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domingo, 18 de diciembre de 2016

CINE Y EDUCACIÓN

PELÍCULAS PARA LA EDUCACIÓN

El cine y las aulas han gozado de una buena relación desde siempre, si bien más provechosa en el celuloide que en los pupitres reales. En estos años de leyes y contraleyes, parece unánime el acuerdo en dejar espacio a las nuevas narrativas, aunque el cinematógrafo irrumpió hace tiempo. El profesional docente se ha visto inmerso en una guerra de gurús y pedagogos, que marcan caminos dispares, y por eso se agradecen iniciativas didácticas como la que nos ocupa. Nos encontramos ante una propuesta original en cuanto a su punto de partida, y sobre todo, en cuanto a su planteamiento estructural y temático. No se trata tan solo de ver cine, algo al alcance de cualquiera en cualquiera de sus formatos. Y más aún, no se trata tan solo de aprender viendo cine, como reza la primera premisa del subtítulo, sino de la segunda, aprender a ver cine. La adquisición de una mínima cultura cinéfila es facilitada por el completo glosario de las páginas finales. Es sorprendente comprobar como incluso, estudiantes que se declaran futuros actores o técnicos, lo desconocen todo.
Para materializar ambas premisas, una guía entre ambiciosa y audaz que agrupa por temas y subtemas un amplio número de largometrajes de calidad y trascendencia contrastadas. Dos de ellos minuciosamente analizados en cada subtema, representan dos maneras diferentes de abordar el asunto. Son especialmente valiosos detalles como la reproducción de fotogramas y secuencias temporales pertinentes para su comentario. Este enfoque de la exégesis narrativa es el punto más realista en esta obra colectiva de raíz inconfundiblemente universitaria. Porque es tradición que los acercamientos pedagógicos que se producen desde el ámbito de la educación superior a la secundaria adolezcan casi siempre de experiencia sobre el terreno, o las trincheras, depende. Esta guía de título contundente no se libra del exceso de optimismo. El prólogo minucioso es a la vez una declaración de intenciones que choca con los corsés que mantienen al borde de la asfixia a los niveles obligatorios de la enseñanza. No solamente la carencia de medios materiales que impide el aprovechamiento exitoso del producto, es decir, la proyección íntegra o fragmentaria de las películas. La carencia de ese bien tan evanescente que es el tiempo, devorado literalmente por los crecientes currículos, hace que desaparezca el sentido global del planteamiento, que bien podría abarcar un curso entero. Y no hay que subestimar la propia formación e intereses del docente, que no dispone en los planes al efecto de otras disciplinas que no sean los idiomas y las nuevas tecnologías. La transversalidad de los temas y películas invita sin duda a la cooperación entre asignaturas, pero de nuevo se hace necesario cuadrar varios círculos.
En el prolijo sumario, llama la atención la audacia, hablando desde la trinchera, de atreverse con el sexo. Dos películas que, en su primer visionado, no parecen tener a una clase llena de heterogéneos adolescentes como público objetivo.
Por otra parte, se echa en falta la representación del cine documental, de enorme pujanza hoy día, y enormemente efectivo en según qué contextos. Queremos pensar que hay vida más allá de Youtube.
Y por qué no, aplaudir el homenaje a la metanarrativa del aula, aunque sea a través de la historia que más ha contribuido a difundir la imagen utópica del profesor como alguien que te cambia la vida.
En el prólogo, el grupo de investigación de la UPV habla de instaurar una “pedagogía de la mirada” para contrarrestar la saturación de imágenes a los que los cerebros en formación se ven expuestos. “Películas para la educación” es un empuje de mérito indudable, sobre todo para aquellos docentes en busca de motivación y alumnos que no se desaniman al comprobar la duración de los metrajes.
* “Películas para la educación” (aprender viendo cine, aprender a ver cine). Iñigo Marzábal y Carmen Arocena (eds). Cátedra (Signo e Imagen). 2016. 420 páginas.