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viernes, 1 de febrero de 2019

MRS.MAISEL, MARAVILLOSA

No vi Las chicas Gilmore. Pero sí estaba al tanto del estilo "Sherman-Palladino", de su brillantez en la construcción de diálogos y de su especialización en personajes femeninos. Las peripecias de Miriam Maisel, más extravagantes que cotidianas, debutaron sin ruido en la plataforma de vídeo de Amazon, y así siguieron hasta que su protagonista empezó a recolectar premios y parabienes. Muchos descubrieron así a la aspirante a cómica. Una joven esposa, al principio, tan lenguaraz como devota seguidora de los usos y costumbres de la buena mujer judía neoyorquina de los años cincuenta. Carne de Divinity, según los estereotipos del consumidor televisivo en España. 
Lo cierto es que todo brilla en esta serie. A veces, literalmente, como algunos modelos del inabarcable guardarropa de la protagonista. Luminosidad en su concepto más amplio. No es necesario saber de técnica para apreciar la colorida fotografía, que funciona de puerta de entrada al universo de Miriam. El retrato de la Nueva York de clase que toma tímido contacto con buscavidas y artistas del alambre se supera en los primeros capítulos de la segunda temporada. La cámara filma París con verdadero deleite, dando la razón a la insatisfecha madre de la protagonista en su tardía reivindicación personal. El goce de la vista se acompaña casi en todo momento por el goce del oído. Una banda sonora ambiciosa y exquisita, con clásicos y menos clásicos que se beneficia de la posibilidad de consultar al momento quién y qué están sonando, al igual que ocurre con cada personaje que aparece en escena. Un buen punto que las dos grandes del streaming deberían apuntarse. 
Pero no es solo esto lo que debiera reclutar más adeptos, sino la manera de contar una historia que se presumía algo previsible y ya contada, la de la mujer joven que decide abrirse camino en un mundo de hombres. Por ese ir contracorriente, y por la producción impecable, no podemos dejar de acordarnos de Mad Men en general, y de Peggy Olson en particular. Pero ya. Porque la nada aparente y la pesadumbre existencial de Madison Avenue deja paso a la locomotora en que se va convirtiendo la vida de Miriam tras la ruptura, en buenísimos términos, de su ideal matrimonio destinado a durar eternamente. Y a su alrededor, contribuyendo a la velocidad de crucero, y a los amagos de descarrilamiento, los secundarios que se esperan de las buenas comedias. En La maravillosa Mrs. Maisel, todos los personajes son graciosos, o tienen gracia, y cada uno a su muy particular manera. De tal forma, que la serie llega a convertirse en un manual del humor y sus múltiples variantes, muchas veces en un solo capítulo. Tenemos escenas de comedia familiar frente a un desayuno, y diez minutos después, una sarta de chistes destructores que en los cincuenta podían espetarse en un garito del alto Manhattan pero no en el Twitter de 2019. Palabras como dagas, o metralletas según el caso, que hacen necesaria, si no existe ya, la creación de una Wikiquote para el uso y reciclaje en nuestra insulsa vida real. 
Siguiendo un arco argumental más o menos canónico, la primera temporada nos presenta a la aspirante en pleno inicio de conflicto. Como suele pasar, el azar es determinante a la hora de poner en contacto los elementos necesarios para la consecución del experimento. La aparición de Susie, que evidentemente protagonizará la secuela con más legitimidad que Saul Goodman, provoca la primera bifurcación en la vida de Miriam, que pasa a ser una especie de trinidad. La ex esposa, madre e hija que vuelve a la casa paterna, la singular vendedora de cosméticos en los grandes almacenes de la clase alta, y la cómica nocturna en su tugurio de cabecera. La segunda temporada nos presenta a una Miriam, de nombre artístico su propio vocativo de casada, con algo más de hueco en el mundillo. Las numerosas escenas de monólogo dejan paso a los duelos dialécticos de ella contra todos, de uno en uno o a la vez. Los adversarios están a su altura, la complementan y la engrandecen. En esta etapa de consolidación, la sorpresa aparece en la parodia despiadada teñida de tenue afecto, que los guiones hacen de la idiosincrasia judía. Tremendos bofetones propinados con guantes de seda, muy presentes en los atuendos femeninos. El resort de Catskills en el que los más respetables miembros de la comunidad pasan el verano es un guetto de cinco estrellas. Un homenaje al idílico escenario de Dirty Dancing pero en limpio, aséptico y entusiasmático. Una verdadera pesadilla. 
Vean y escuchen a Mrs. Maisel, en versión original. Imperativo categórico. 







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