POR
QUÉ NO SOY FEMINISTA (UN MANIFIESTO FEMINISTA)
Confieso
que una de mis motivaciones al abordar la lectura de este
sorprendentemente polémico ensayo era averiguar si Cristina Pedroche
y las modelos de Victoria´s Secret podían ser o no feministas. Ya
tenía claro que las camisetas con proclamas y leyendas eran una
manera cómoda y asequible de serlo, y que el color rosa podía ser a
la vez estigmatizado por reduccionista y escogido como distintivo de
causas tan femeninas como el cáncer de mama. El mundo es cada día
más complicado, y la aparente paradoja del título era una
invitación a desentrañar siquiera un trocito de esa complejidad.
Las
entrevistas que la autora ha ido despachando compartían plenamente
el tono del libro, tan llamativo o más que su incendiario y
trabajado contenido.
Así
pues, Jessa Crispin se presenta en persona y en su texto como el
negativo de la perfecta equidistancia. En lugar de estar de acuerdo
con todo, apelar al agnosticismo ideológico o de tener en una mano
el palo y en otra la zanahoria, se pone a repartir estopa contra
todas. Y digo contra todas, porque hacia la mitad del libro deja
clarísimamente expuesto que los hombres no son lectores bienvenidos.
Tanto como si buscan exacerbar su lado femenino, o respuestas a su
recién descubierta conciencia, no es el trabajo de la autora
evangelizar o convencer.
Así
las cosas, las que sí podemos leer, nos vamos a dar de bruces con un
tono de escritura inusual en el género ensayístico. Un estilo
bronco, profundamente airado y a veces macarra, que no ahorra en
interjecciones y expresiones coloquiales, que funciona en ocasiones
pero que en otras perjudica la reflexión intelectual que es el
reconocido núcleo de la obra.
La
insistencia en esto último, en que el/los feminismos actuales han
arrumbado la ideología en favor de la terminología vacua y de la
apariencia, no consigue hacerse llegar con claridad. En una lectura
atenta surgen contradicciones entre el mensaje al que se aspira y el
público objetivo al que se quiere hacer llegar. La autora reitera su
tesis y la apuntala mediante la demolición de todos los lugares
comunes del feminismo de hoy, pero no propone nada a cambio. La
apelación a recuperar la cosmovisión radical de las pioneras en el
movimiento no se acompaña de medidas concretas que las consumidoras
de camisetas y revistas femeninas puedan llevar a cabo en sus rutinas
diarias. Hay que releer a las clásicas, sí, pero la nueva hornada
de adolescentes y universitarias que son carne de mercado necesitan
algo más para dejar de ser eslóganes andantes.
Es
particularmente enriquecedor el capítulo en el que equipara las
marcas lingüísticas 3.0 (empoderamiento y demás), con el
narcisismo de sus usuarias. Es este uno de los valiosos aportes del
libro: diferenciar entre el individuo y el colectivo, entre sus
necesidades/gustos/deseos y lo que el mundo requiere de las mujeres
para ser mejor lugar que el que nos encontramos al nacer. Nos
interrogamos sustancialmente acerca de la cultura de la indignación,
anatema para el feminismo de redes sociales. ¿Es lícito exigir el
despido de un hombre por un comentario desafortunado? ¿Por qué no
es admisible hoy rebatir locas afirmaciones hechas por mujeres, del
tipo “somos independentistas sin fronteras”? ¿Hay que desterrar
a las mujeres célebres que no se declaran feministas y abrazar a las
estrellas que sí lo hacen para vender su negociado? Aun siendo la
publicación del libro anterior al terremoto Weinstein y a la
coronación del #MeToo como el movimiento social más destacado de
este recién terminado año, son cuestiones de permanente
pertinencia.
Y
llegamos al quid de la cuestión: el feminismo es imprescindible, sí,
pero no este. Las mujeres han sido explotadas y sometidas, siguen
siéndolo, pero no por el hecho intrínseco de serlo, sino como parte
del engranaje devorador del sistema patriarcal capitalista. Dicho así
suena algo antiguo, pero la autora consigue que recordemos la
dualidad atávica de esta nuestra organización del ecosistema. Una
afirmación polémica, el engarzar los conflictos de género con el
abuso de poder. ¿De quién y hacia quién? Nos sorprendemos al
descubrirnos en este punto ante un texto mucho más antisistema, y
teóricamente más simple de lo que apuntaba en un principio. Los
hombres blancos, y las mujeres blancas, como ideólogos,
participantes y beneficiarios del sistema, son los culpables. Un
titular jugoso que no ha sido desaprovechado, el desprecio nada sutil
de Crispin por las mujeres que desde la cúspide de sus
multinacionales o de sus países, se han empoderado sin sororidad
alguna y están contribuyendo a la maltrecha marcha del mundo a la
vez que se dedican portadas sobre sus historias de esfuerzo,
superación, discriminación, y conciliación. El feminismo de hoy es
un traje a la medida de la mujer blanca del Upper West Side, esgrime
la autora, y no podemos más que darle la razón. Reclamar guarderías
o ayudas para cuidadores no es feminista, porque la maternidad no lo
es y velar por nuestros ancestros tampoco.
Otras
dudas se quedan en el tintero. Nada se dice acerca de la hipotética
“monstruosa naturaleza del hombre y su libido”,
sensacional título de uno de los artículos más leídos del año en
The New York Times. Aunque, como afirma Jessa con su
rotundidad habitual, los hombres no son su (nuestro) problema. Sí su
(nuestra) responsabilidad.
Al
final, una sorpresa y una certeza. Sorpresa de encontrar entre los
agradecimientos a Emma Goldman y a Santa Teresa de Jesús, y la
certeza de que, a día de hoy, Cristina Pedroche sí es feminista.
Jessa
Crispin: Por qué no soy feminista. Un manifiesto feminista.
Lince Ediciones. 2017.
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