Dicen que dijo Augusto
Monterroso que solo había tres temas en la historia de la
literatura: el amor, la muerte y las moscas, esto último entendido
como el paso del tiempo. Y otro alguien, que la línea entre lo
sublime y lo grotesco es cada vez más fina. A Ghost Story, último
trabajo de David Lowery (Peter y el dragón), hilvana las tres
eternas cuestiones aunando sencillez y complejidad, abstracción y
materia, literalidad y oxímoron. Pero también exige del espectador
una predisposición muy concreta para conectar emocionalmente con la
propuesta. El austero título preludia la economía narrativa de la historia, aparentemente
pequeña y común, con unos personajes vistos en el abrupto final de
la cotidianeidad de sus vidas. Es una historia de fantasmas, sí,
pero nadie se llama a engaño. ¿Vienes preparado para llorar?-Le
pregunta un espectador a su acompañante. Pero no es necesario. Sin
alharacas, ni sobresaltos sobrenaturales, ni videntes entregadas, sin
melodías encadenadas ni clases de cerámica, es enorme el mérito de
un guion que nos hace ver como lo más normal del mundo la
pervivencia de un algo más allá de la muerte. Una presencia que
está y se hace notar solo en ocasiones. Con la simplicidad y
sutileza de los buenos cuentos, el despertar del protagonista
fantasmagórico a su nueva vida es puro deleite visual. Y para
dibujar a un fantasma en una época repleta de ellos, qué mejor que
volver a los trazos más primitivos. Cubierto por una sábana con sus
correspondientes agujeros camina Casey Affleck por la que nunca
dejará de ser su hogar. Habitáculos anodinos que se transforman en una suerte de Casa tomada. Su deambular por un espacio cambiante es de
un patetismo mortecino. Atrapado en un tiempo elíptico, cualquiera
de nosotros preferiría el fuego eterno antes de ver al ser amado
pasar a velocidad variable las etapas del duelo, coronadas
necesariamente por el olvido. El silencio es atronador, y sus
preguntas sin posibilidad de respuesta resuenan como la vajilla
destrozada cuando la ira es la única reacción posible. Es esta una
historia de dos, y la otra parte es ella, la chica prematuramente
abandonada, la solidez lánguida de Rooney Mara en un quizá
demasiado frío proceso que pone a prueba la paciencia y la empatía.
Algunos tacharán de pretenciosidad “indie” emplear cinco minutos
de metraje para mostrar la deglución de un pastel, típica cortesía
anglosajona en estos casos. Otros lo entenderán como inspirada
metáfora de todos los sentimientos encontrados que brotan sin
control después del trauma. En cualquier caso, estamos ante un
relato desolado y despojado, sin más concesiones al sentimiento que
una mano envuelta escarbando en un tabique. Planos conmovedores y
risibles a la vez, y un desenlace hermanado con la teoría de las dimensiones paralelas, inverosímil, o el único posible. Como la existencia humana en general.
"¡Suspendidos, suspendidos, suspendidos! Miro a mi alrededor y por todas partes veo suspensos. Viejos moralistas, jóvenes lameculos, escritores sin éxito; viejas glorias, jóvenes promesas, negados absolutos; artistas suspendidos, editores suspendidos, académicos y críticos suspendidos; esposos, padres, amantes suspendidos; mentes suspendidas, cuerpos suspendidos, corazones y almas suspendidos. ¡Ninguno de nosotros ha aprobado, todos hemos suspendido!»