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sábado, 19 de noviembre de 2022

COLAPSO O APAGÓN: LATAS Y PILAS

 


¿Por qué no podemos volver simplemente al siglo XVIII? 

Los millones de espectadores que han ido alternando estos meses anillos y dragones saben bien que las civilizaciones han ido naciendo, creciendo y languideciendo mucho antes de que a Edison y a Tesla se les apareciera su momento Eureka. ¿Por qué ese denuedo de los creadores por asociar el final de nuestra decadencia eterna a la caída de la red eléctrica?

Lo cierto es que la idea del Gran Apagón circula periódicamente entre los medios cuando están pobres de visitas, y más cierto es que volvemos a tener una guerra frente a nuestra cara en un país primermundista que, de verdad de la buena, está abocado a sobrevivir sin electricidad en un invierno del este. 

¿Y en materia de apocalipsis, preferiremos saber las causas, o ya tendremos bastante con las consecuencias? 



La producción francesa Le colapse, estrenada en Filmin y ahora disponible en Rtve Play, aunque solo en su versión doblada y hasta el 24 de diciembre, tiene su pilar en la más completa de las incertidumbres. No llegamos a saber nunca qué es lo que ha pasado exactamente. La falta de electricidad es solo una consecuencia, y en el capítulo final se alude al generalista concepto de “cambio climático”. El planeta se ha hartado de nosotros, y punto. 

En cambio, la versión no versión de Movistar+ exonera de culpa al ser humano. Es una fenomenal tormenta solar la que nos descabala el chiringuito.

En diez píldoras de entre 15 y 30 minutos, la producción francesa ofrece una panorámica de la desesperación en espacios y colectivos dispares. Unos cuantos cortes entre el antes, que se nos muestra calculadamente en el último capítulo, y el progresivo después: unas horas, unos días, unas semanas, unos meses. La concisión manda, y a un ritmo verdaderamente endiablado (La estación de servicio, el aeródromo), se demanda del espectador una entrega que parecía olvidada ya en estos tiempos de series vistas dormitando  a doble velocidad de reproduccion. No hay respiro ni hueco para la esperanza. Desde las primeras secuencias en un supermercado que se va a abarrotando y en el que ya solo se puede pagar en efectivo, pasando por la inutilidad de las profesiones de cuello blanco cuando de volver a vivir de la tierra se trata, hasta el postrer homenaje a No mires arriba (2021), la ética ilustrada es lo segundo que colapsa. Sin sorpresas. 

La propuesta española El apagón opta por la duración estándar de cincuenta minutos. Seis visiones del derrumbe por parte de seis prestigiosos cineastas patrios, cada cual con sus filias bien marcadas. Estructurada mediante una apertura y cierre que comparten trama pero no equipo creativo, es notablemente irregular en concepto y desarrollo, como era esperable. Cada cual verá qué peripecia y qué personajes le llegan más. En este caso, la apertura de Rodrigo Sorogoyen es atrayente por mostrar la perspectiva muy pocas veces abordada del conjunto humano que debe amortiguar las consecuencias de la inédita situación. Un reducido grupo de individuos altamente cualificados que forman ese núcleo al que el pueblo llano exige soluciones, dirigido por un concentrado Luis Callejo, en el que no faltan los expertos ignorados por los políticos. Original y excelsamente protagonizada por Jesús Carroza es la aportación del sevillano Alberto Rodríguez, que rescata a esa España vaciada de verdad que no nota la falta de electricidad porque nunca la ha tenido, en su choque con la voracidad del urbanita. 



El problema surge con el buenismo y la ingenuidad que impregnan los capìtulos dirigidos por Isa Campos e Isaki Lacuesta. La primera lanza imàgenes impactantes como la pista de pàdel de urbanización tipo devenida en gallinero y retrata de manera previsible y maniquea el terror de sus habitantes ante la invasiòn de sus pisitos por parte de menores no acompañados. En el cierre, las escenas ante el fuego de migrantes que cuentan a su blanca patrona sus terrible viajes a la Europa prometida para que ella y nosotros pensemos eso de que tan mal no estamos está muy cerca de caer en el sonrojo. El capítulo hospitalario de Raúl Arévalo nos recuerda inmisericorde que eso ya lo vivimos hace solo un par de años. 

En este sentido, la moraleja de franceses y españoles es cristalina. Ante una situación terminal, las ciudades son el infierno. Más vale retomar relaciones con los parientes del pueblo o tejer una red de contactos de gente con huerto.