Título original: THE SUBSTANCE
El palmarés de Cannes 2024 propuso un sugerente diálogo entre mujeres que se rebelan contra su destino. La Palma de Oro a Anora, de Sean Baker, reivindicó la sordidez, las aristas y la amargura que eludió Pretty Woman (1990) para convertirse en icono popular. Una mirada masculina auténticamente feminista. Sin embargo, la premiada al mejor guion cumplía mejor los parámetros. La película feminista de mirada más masculina del año.Si una digna obra artística ha de ser poliédrica y multicapa, además de propiciar miradas dispares, esta es sin duda una de ellas. La francesa Coralie Fargeat ha contando con un estelar reparto hollywoodiense y financiaciación trinacional para contar desarrollar una fábula contemporánea de final cantado, fanfarrias sanguinolentas aparte. Inevitables las reminiscencias a otra creadora francesa sin filtro ninguno, Julia Doucournau y sus igualmente perturbadoras y hemofílicas Crudo (2016) y Titane (2021). Urge un TFG sobre el asunto.
Estrenada en septiembre y aún en salas, la ambición narrativa y estética de Fargeat queda fuera de toda duda, a la espera de las muy trabajadas nominaciones a los premios gordos. Mucho se ha dicho ya acerca del mensaje de la película, directo y transparente y con eso tan tremendamente contemporáneo de convencer a su público de que se es el primero en abordar una cuestión. La historia de la Cenicienta marchita, la venta del alma al diablo, la jugada fallida de Dorian Gray pasadas por el tamiz del científico endiosado de La mosca o incluso Frankenstein. Todo late dentro del cuerpo duplicado de Elisabeth Sparkle, perfecta candidata a protagonizar Barbie: treinta años después.
Pero Fargeat juega con maestría dos cartas ganadoras: la metarreferencialidad y la propuesta técnica, imprescindibles para alcanzar la trascendencia y los primeros puestos en las inminentes listas de lo mejor del año. Demi Moore y su inédita fusión entre persona y personaje es el pilar del proyecto. Todos los aplausos y parabienes son merecidos en cuanto a interpretación y rehabilitación profesional, en una equilibrada combinación entre la exigencia cinéfila y la emotividad del ídolo resucitado. De la elección del mundo fitness como retiro de actrices y metáfora de la degeneración física y artística se habrá pedido ya opinión a Jane Fonda. Demi lo tenía fácil, en realidad. Lo de Margaret Qualley es también para nota. Máximo exponente del "nepobaby" con talento, borda el papel más odiado por cualquier espectadora de bien, el de mujer que medra explotando sus armas tradicionales de idem. Los recurrentes primerísimos planos de las partes más turgentes de su anatomía, que son todas, dada su tierna edad y su formación dancística han sido pasto de polémicas por contradecir la teoría de la mirada feminista. Poco compasiva es esa mirada también con la vejez, retratada con un exceso de hipérbole que la asimila más a la bruja de Hansel y Gretel que a una jubilada estándar del siglo XXI. La exageración lastra de hecho, toda la segunda mitad de la película, en su esfuerzo por emular a David Cronenberg. Otro que lo hizo antes. La hipérbole que aporta levísimo alivio cómico sobresale en las capacidades quirúrgicas y de albañilería que adornan a las dos Elisabeth, y también en las sesiones de food porn que remiten, desatadas ya las expectativas, a grandes odas a la gula como El festín de Babette (1987) o Seven (1995). Exagerados y guiñolescos son, al fin, cada uno de los caracteres masculinos que aparecen en la película. Fantoches esperpentizados que solo valen para subrayar la tesis.
Excelentes también y de capital importancia son el diseño de arte y el diseño de sonido. Las caminatas apresuradas por avenidas angelinas de palmeras mustias son la única referencia espacio temporal de la historia, que abarca todo un otoño, en una elección estacional también significativa. Los espacios cerrados son mayoría, y todos ellos (el plató del estudio de grabación, el apartamento, y ese cuarto de baño de blancura glacial y terrorífica) transmiten la soledad pavorosa que carcome a Elizabeth. Da igual la inmersión en colores flúor ochenteros que en ocres sobrios y minimales. Eso sí que da miedo. Los palpitantes sonidos industriales compuestos por Raffertie marcan los compases de la trama y son muy útiles para prescindir del visionado de ciertos excesos.