El cine y las aulas han gozado de una buena relación desde siempre,
si bien más provechosa en el celuloide que en los pupitres reales. En
estos años de leyes y contraleyes, parece unánime el acuerdo en dejar
espacio a las nuevas narrativas, aunque el cinematógrafo irrumpió hace
tiempo. El profesional docente se ha visto inmerso en una guerra de
gurús y pedagogos, que marcan caminos dispares, y por eso se agradecen
iniciativas didácticas como la que nos ocupa. Nos encontramos ante una
propuesta original en cuanto a su punto de partida, y sobre todo, en
cuanto a su planteamiento estructural y temático. No se trata tan solo
de ver cine, algo al alcance de cualquiera en cualquiera de sus
formatos. Y más aún, no se trata tan solo de aprender viendo cine, como
reza la primera premisa del subtítulo, sino de la segunda, aprender a
ver cine. La adquisición de una mínima cultura cinéfila es facilitada
por el completo glosario de las páginas finales. Es sorprendente
comprobar como incluso, estudiantes que se declaran futuros actores o
técnicos, lo desconocen todo.
Para materializar ambas premisas, una guía entre ambiciosa y audaz
que agrupa por temas y subtemas un amplio número de largometrajes de
calidad y trascendencia contrastadas. Dos de ellos minuciosamente
analizados en cada subtema, representan dos maneras diferentes de
abordar el asunto. Son especialmente valiosos detalles como la
reproducción de fotogramas y secuencias temporales pertinentes para su
comentario. Este enfoque de la exégesis narrativa es el punto más
realista en esta obra colectiva de raíz inconfundiblemente
universitaria. Porque es tradición que los acercamientos pedagógicos que
se producen desde el ámbito de la educación superior a la secundaria
adolezcan casi siempre de experiencia sobre el terreno, o las
trincheras, depende. Esta guía de título contundente no se libra del
exceso de optimismo. El prólogo minucioso es a la vez una declaración de
intenciones que choca con los corsés que mantienen al borde de la
asfixia a los niveles obligatorios de la enseñanza. No solamente la
carencia de medios materiales que impide el aprovechamiento exitoso del
producto, es decir, la proyección íntegra o fragmentaria de las
películas. La carencia de ese bien tan evanescente que es el tiempo,
devorado literalmente por los crecientes currículos, hace que
desaparezca el sentido global del planteamiento, que bien podría abarcar
un curso entero. Y no hay que subestimar la propia formación e
intereses del docente, que no dispone en los planes al efecto de otras
disciplinas que no sean los idiomas y las nuevas tecnologías. La
transversalidad de los temas y películas invita sin duda a la
cooperación entre asignaturas, pero de nuevo se hace necesario cuadrar
varios círculos.
En el prolijo sumario, llama la atención la audacia, hablando desde
la trinchera, de atreverse con el sexo. Dos películas que, en su primer
visionado, no parecen tener a una clase llena de heterogéneos
adolescentes como público objetivo.
Por otra parte, se echa en falta la representación del cine
documental, de enorme pujanza hoy día, y enormemente efectivo en según
qué contextos. Queremos pensar que hay vida más allá de Youtube.
Y por qué no, aplaudir el homenaje a la metanarrativa del aula,
aunque sea a través de la historia que más ha contribuido a difundir la
imagen utópica del profesor como alguien que te cambia la vida.
En el prólogo, el grupo de investigación de la UPV habla de instaurar
una “pedagogía de la mirada” para contrarrestar la saturación de
imágenes a los que los cerebros en formación se ven expuestos.
“Películas para la educación” es un empuje de mérito indudable, sobre
todo para aquellos docentes en busca de motivación y alumnos que no se
desaniman al comprobar la duración de los metrajes.
* “Películas para la educación” (aprender viendo cine, aprender a ver cine). Iñigo Marzábal y Carmen Arocena (eds). Cátedra (Signo e Imagen). 2016. 420 páginas.