cabra

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domingo, 22 de octubre de 2017

Netflix es español, español, español: Fe de etarras (2017)

Una vez comprobada su viabilidad, tantas veces puesta en duda, Netflix continúa su producción propia en España. Siguiendo las premisas de su matriz, el antaño videoclub cibernético ha terminado de dinamitar la connotación negativa del concepto “telefilme”, tarea en la que HBO fue pionera. Más aún, se ha embarcado en una lucha porque sus películas sean reconocidas en los foros y festivales como los estrenos en pantalla grande. Mientras unos dicen sí y otros no, los más listos (léase aquí Borja Cobeaga y Diego San José), demuestran que el tamaño de la pantalla no importa si hay versatilidad y talento. Guionistas curtidos en la televisión y autores de dos de los mayores taquillazos nacionales de todos los tiempos, inauguran aquí la tercera vía.
Áproximadamente sobre la mitad del metraje, llega uno de esos momentos de conjunción astral entre realidad y ficción. El moderno consumidor audiovisual se sorprende de que, a estas alturas se pueda hacer gracia a costa de las banderas, del tamaño y de su abundancia. Y acto seguido, puede pausar la proyección, que para algo mola ver cine en casa, asomarse a la ventana, y contemplar el gag vivito y coleando en la fachada de enfrente o en a suya propia. Solo por la posibilidad de esta experiencia ultraterrena merece la pena la última aproximación de Cobeaga y San José a su tema fetiche. Menos audaz en su premisa que Negociador (2014) con personajes más básicos, con situaciones más asimilables, asistimos a la estática peripecia de unos terroristas que aguardan a Godot mientras se erigen los penúltimos soldados de su guerra. Les sostiene solamente la poco a poco quebrantable fe del título, ingenioso e intraducible para los usuarios no hispanohablantes de la plataforma, que ha optado por un insulso Bomb Scared según IMBD. La buena mano de los publicistas para que el toro (léase político simplón) entre al trapo hubiera sido suficiente para asegurar la curiosidad, pero es que los paralelismos con lo que estamos viendo fuera de la pantalla son de una atracción casi fatal. Así, la construcción de los personajes a base de arquetipos adquiere matices inesperados, como en el caso del militante veterano, un Javier Cámara de gesto adusto y esqueletos en el armario, que culpa a España de todos los males y que osa enmendarle la plana al mismísimo Trivial Pursuit. El hallazgo es sin duda el etarra de Albacete en búsqueda de apodo, un Julián López en clave costumbrista cuya fe del converso no mueve montañas pero sí cambia bañeras por platos de ducha. Los días claustrofóbicos encerrados en un piso Cuéntame se hacen largos se tenga o no se tenga una misión trascendental en la vida. Partiendo de esta lógica, Cobeaga y San José comparten hipótesis de lo más sensatas, trazadas con firmeza y equilibrio entre la amargura y la carcajada. La encantadora y muy abuela vecina, excelente Tina Sáinz, va socavando inconscientemente la fe a base de croquetas y guisotes. (Acerca de las croquetas y la noción de patria recorrió Twitter un atinado hilo hace unos días). El español muy español vecino del tercero desbarata el plan a la española también, y Ramón Barea, en un papel opuesto al de su protagónico en Negociador, pone el punto dramático que nos recuerda ante qué gentes estamos.
Queda demostrada la peligrosa cercanía entre la épica, y la ridiculez. Que todo discurso es susceptible de llamar a la risa, y que hay que sospechar de los solemnes que lo dicen todo absolutamente en serio. Y un aviso: los tentáculos de España son largos y no dejan marchar fácilmente.

miércoles, 11 de octubre de 2017

CINE: MADRE!


De vez en cuando los mosquitos siguen picando en octubre, y una película nos refresca el manoseado concepto de “cine de autor” y la imposibilidad de juzgarlo con los mismos parámetros que a las sagas de sustos palomiteros. El estreno de Madre!, traducción sorprendentemente literal para un país acostumbrado a los títulos explicativos, no defraudó las expectativas de los que sabían con quién se jugaban los cuartos. Una de terror manufacturada por el autor de Réquiem por un sueño y Cisne negro, que ya eran en sí mismas retratos de vidas terroríficas. Sí defraudó a los que desconocían la imposibilidad de la equidistancia con Darren Aronofsky.
Sin embargo, no es positivo que una historia necesite de tantas exégesis previas y posteriores por parte de su creador y de sus seguidores, acérrimos y apasionados sin necesidad de banderas. Fracasados los intentos de sinopsis sin desvelar los giros argumentales, hay en la blogosfera interpretaciones para todos los gustos y niveles. Bíblicas, panteístas, biográficas. Que los personajes carezcan de nombre invita a entender la película como una gran y enloquecida alegoría, dentro de la que uno puede focalizar en el que más guste o repela. Es muy sugerente que Él (HIM), interpretado milimétricamente por Javier Bardem, sea poeta. Un poeta que recorre todas las fases de la creación poética, que experimenta epifanías, arrastra masas y cura almas con su palabra. Algo anacrónico en estos tiempos de novelas históricas y textos de autoayuda. En plenos fuegos artificiales, enfilando ya el desenlace, es imposible no acordarse de Paterson, el humilde poeta amateur de lo cotidiano que nos presentó Jim Jarmusch la pasada temporada. No caben dos aproximaciones más dispares al hecho poético y sus aledaños. Bardem construye un vate romántico, aspirante a la inmortalidad y marcado por su creencia de haber sido elegido.
Sumergidos en una historia clásica a retazos que es ante todo una propuesta estética, se deslizan algunas incongruencias para los amantes o obsesos por la verosimilitud. Por ejemplo, la cantidad de ejemplares que Él ha debido despachar de sus poemarios para disfrutar de semejante mansión. Por ejemplo, el que a su fiel y admiradora esposa, y albañil, y fontanera, se la denomine “Inspiración”, siendo como es una musa en barbecho hasta que hace honor al nombre oficial del personaje.
Y si todo esto no es suficiente, o demasiado excesivo, quedémonos únicamente con Michelle Pfeiffer. Un regreso a lo grande que da miedo, mucho miedo.