cabra

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lunes, 6 de noviembre de 2017

A GHOST STORY (2017)


Dicen que dijo Augusto Monterroso que solo había tres temas en la historia de la literatura: el amor, la muerte y las moscas, esto último entendido como el paso del tiempo. Y otro alguien, que la línea entre lo sublime y lo grotesco es cada vez más fina. A Ghost Story, último trabajo de David Lowery (Peter y el dragón), hilvana las tres eternas cuestiones aunando sencillez y complejidad, abstracción y materia, literalidad y oxímoron. Pero también exige del espectador una predisposición muy concreta para conectar emocionalmente con la propuesta. El austero título preludia la economía narrativa de la historia, aparentemente pequeña y común, con unos personajes vistos en el abrupto final de la cotidianeidad de sus vidas. Es una historia de fantasmas, sí, pero nadie se llama a engaño. ¿Vienes preparado para llorar?-Le pregunta un espectador a su acompañante. Pero no es necesario. Sin alharacas, ni sobresaltos sobrenaturales, ni videntes entregadas, sin melodías encadenadas ni clases de cerámica, es enorme el mérito de un guion que nos hace ver como lo más normal del mundo la pervivencia de un algo más allá de la muerte. Una presencia que está y se hace notar solo en ocasiones. Con la simplicidad y sutileza de los buenos cuentos, el despertar del protagonista fantasmagórico a su nueva vida es puro deleite visual. Y para dibujar a un fantasma en una época repleta de ellos, qué mejor que volver a los trazos más primitivos. Cubierto por una sábana con sus correspondientes agujeros camina Casey Affleck por la que nunca dejará de ser su hogar.  Habitáculos anodinos que se transforman en una suerte de Casa tomada. Su deambular por un espacio cambiante es de un patetismo mortecino. Atrapado en un tiempo elíptico, cualquiera de nosotros preferiría el fuego eterno antes de ver al ser amado pasar a velocidad variable las etapas del duelo, coronadas necesariamente por el olvido. El silencio es atronador, y sus preguntas sin posibilidad de respuesta resuenan como la vajilla destrozada cuando la ira es la única reacción posible. Es esta una historia de dos, y la otra parte es ella, la chica prematuramente abandonada, la solidez lánguida de Rooney Mara en un quizá demasiado frío proceso que pone a prueba la paciencia y la empatía. Algunos tacharán de pretenciosidad “indie” emplear cinco minutos de metraje para mostrar la deglución de un pastel, típica cortesía anglosajona en estos casos. Otros lo entenderán como inspirada metáfora de todos los sentimientos encontrados que brotan sin control después del trauma. En cualquier caso, estamos ante un relato desolado y despojado, sin más concesiones al sentimiento que una mano envuelta escarbando en un tabique. Planos conmovedores y risibles a la vez, y un desenlace hermanado con la teoría de las dimensiones paralelas, inverosímil, o el único posible. Como la existencia humana en general.