De vez en cuando los
mosquitos siguen picando en octubre, y una película nos refresca el
manoseado concepto de “cine de autor” y la imposibilidad de
juzgarlo con los mismos parámetros que a las sagas de sustos
palomiteros. El estreno de Madre!, traducción sorprendentemente
literal para un país acostumbrado a los títulos explicativos, no
defraudó las expectativas de los que sabían con quién se jugaban
los cuartos. Una de terror manufacturada por el autor de Réquiem por
un sueño y Cisne negro, que ya eran en sí mismas retratos de vidas
terroríficas. Sí defraudó a los que desconocían la imposibilidad
de la equidistancia con Darren Aronofsky.
Sin embargo, no es
positivo que una historia necesite de tantas exégesis previas y
posteriores por parte de su creador y de sus seguidores, acérrimos y
apasionados sin necesidad de banderas. Fracasados los intentos de
sinopsis sin desvelar los giros argumentales, hay en la blogosfera
interpretaciones para todos los gustos y niveles. Bíblicas,
panteístas, biográficas. Que los personajes carezcan de nombre
invita a entender la película como una gran y enloquecida alegoría,
dentro de la que uno puede focalizar en el que más guste o repela.
Es muy sugerente que Él (HIM), interpretado milimétricamente por
Javier Bardem, sea poeta. Un poeta que recorre todas las fases de la
creación poética, que experimenta epifanías, arrastra masas y cura
almas con su palabra. Algo anacrónico en estos tiempos de novelas
históricas y textos de autoayuda. En plenos fuegos artificiales,
enfilando ya el desenlace, es imposible no acordarse de Paterson, el
humilde poeta amateur de lo cotidiano que nos presentó Jim Jarmusch
la pasada temporada. No caben dos aproximaciones más dispares al hecho poético y sus aledaños. Bardem construye un vate
romántico, aspirante a la inmortalidad y marcado por su creencia de
haber sido elegido.
Sumergidos en una
historia clásica a retazos que es ante todo una propuesta estética,
se deslizan algunas incongruencias para los amantes o obsesos por la
verosimilitud. Por ejemplo, la cantidad de ejemplares que Él ha
debido despachar de sus poemarios para disfrutar de semejante
mansión. Por ejemplo, el que a su fiel y admiradora esposa, y
albañil, y fontanera, se la denomine “Inspiración”, siendo como
es una musa en barbecho hasta que hace honor al nombre oficial del
personaje.
Y si todo esto no es
suficiente, o demasiado excesivo, quedémonos únicamente con
Michelle Pfeiffer. Un regreso a lo grande que da miedo, mucho miedo.
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