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jueves, 31 de octubre de 2019

MALAKA: MÁLAGA NECESARIA




Antes de que Málaga deviniera en el Silicon Valley europeo, en parque de museísticas atracciones, en zona cero de la gentrificación, en ciudad anfitriona de los Goya 2020, los espectadores ya conocíamos la pantanosidad de territorios como Palma Palmilla, Callejeros mediante. El empeño de algunos pocos en mostrar  las costuras de la urbe persistió en Sur, la novela de Antonio Soler, aquí reseñada. Faltaba sin embargo, el gran relato televisivo/cinematográfico, y este ha llegado sin ambages de la mano del Ministro del Tiempo Javier Olivares a partir de una idea de Daniel Corpas y Samuel Pinazo, con el también ministérico Marc Vigil en la dirección.
Las primeras impresiones tuiteras confirmaron que estábamos ante una rareza, previsiblemente bendecida por la crítica y con desigual comprensión por parte del público. RTVE juega a ser HBO, rezaban incluso algunos titulares. Lo cierto es que estábamos ante una historia exigente en fondo y forma que dejó claras sus intenciones desde el inicio. Una presentación sin concesiones, unos personajes que ahuyentan toda posible identificación o empatia, días desabridos, noches en vela. Dos tramas principales que van dejando afluentes sin aparente conexión hasta bien entrada la segunda mitad de la serie, silencios incomprendidos por los televidentes telecinqueros que esperaban otro El Príncipe, y crédito total de la fanmedia ministérica. Malaka ha sido una historia antipática de seguir. Francamente incómoda en momentos puntuales, ha ido dejando sus miguitas de pan para los que han sabido esperar y prefieren ir por caminos pedregosos antes que por calzadas. La comparación con el último éxito de ficción de la cadena pública, La caza: Monteperdido, se antoja productiva para entender los méritos y audacias de Malaka, que empeña su aliento en huir de las convenciones del género policial. De sus moralinas y sus moralejas. La pareja protagonista: ejemplar policía corrupto pero imprescindible para zambullirse en las tripas de los bajos fondos, eficaz correa de transmisión, respetado y temido por los malos, despreciado por los buenos. Ejemplar inspectora de oscuro pasado y tenebroso presente que vuelve a sus orígenes para investigar la desaparición y posterior muerte de la única hija de rico empresario local. No se enrollan, no se odian, no salen juntos de copas, no evolucionan según el seguidor querría. Es solo un ejemplo de la cantidad de ocasiones en las que los guionistas dan esquinazo a la rutina. Salva Reina, hasta ahora actor cómico, vuelve del revés el arquetipo y ofrece un máster en jerga y cultura de supervivencia. Maggie Civantos se pasa al lado de la ley y compone el retrato de una agente escurridiza que no se maneja en la felicidad doméstica.
 Ambos actores malagueños, como el grueso del reparto. Nada de acentos impostados, y alguna queja de los mismos que se quejaron del sevillano en La Peste. Exigencia en fondo y forma.
Los secundarios, encabezados por un hermético Vicente Romero que pasa a protagonista en los capítulos finales; siguiendo por los narcos de primera, segunda y tercera división, la fría matriarca y su impulsivo hermano. El entramado societario de gitanos, moros, locales, forasteros que conforman una telaraña que devoraría al incauto turista que errara su ruta. Un microcosmos sin chirridos de ruedas de maletas.
El homicidio solo es un pretexto para ofrecer, o mejor aún, arrojar a a la cara del acomodado televidente, un fresco de rutinas delincuenciales sin asomo de glamour, ni elipsis ni anestesia.  Incluso las fiestas de alto copete en la mansión Castañeda regalan más sordidez que encanto.  No sentimos deseos de compartir esos banquetes de hamburguesas a un euro. Las aspiraciones legítimas de prosperar, cada cual en su campo, se convierten en fracasos. Solo salen indemnes los personajes sin ambición, resignados al fatum, que ni el fútbol inglés puede sortear. Quizá es que no lo intentaron con ahínco, ni repasaban cada mañana frases inspiradoras.
MALAKA (2019). 
Ocho capítulos. Duración: 50 minutos. 
Disponible en RTVE.es

domingo, 6 de octubre de 2019

MIENTRAS DURE LA GUERRA


Mientras Hollywood no deje de hacer películas sobre Vietnam, hay margen para la guerra civil en el cine español, podría replicarse a los que se quejan, suspirando. Más aún cuando no es mera obsesión artística ni arqueológica, sino tozuda actualidad que se nos mete a diario y nos distrae de temas más festivos como la alegría de los hosteleros mediterráneos por este verano eterno. 
Alejandro Amenábar vuelve a rodar en español para ofrecernos una recreación más sobria de lo esperado de aquellos primeros meses de incertidumbre, de movimientos de tropas y despachos, de ejecuciones sumarias, de gentes incrédulas que no saben pero empiezan a intuir. Un estallido, bélico o no, suele ser precedido de una mecha larga. 
Coincidencia o estrategia, el sábado posterior al estreno era el aniversario de la toma del Alcázar de Toledo, y el domingo, día de nacimiento de Don Miguel de Unamuno. Bien cuadradas las fechas, el público asiste, sin soniquetes móviles ni palomitas, al relato de aquellos días de embrionaria infamia. La presencia poderosa de don Miguel, reencarnado en Karra Elejalde, vascos enfáticos los dos, envuelve el metraje. Una composición opuesta y complementaria a la de José Luis Gómez en La isla del viento (2015), centrada en los años de exilio en Fuerteventura. Los que apenas le recuerdan vagamente de estudiárselo para Selectividad, o los millenialls de furia tuitera encontrarán que su figura encaja peligrosamente en el molde del fascista versión 2.0, pongamos nivel medio. Sus ataques a la Segunda República, su adhesión inicial al Alzamiento, el manifiesto universitario que suscribe, antes de caerse del guindo y ver detenidos a sus dos mejores amigos: su discípulo Salvador Vila (eficaz Carlos Serrano-Clark) y el pastor protestante Atilano Coco (Luis Zahera). Otros dirán que fue el primer gran equidistante, del que aprendieron Jordi Évole o Juan Soto Ivars. 
Los que hayan leído sabrán perfectamente que de eso nada. Que lean unos y otros Del sentimiento trágico de la vida, texto fundacional del existencialismo español y entenderán las feroces disyuntivas en las que se movió toda su vida, más la obligación moral de criticar todo lo criticable, viniendo de donde viniera, sin comprar packs ideológicos, como ahora toca si uno no quiere ser tachado de tibio. 
Las boutades declaratorias de director y protagonistas durante la promoción de la película no se traducen, por suerte, en mensajes teledirigidos. Mal que les pese a los fascistas, esos sí, que sabotearon una de las proyecciones en Valencia. Falta de comprensión textual, sin duda. 
En Madrid quedarán las risas del respetable cada vez que El Generalísimo, nombrado jefe del Estado "mientras dure la guerra" entraba en escena. Revanchismo del primer mundo. El poco conocido Santi Prego no cae en la caricatura y proporciona a partes iguales risas y escalofríos. Los que le rodean, le dan los parabienes y acaban sintiéndose un poco timados, funcionan de efectivos secundarios. Luis Bermejo como Nicolás Franco, Tito Valverde como el general Cabanellas, por ejemplo.
La parte histriónica se la lleva el hiperactivo Eduard Fernàndez. El auténtico villano de la función. Millán-Astray, que se presenta a sí mismo como "El glorioso mutilado", y que sale escaldado de la Historia al intentar batirse en duelo dialéctico con el intelectual más respetado del país. Este episodio conforma el clímax de la narración. Pareciera que todo el entramado hubiera sido puesto en pie solo para llegar al momento indeleble del discurso. No esperen lecciones históricas ni se indignen por eso lo dijo/eso no lo dijo. El enfrentamiento está magistralmente rodado, los ánimos que se caldean a la vez que habla el todavía rector, el retrato de los legionarios que, de estar sentados como niños buenos pasan a ser criaturas sedientas de sangre da casi miedo. Esa mano salvadora.
Y en estos enfrentamientos heteropatriarcales, toca reivindicar también a los personajes femeninos, variados y de dispar suerte. Las hijas de Unamuno (Inma Cuevas y Patricia López Arnáiz) que representan en la pantalla a una numerosísima prole de nueve hermanos, son el perfecto retrato de moderna mujer republicana, con ideas propias y extensa cultura y compromiso, a la vez que el báculo de una vejez reacia a la jubilación. La breve aparición de Nathalie Poza como viuda del alcalde de Salamanca ahonda en las salvajes contradicciones que aquejaron el alma de un intelectual que fracasó en su misión de enmendar España, como todos los que lo han intentado.

MIENTRAS DURE LA GUERRA (2019) 107 minutos
Dirección: Alejandro Amenábar
Guion: Alejandro Amenábar y Alejandro Hernández
Fotografía: Álex Catalán
Música: Alejandro Amenábar
Reparto: Karra Elejalde, Eduard Fernández, Santi Prego, Inma Cuevas, Nathalie Poza, Patricia López, Luis Bermejo, Tito Valverde, Carlos Serrano-Clark, Luis Zahera.