"Cuando los militares se aburren, uno puede esperar cualquier cosa", afirma resignado uno de los personajes de Los colonos. Sobrecoge la certeza en estos tiempos en los que nos seguimos desangrando. Opacada por el huracán Scorsese, o en venturosa coincidencia, según se mire, aún puede verse en cines la ópera prima del guionista chileno Felipe Gálvez. Un estupendo western con aspiraciones contemporáneas y sin miedo a la ambición que puede dar la sorpresa en la temporada de premios. Buena oportunidad para comparar perspectivas y resultados.
La voracidad territorial del hombre blanco en aras del evangelio de Dios o del dinero ha tenido una fértil trayectoria cinematográfica, principalmente en lo que respecta a América del Norte. El progresivo cambio de foco hacia la revisión de mitos y la entonación del mea culpa va cristalizando a partir de hitos como Unforgiven (1992) o Dancing with Wolves (1991),a la vez que el género ha resucitado tanto en pantallas grandes y pequeñas - los trabajos de Taylor Sheridan- como en la literatura - Jon Bilbao en la narrativa patria. Ya no es posible volver atrás, y, parece ser que salvo la muy primermundista Australia, hay un consenso general acerca del resarcimiento infinito que deben recibir las Primeras Naciones. En este contexto, como ya es sabido, se embarca el octogenario Martin Scorsese en una obra magna acerca de uno de los episodios tenebrosos del cómo se hizo Estados Unidos de América. Más de tres horas y media que flaquean a medida que avanza el metraje y la trama discurre por cauces previsibles, oda al sistema judicial incluida.
En la otra parte, el chileno Gálvez saca petróleo del presupuesto y condensa un periodo similar en cronología e ignominia de la historia de su país en apenas hora y media. El indio de América Latina y su exterminio ha tenido poca presencia en el cine. La metrópoli y las sucesivas repúblicas estaban a otras cosas, pero todo llega. La colonización de uno de los confines de la Tierra se presenta como una necesidad para la naciente economía de la república, basada en el latifundismo ganadero que pretende vallarlo todo, expulsando a seres humanos para poner ovejas. Mientras Scorsese ocupa las primeras secuencias en presentar al pueblo Osage en el origen y esplendor de su inaudita riqueza, la escena inicial de Los colonos quita la respiración. Un trabajador pierde un brazo haciendo una labor que se nos hurta, y mientras musita que está bien, que es solo un brazo, su superior a caballo le ejecuta mientras recuerda al resto que un trabajador lisiado no es nadie.
La desolación de las planicies inmensas de Tierra de Fuego coloniza las almas del trío protagonista. Un escocés que se presenta como teniente del ejército británico, un tejano ufano de su experiencia en matar indios, y un mestizo, Segundo, que presta su mirada ausente al inicio, e involucrada después, obligado a participar del espectáculo de sangre. Víctima de todas sus circunstancias, Segundo es reclutado para la peculiar expedición por su puntería con el rifle, y es sistemáticamente ignorado por sus testosterónicos compañeros hasta el momento terrible de la primera masacre de los Ona. En
Killers Of The Flower Moon, la mirada india corresponde a Molly, magnéticamente interpretada por Lily Gladstone. Molly ve desvanecerse su suerte a base de ver morir a su familia, sin perder nunca su decir cadencioso. Segundo, en cambio, nunca tuvo suerte. Ambos tienen la oportunidad final de dar voz a lo innombrable, gracias, en todo caso, a otros hombres blancos buenos. De un lado, Vicuña, (Marcelo Alonso). enviado del presidente de la República para poner orden en el descarnado sur. Del otro,el honesto agente de la ley White (Jesse Plemons), que no para hasta desenredar la madeja de subcontratas del crimen que asola la villa Osage. Más semejanzas, en los terratenientes de ambas historias, sociópatas sedientos de más dinero. José Menéndez, figura histórica que orquesta las matanzas indígenas con aportaciones tan viles como pagar recompensas por oreja de indio y útero de india; y William Hale (recuperado Robert de Niro), que añade un plus de hipocresía premium al alcance de muy pocos.
El recurso a documentos gráficos reales en ambas películas es también digno de mención. En la norteamericana al inicio, y al final en la chilena. Se sentía necesario subrayar que aquello sucedió en el mismo continente, en menos de medio siglo, a miles de kilómetros de distancia, por la codicia y el sentirse el pueblo elegido. Sigue sucediendo.