cabra

cabra

domingo, 10 de marzo de 2019

CRÍTICA DE LIBROS: LECTURA FÁCIL, DE CRISTINA MORALES

Podría decirse que Lectura fácil, de Cristina Morales, opera en el mismo plano que La favorita, de Yorgos Lanthimos. Ambas obras son la vía de acceso de un cierto público entendido, no meramente consumidor de ocio/cultura, con el trabajo de creadores saludados por la exigente crítica. Los postulados rompedores de los primeros trabajos dejan paso a historias más limadas, más accesibles, pero siempre con el punto justo de tiniebla que satisfaga al espectador/lector que se precia de huir de los gustos de la plebe. Ambos dos, han cumplido su muy legítimo deseo de ampliación de clientela mediante la obtención de galardones de prestigio. Una ristra de nominaciones y estatuillas en Bafta, Globos de Oro y Óscares para el director griego, y el Premio Herralde de Novela 2018 para la granadina residente en Cataluña. Una apuesta la de Anagrama, canónica por escoger el perfil de autor (a) que más se ajusta a la demanda del momento, pero audaz si la comparamos con el recién publicado de Biblioteca Breve. 
Como es más probable que vean las vicisitudes de Ana Estuardo y sus amigas en tiempos de más pelucones que sororidad, nos toca hablar aquí de la novela que se supone consolida a Cristina Morales como una de las voces de su generación. Lo es, sin duda, la más destacada quizás y a pesar de su inserción en la industria.  Lectura fácil puede entenderse como un título poliédrico, referido no solo a un aspecto central de la trama, sino como una declaración de intenciones previa a la lectura, dirigida a los escogidos que seguían su trayectoria desde Malas palabras (Lumen, 2015) y sobre todo Terroristas modernos (Candaya, 2017). En efecto, y comparada con la densa apuesta por lo formal de sus novelas anteriores, esta crónica/denuncia/burla que de los discursos hegemónicos e irradiadores perpetran cuatro voces discordantes es fácil de leer. El entramado estructural se endulza, proponiendo un multiperspectivismo muy ordenado que facilita el contraste y la correcta aprehensión de conceptos.  La escritura de Morales es furiosa, con el lenguaje como catalizador, como grifo abierto que inunda Barcelona de ira verborreica. El líquido que de allí brota, más marrón que transparente (Aguas de Barcelona no es el Canal de Isabel II), salpica a todos, a todas y a todes. Anarquistas nostálgicos, okupas autogestionados con obsesiones burocráticas, indepes que se creen estar escribiendo la Historia, el Estado opresor, el macho opresor, el fascismo opresor, los que se lo toman todo en serio. Buscamos pistas de autoficción en los devenires cotidianos de las cuatro discapacitadas, parientes entre sí, que conviven en un piso tutelado por la Generalitat entregadas a los diversos placeres que da la vida cuando uno no ha de preocuparse por las lentejas. Las encontramos en el personaje de Naty, una estudiante de Doctorado que cae en la discapacidad mental por mor de un accidente del que no se dan detalles. Esta doble condición de tutelada e ilustrado espíritu libre es el nervio central del discurso. Un torrente oratorio que amalgama su furia anarcofeminista con la dolencia que padece, un autodenominado Síndrome de las Compuertas, uno de los hallazgos conceptuales de la novela. Naty, como Cristina, es avezada danzarina contemporánea y avezada discípula del feminismo de nueva ola, experto en demoliciones. Junto a ella, su prima Marga, a la que las huestes patriarcales tildarían de ninfómana, es víctima de  la Justicia decimonónica, preocupada porque su libre ejercicio de expresión sexual no derive en reproducción no deseada. Marga escribe su autobiografía novelada en WhatsApp bajo los auspicios del método Lectura Fácil, animada por las modernas filosofías positivistas que nos encorajinan a quererlo todo. 
En este curso artístico en el que la discapacidad intelectual ha encontrado mayor resonancia mediática, no deja de ser curioso que términos proscritos como "retrasado", se usen con esplendidez en sus diálogos. Al igual que en Campeones, la mejor película española del año, las cuatro relatoras de Morales no se privan de ese y otros calificativos en sus conversaciones entre ellas y con otros. 
La novela en su conjunto gana enteros cuando aparecen retazos del humor que ya marcaba las peripecias de los aprendices de terroristas contra Fernando VII. El humor como crítica y como vía casi única de digerir todo lo que se nos está viniendo encima. Nada hay más ridículo que tomárselo todo en serio, parece decirnos Morales, y a la vista está. Estamos rodeados de dirigentes, gobernantes, políticos que más que hablar, esculpen en piedra, sin espacio para la autocrítica o la media sonrisa burlona. Herederos sin saberlo del mesianismo romántico y más risibles cuanto más trascendentes parecen. Las pullas de Lectura fácil hacia los iletrados que cabalgan a lomos de la superioridad moral de la izquierda son más valientes, valiosas y necesarias que las chanzas a costa de los líderes nostálgicos del Cid Campeador y Blas de Lezo. Entendiendo y deseando que sean pullas
y no sentencias, claro está. Porque no hay otra manera de entender, por ejemplo, las primeras páginas, en las que "macho" y "fascista", aparecen con una frecuencia tan sincrónica como aquella tan celebrada de los gags de Friends. Qué tiempos, los noventa.

LECTURA FÁCIL, de Cristina Morales. Anagrama, 2018. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario