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viernes, 28 de julio de 2017

DUNKERQUE: NOLAN A RAS DE SUELO

Pocos nombres hay en la industria que generen tanta controversia como Christopher Nolan (Londres, 1970). Aunque él se lo ha buscado. Pionero en aunar cine- espectáculo y de autor, mantiene película tras película unas constantes reconocibles que irritan o entusiasman según toque. De ahí que su debut en el género bélico haya despertado tanto interés como suspicacias. Para empezar. En las numerosas entrevistas que ha concedido, dando la razón a los que le reprochan haberse entregado al capital, niega que sea esta una película de guerra, sino más bien un thriller.
Sea como fuere, nos encontramos ante la historia más concisa y de menos exigencia intelectual de toda su trayectoria. Aceptemos que el propósito principal es arrasar en la taquilla veraniega, lo que está consiguiendo, pero es evidente que no nos vamos a encontrar otro Pearl Harbor (2001).
Nolan nos recuerda algo que lectores y espectadores suelen olvidar: el realismo en la ficción no existe. Igual que no es posible aprender Historia con una mera dieta de novela histórica, no vamos a saber más de lo que pasó en esa playa norteña entre el 26 de mayo y el 4 de junio de 1940. De eso ya se encargan los artículos que llenan los medios puntualizando/reivindicando/corrigiendo. Es más: el guion desecha casi por completo el punto por el cual la Operación Dinamo ha pasado a la posteridad como un cuasi milagro, una insólita historia de superación colectiva, que diríamos ahora.
Podría decirse que se desecha también el valor de la palabra. No es una película casi muda, como se puede leer por ahí, pero su economía lingüística es uno de los tres puntos que sirven al objetivo inicial. Respecto al primero, si la palabra apela a la reflexión y la imagen a la emoción, Nolan ha ido a provocar. Temas presentes en toda su obra como la angustia, la supervivencia, o la lucha entre el individuo y sus circunstancias se notan palpitantes en esta hora y media de muy comentada estructura narrativa, el segundo punto. Porque no es lineal, claro, y choca con lo que el aficionado espera. Coherente con su propósito de llegar a la mayoría, pero incapaz de renunciar a sí mismo, el director nos obsequia con una coordenadas precisas nada más comenzar: tres planos, tres secuencias cronológicas. La peripecia de los soldados en la playa, una semana. La del aterrado soldado adolescente y sus evacuaciones interruptus, un día. La del piloto de combate, una hora. Los tres planos se entremezclan dando pistas suficientes para que no nos perdamos, si bien la confusión aparece en ocasiones. No puede ser de otra forma, siendo el caos el orden imperante cuando de sobrevivir se trata. Y el tercer punto, sin discusión, la banda sonora. Una secuencia distorsiada de sonidos fantasmales que anticipan y subrayan el horror y la ininteligibilidad de lo que está pasando. Hans Zimmer evita las notas épicas salvo en cierto momento, el momento épico, fallido por otra parte, y consigue que las sirenas, las hélices, los chapoteos, se incrusten en la memoria como auténticos sonidos de la muerte.
A este plan se entregan con entusiasmo todos y cada uno de los miembros del reparto. Los jóvenes debutantes Fionn Whitehead y Harry Styles (del que Nolan asegura desconocer quién era), el aguerrido Mark Rylance en su barco recreativo, el conmocionado Cillian Murphy como víctima del estrés postraumático, el imperturbable Tom Hardy en el aire y el austero Kenneth Branagh que ve culminar su ímproba misión de salvar a casi todos.
Sin embargo, hay algo que no han destacado los críticos, enredados en si la frialdad en la construcción de personajes marida o no con las secuencias espectaculares de batallas aéreas y navales. Y es que el verdadero drama comienza tras el regreso. Ante los vivas de los compatriotas que se han reunido para recibirles, el joven protagonista afirma que tan solo se ha dedicado a sobrevivir. Acurrucados en el tren que les lleva a casa, los dos soldados leen el periódico y se dan cuenta de que sobrevivir no va a ser suficiente contra la etiqueta de la cobardía. El recientemente incorporado “síndrome del impostor” dicen que atormenta a personas que se consideran inmerecedoras del éxito obtenido, y se piensan a sí mismas como un fraude. Estos chicos que fueron a una guerra monstruosa de la cual salen vivos, al menos de momento”, se perderán en comparaciones vanas con aquellos que se sacrificaron por la libertad de su pueblo. En contraposición al clímax de los civiles patriotas que se acercaron a Dunkerque con sus propios barcos a rescatar a sus soldados, qué hicimos nosotros, será la pregunta que les acompañe siempre.

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