¿Black Mirror, o realidad? podría ser el título de una de las pruebas tontorronas con las que El Hormiguero asaetea a sus invitados. Porque, ¿cuándo dejó de ser Black Mirror el espejo siniestro donde mirábamos nuestro futuro inmediato? ¿No sin algo de ingenua confianza en un golpe de timón que nos alejara? Pudo ser en el metro, el día en que nos dimos cuenta de que todos nuestros compañeros de vagón, todos, se entretenían mirando el móvil. O cuando entramos en Facebook y la publicidad ofrecida tenía relación con las últimas búsquedas en Amazon. O cuando nos rendimos al íntimo placer de puntuar a los demás por su apariencia y conducta y a la ansiedad por ser puntuados.
El caso es que la invención de Charlie Brooker hace tiempo que ya no encaja en la definición de distopía. 1984 tardó decenios en replicar a Orwell. . En este caso, la realidad ha alcanzado a la ficción en menos de un lustro. Y no es un demérito para Netflix, que responde con orgullo “ya lo dije primero” cuando Pizza Hut tuitea la próxima llegada de los vehículos autónomos de reparto que son la mecha que prende “Crocodile”. Y qué decir de la siniestra publicidad de Meetic y su “coach” para encontrar la pareja perfecta, precuela inconfesable de “Hang the DJ”.
Así las cosas, la quinta temporada acerca a la serie a una confortable madurez, con la irregularidad inevitable. Con una vocación nueva de ser cronista del presente y del mañana más literal, los seis episodios siguen proporcionando momentos excelsos y sensaciones perturbadoras. Si el hallazgo de la pasada entrega fue el final feliz de San Junipero, esta vez se prueba con la suave parodia friki en USS Callister, que amenaza con secuela. Pero, sin duda, el concepto clave de la serie 4 ha sido el del “paternidad/maternidad”. En dos vertientes diferentes y complementarias, partes del proceso ambas, e incorporando las ideas y términos más exitosos en las modernas pedagogías.El capítulo 2, “Arkangel”, dirigido por Jodie Foster, y el 6, “Black Museum”, evocan la cruz y la cara de ser padres. La tablet diabólica que censura las vivencias de la hija en Arkangel nos resulta extremadamente familiar en su propósito. La sensación general es que los padres nunca fueron tan sobreprotectores como lo son hoy. Acercando la reflexión a lo que tenemos más cerca, es sorprendente/desazonador/ que la generación patria criada con La Bola de Cristal, cuyas vidas al límite sin cinturón de seguridad se recuerdan con regocijo en Yo fui a EGB, entren en modo ataque cada vez que su retoño se siente importunado; ya sea por un congénere que le hace la zancadilla en el recreo, o por un maestro que anota en su agenda la falta de deberes. El futuro inminente que retrata el episodio está a tres zancadas y da tanto miedo como solía darlo la serie entera cuando era británica.
El último capítulo de la temporada es una oda a la autorreferencialidad. Un festín para los buscadores de conexiones entre tramas y personajes. Y también un merecido autohomenaje del orgulloso padre de la criatura. El museo de los horrores enclavado en un secarral funciona a la manera de unos grandes éxitos. Hay recuerdos para todas las temporadas, bajo el común denominador de toda la serie: qué pasa cuando la tecnología se nos va de las manos. La audaz adolescente protagonista no dispuso precisamente de una vida filtrada por el artefacto Arkángel.
Black Museum supone un muy adecuado cierre temporal en su interés por recapitular y entretejer detalles olvidados por el amplio margen entre entrega y entrega. Charlie Brooker nos recuerda lo que ha crecido su serie con esta original reinterpretación del clásico álbum de fotos familiar.
Situada ya plenamente en su nicho de comodidad, habrá que seguir atentamente evoluciones temáticas y narrativas. Aún queda capacidad de sorpresa.