Casi al mismo tiempo, allá por 2014, los espectadores generalistas españoles se toparon con un concepto nuevo, el "mockumentary". "Operación Palace", episodio de la primera etapa de Salvados, sigue siendo a día de hoy la emisión más vista de la cadena que lo emitió y promocionó profusamente durante semanas con el eslogan "este no es un documental más sobre el 23 F". Desde luego que no, y aún hoy funciona como detector de cuñados en cenas familiares y recolector de ofendidos y timados bramando en las redes. "Yo no me lo tragué", "Yo lo vi claro casi desde el principio". Ya.
Cunk on Earth, documental paródico acerca de los momentos estelares de la Humanidad en cómodas cinco dosis de treinta minutos original de la BBC, merecería sin duda la portada de Netflix, sumergida como está en series que rezuman la misma parodia pero involuntaria, que es peor siempre. Sin que sirva de precedente, el título en castellano es particularmente acertado porque el nombre de la conductora retrotrae al espectador de ciertas regiones a días de su vida de todo menos rutinarios, y así ya uno se predispone a la humorada. Eso, y que el productor es nada menos que Charlie Brooker, que recupera uno de sus primeros personajes de ficción, la sagaz periodista Philomena Cunk, antes de Black Mirror.
Philomena, a la que da vida y sabiduría la cómica Diane Morgan (Derry Girls), es un ejemplo encomiable de superación. Sin miedo ni vergüenza ninguna, se sobrepone a su ignorancia de todo e interroga a los consabidos expertos regando las preguntas de malas pronunciaciones de nombres y equívocos de toda índole que dan lugar a dobles sentidos muy dignamente subtitulados. Cuando un experto o experta le frunce el ceño y balbucea con incredulidad por su falta de atención y de instrucción, Philomena se pone muy digna y contraataca. En el primer episodio, afirma rotunda que las pirámides de Egipto tienen esa forma para evitar que durmieran sin techo en su interior. En el segundo, consigue que una profesora de la Universidad de Londres nombre a Jesucristo primera víctima de la cultura de la cancelación. En el tercero asistimos al único amago de pérdida de papeles por parte del académico participante. Filomena le pregunta a la compositora y profesora de música en Westminster qué significa la letra de la Quinta Sinfonía de Beethoven. "Dum, dum, dum, dum". Se pregunta si no es hiriente para la audiencia que se le llame tonto (dumb) todo el tiempo. Los sentidos suspiros de la doctora nos llegan al alma y deseamos acabar con su sufrimiento. En el quinto desquicia a un pobre norteamericano que intenta explicarle que el derecho a portar armas consagrado en la Constitución, al que ella alude como "osar", no tiene que ver con cazar osos. Este capítulo concreto, el de América, es punzante a rabiar. Filomena no se cansa de exhibir la mítica superioridad moral británica frente al antiguo colono, siempre desde su ingenuidad de fachada. En el sexto intenta horadar la paciencia del historiador a base de decir Lennon por Lenin. No lo consigue. Qué importante es la fonética.
Los antagonistas, o posibilitadores del show hacen gala de una profesionalidad más propia de los que deben repetir lo mismo varias veces al día a jaurías adolescentes. En el primer episodio, Filomena espeta a una doctora en Filosofía su certeza de que el cerebro humano se compone de tuberías, y los pensamientos van por ellas pero no sabe cómo los filósofos consiguen transportarlos y expelerlos. La contendiente, muy a favor del refuerzo positivo, le concede que es una forma interesante de verlo, lo que provoca su derrota dialéctica por verborrea del contrario.
Es inevitable recordar los encontronazos de Borat, el repelente personaje de Sacha Baron Cohen, aunque Filomena exhibe mejor las muecas de desagrado cuando el experto le contradice, por más suavidad que emplee.
Filomena somos todos. Cuando pontificamos sin saber, cuando pretendemos que nuestra opinión sea ley y respondemos con una risilla a los datos que nos descabalan la teoría. Somos todos menos yo.