cabra

cabra

viernes, 21 de julio de 2017

CAMINAR LA CIUDAD

Hasta hace poco, uno se cruzaba con las Señoras Que Quedan Para Andar ( Facebook dice) a horas tempranas en los parques de ciudades del extrarradio y esbozaba una sonrisilla medio cruel medio envidiosa viéndolas marchar con ritmo acompasado seguras de ganar la carrera de la vida sana. En esta sociedad nuestra en cambio constante, las dicharacheras jubiladas se convirtieron sin saberlo en la avanzadilla de la nueva moda: caminar. Brotan en los medios investigaciones que superponen las bondades de andar frente a los riesgos de correr. Si antes la natación era el deporte más completo, buenas noticias para los de secano. Ahora es andar. La industria editorial, siempre a la que salta, ha complementado la apuesta rescatando toda una serie de obras que proporcionan la coartada intelectual perfecta para los enemigos del ejercicio en interiores. Andar: Una filosofía, de Fréderic Gros (Taurus 2014); Walderlust, una historia del caminar, de Rebecca Solnit (Capitán Swing, 2015); o Caminar, dos pequeños ensayos de William Hazzlit y Robert Louis Stevenson en Nórdica Libros,recuerdan que caminar y pensar siempre han sido conceptos muy bien avenidos. Un vistazo a los índices es suficiente para abrumarnos a referencias a cual más elevada, y nos hace preguntarnos si realmente hubo algún filósofo que no utilizara sus pies para poner en marcha su mente. Proliferan las citas de Nietzsche, Kierkegaard, Heiddeger, Rousseau, Thoureau, Withman. Todos ellos originarios de regiones con cientos de kilómetros de bosques disponibles. Todos compartiendo un axioma común: caminar a solas en la naturaleza. Pero puede antojarse demasiado tópico, o inviable, ordenar los pensamientos frente a un valle idílico, o en la cumbre de una montaña. En la ciudad también se puede. Un entorno tradicionalmente hostil para el caminante, cuyas señas de identidad no contribuyen precisamente a la tranquilidad de espíritu. Un reto mayor.
En Elogio del caminar (Siruela, 2012), el profesor francés David Le Breton expone el hecho incontestable de que las grandes ciudades no se hicieron para ser caminadas ,y se remonta a los principios de las redes de transporte y de la industria automovilística para explicar el recelo que sigue causando el que camina. En las ciudades actuales se ha llegado a un acuerdo, que podría resumirse en que se permite el paseo relajado , o la marcha más atlética,en zonas acotadas para ello como parques y jardines, o incluso en las aceras, si el trayecto incluye mirar escaparates.
El recelo y la desconfianza surgen contra los que simplemente van andando, a veces sin rumbo planificado. En este sentido, todos los que hayan caminado alguna ciudad de Norteamérica, se habrán parado ante algún cartel amenazante que advierte de deambular o merodear, o incluso permanecer de pie en los alrededores de un edificio público, o en el interior de zonas residenciales.
La connotación peyorativa de ambas acciones convierte al caminante en sospechoso. Y no digamos si está solo. No hace falta disfrazarse como hacía George Orwell en los barrios de Londres para buscar la verdad, solo permanecer quieto en una esquina más tiempo del estrictamente necesario para observar algo, o pasar dos veces por el mismo sitio sin motivo aparente. Pero las ciudades han de ser caminadas para ser reconocidas, y también para reconocerse a uno mismo en ellas. Otros grandes prefirieron el asfalto a la maleza, como Baudelaire y Balzac. La ciudad como personaje literario nace del relato que el caminante entabla con el entorno vivo y un poco gruñón que le rodea.
Si el tema filosófico o literario no termina de convencer para echarse a la calle, la ciencia acude. Está demostrado , dicen los investigadores, que hay una profunda conexión entre caminar, pensar (y escribir). Aumenta el nivel de concentración, la memoria a corto plazo, y estimula la creación de nuevas conexiones cerebrales.
No por esto, sino presionadas por el cambio de paradigma urbano relativo a las cuestiones medioambientales y al auge del turismo, las modernas ciudades se están volviendo hacia el viandante. Aceras más anchas, mayor cuidado de las zonas verdes, movimientos vecinales y planes municipales facilitan perderse y encontrarse al ritmo que marque cada uno. El ser considerada #ciudadcaminable es un punto a favor para recibir visitantes. Todas las urbes con impulso turístico cuelgan en sus páginas web rutas muy diversas con todo tipo de informaciones, como Barcelona, que organiza circuitos de caminatas para todas las edades (http://www.bcn.cat/trobatb/es/barcelona

No hay comentarios:

Publicar un comentario