporto. Las fotos que busquen por ahì no hacen justicia. 

Como una se considera también piscinósofa sin etiqueta, me aventuro a completar la lista con la Kitsilano Pool, en Vancouver, y con alguna de las piscinas de Nueva York en las que la autora confiesa nunca haber metido el pie durante sus años de estancia. Son gratis. 

ANABEL VÁZQUEZ: PISCINOSOFÍA. LIBROS DEL K.O. 2023. 176 PÁGS.