Con todo, la
trascendencia del relato es indudable. Y es así por dos cuestiones
muy de la post-post modernidad: Primero, la deconstrucción del mito
por medio del humor. Parodias videográficas, televisivas, chistes.
Solo para iniciados, la recomendación encarecida de las reseñas
semanales que ha ido publicando El Mundo Today, quién si no.
Segundo: porque se ha
convertido en objeto de estudio de intelectuales y disciplinas
varias. Así, Juego de Tronos ha ocupado el lugar del fútbol en el
sector de los temas populares que son elegidos por los sabios
contemporáneos para teorizar acerca de la condición humana. De
igual manera que en los noventa leímos con avidez a Jorge Valdano y
a Eduardo Galeano, hoy podemos guardar enlaces múltiples de
análisis sociológicos, políticos, psicológicos, literarios, y
filosóficos sobre la difícil existencia en Poniente. Parece que
Slavoj Zizej no ha escrito nada aún, y los textos de Pablo Iglesias
conjugan regular al admirador rendido con el experto en Ciencia
Política.
En este sentido, retomo
la pregunta inicial, pregunta retórica en sí misma. Sí, son
necesarios más artículos sobre Juego de Tronos. Y es así porque
hay que seguir probando la capacidad de la serie para ejemplificar
los conceptos nuevos o remendados de las teorías sociológicas más
en boga.
Esta sexta temporada ha
sido, sin duda, la más diseccionada, por cuanto ha supuesto, dicen,
un cambo de rumbo, un portazo al dominio del patriarcado. El supuesto
“girl power” ha sido titular en todos los medios. Otros más
serios, han preferido hablar del “empoderamiento”, que viene a
ser lo mismo pero más de temporada de invierno que de primavera.
Aquí viene la segunda
pregunta: ¿Realmente han abrazado el feminismo los señores Benioff
y Wise, monarcas absolutistas de Los Siete Reinos, tras la abdicación
de George R.R. Martin? La respuesta es no. Ni antes era sexista, ni
ahora feminista. No hacen falta muchas lecturas para afirmar que las
chicas de Poniente son guerreras, siempre lo han sido. Lo que ha
tomado el poder en esta temporada ha sido la literalidad de la
cuestión. La significación literal siempre ha sido importante en
esta historia. Los hachazos son literales, lo son los mensajes que se
lanzan en los celebrados duelos dialécticos que jalonan la trama
entre muertes, y los que se envían a través del servicio
cuervopostal, de funcionamiento suizo. Lo son las decisiones de
Cersei Lannister (“I choose violence”). Literalmente, las mujeres
han adquirido más cuota de poder, pero a costa de imitar las
conductas más reprochables del patriarcado. Dejemos a Cersei y su
querencia a la pirotecnia, y a Daenerys y las crucifixiones
disuasorias para esclavistas. Hablemos de Margaret Thatcher y Ángela
Merkel. Mujeres con un poder literal de gestión y de gobierno, que
no han sido consideradas como el epítome del feminismo,
precisamente. Son ellas los modelos de mujeres poderosas a las que
más se asemejena los renovados personajes femeninos de estos últimos
episodios. Dos de los momentos más empoderados de la temporada han
sido de Yara GreyJoy, autoproclamada heredera de las islas del Hierro
con el apoyo resignado de su hermano Theon. Y lo han sido por
insinuar y luego mostrar su condición sexual. Las redes los han
aplaudido efusivamente como símbolo de la liberación femenina, pero
ya sabemos que en esta serie, la alegoría no se estila, y las
escenas del burdel, tan denostadas en el pasado, parecen más la
materialización de alguna fantasía típica de algún guionista
solitario. Melissandre aún no ha lavado del todo su imagen, aunque
las brujas sí están siendo rehabilitadas dentro de algunas
corrientes actuales de pensamiento como figuras de transgresión.
Si hablamos de las nuevas
generaciones, ha quedado claro que Arya Stark no debiera ser un
ejemplo a seguir por las mujeres oprimidas. Su preocupante tendencia
a la psicopatía ha cristalizado, y sus víctimas son ya tantas que
acapara las elipsis, tan escasas en las distintas tramas. La nueva
gran esperanza se llama Lyanna Mormont. Una niña de diez años que
se hace escuchar en salas llenas de curtidos soldados, digna heredera
de una madre que muere en primera línea de batalla.
Mientras, siempre nos
quedará Brienne. Mi razón quizá poco feminista, espera aún que su
peripecia termine junto a Jaime Lannister, retirados los dos en
alguno de sus castillos.
En paralelo a las
discusiones sociológicas, se ha llamado la atención al progresivo
aumento del número de espectadoras de la serie. Los mismos analistas
sorprendidos con la cantidad de mujeres aficionadas a los
videojuegos. Menuda sorpresa. Es probable que George Martin no
conozca los cantares de gesta, por más que reivindique las
influencias medievales de su universo para defenderse de las
acusaciones respecto al tema que nos ocupa. Ya los juglares tenían
muy presente la necesidad de captar el mayor público posible, y es
eso lo que la serie hace. Igual que en el Poema del Cid, hay escenas
para todos los públicos con niños incluidos, escenas de batallas
sangrientas con las que gritaban los lugareños, y escenas para
remover los sentimientos destinadas a las damas. Parece que ya está
todo inventado. En Juego de Tronos, como en otras sagas más
contemporáneas, las mujeres dan un paso al frente para defender su
nombre, y su familia. Son mujeres fuertes que entierran las
cualidades típicamente femeninas de las que se las supone
depositarias. Quizá lo verdaderamente rompedor sería mostrar al
héroe haciendo gala de algunas de ellas. El Cid del Cantar lloraba.
A Jon Snow le ha faltado poco.
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