Antes de que Málaga deviniera en el Silicon Valley europeo, en parque de museísticas atracciones, en zona cero de la gentrificación, en ciudad anfitriona de los Goya 2020, los espectadores ya conocíamos la pantanosidad de territorios como Palma Palmilla, Callejeros mediante. El empeño de algunos pocos en mostrar las costuras de la urbe persistió en Sur, la novela de Antonio Soler, aquí reseñada. Faltaba sin embargo, el gran relato televisivo/cinematográfico, y este ha llegado sin ambages de la mano del Ministro del Tiempo Javier Olivares a partir de una idea de Daniel Corpas y Samuel Pinazo, con el también ministérico Marc Vigil en la dirección.
Las primeras impresiones tuiteras confirmaron que estábamos ante una rareza, previsiblemente bendecida por la crítica y con desigual comprensión por parte del público. RTVE juega a ser HBO, rezaban incluso algunos titulares. Lo cierto es que estábamos ante una historia exigente en fondo y forma que dejó claras sus intenciones desde el inicio. Una presentación sin concesiones, unos personajes que ahuyentan toda posible identificación o empatia, días desabridos, noches en vela. Dos tramas principales que van dejando afluentes sin aparente conexión hasta bien entrada la segunda mitad de la serie, silencios incomprendidos por los televidentes telecinqueros que esperaban otro El Príncipe, y crédito total de la fanmedia ministérica. Malaka ha sido una historia antipática de seguir. Francamente incómoda en momentos puntuales, ha ido dejando sus miguitas de pan para los que han sabido esperar y prefieren ir por caminos pedregosos antes que por calzadas. La comparación con el último éxito de ficción de la cadena pública, La caza: Monteperdido, se antoja productiva para entender los méritos y audacias de Malaka, que empeña su aliento en huir de las convenciones del género policial. De sus moralinas y sus moralejas. La pareja protagonista: ejemplar policía corrupto pero imprescindible para zambullirse en las tripas de los bajos fondos, eficaz correa de transmisión, respetado y temido por los malos, despreciado por los buenos. Ejemplar inspectora de oscuro pasado y tenebroso presente que vuelve a sus orígenes para investigar la desaparición y posterior muerte de la única hija de rico empresario local. No se enrollan, no se odian, no salen juntos de copas, no evolucionan según el seguidor querría. Es solo un ejemplo de la cantidad de ocasiones en las que los guionistas dan esquinazo a la rutina. Salva Reina, hasta ahora actor cómico, vuelve del revés el arquetipo y ofrece un máster en jerga y cultura de supervivencia. Maggie Civantos se pasa al lado de la ley y compone el retrato de una agente escurridiza que no se maneja en la felicidad doméstica.
Ambos actores malagueños, como el grueso del reparto. Nada de acentos impostados, y alguna queja de los mismos que se quejaron del sevillano en La Peste. Exigencia en fondo y forma.
Los secundarios, encabezados por un hermético Vicente Romero que pasa a protagonista en los capítulos finales; siguiendo por los narcos de primera, segunda y tercera división, la fría matriarca y su impulsivo hermano. El entramado societario de gitanos, moros, locales, forasteros que conforman una telaraña que devoraría al incauto turista que errara su ruta. Un microcosmos sin chirridos de ruedas de maletas.
El homicidio solo es un pretexto para ofrecer, o mejor aún, arrojar a a la cara del acomodado televidente, un fresco de rutinas delincuenciales sin asomo de glamour, ni elipsis ni anestesia. Incluso las fiestas de alto copete en la mansión Castañeda regalan más sordidez que encanto. No sentimos deseos de compartir esos banquetes de hamburguesas a un euro. Las aspiraciones legítimas de prosperar, cada cual en su campo, se
convierten en fracasos. Solo salen indemnes los personajes sin ambición,
resignados al fatum, que ni el fútbol inglés puede sortear. Quizá es
que no lo intentaron con ahínco, ni repasaban cada mañana frases
inspiradoras.
MALAKA (2019).
Ocho capítulos. Duración: 50 minutos.
Disponible en RTVE.es