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lunes, 9 de abril de 2018

EL CAIRO CONFIDENCIAL (THE NILE HILTON INCIDENT)

En México se inventó la palabra (mordida), pero en el oscuro film de género del sueco Tarik Saleh, la policía egipcia le da un nuevo sentido al enriquecimiento ilícito de servidores públicos. The Nile Hilton Incident no necesitaría la obvia referencia de su título en castellano para emparentar con las más certeras muestras de cine negro contemporáneo. Empezando por su protagonista, un derrotado detective viudo que, a falta de gabardina, luce cazadora de cuero en las aparentemente calurosas noches de enero de 2011, la Primavera árabe al caer y la plaza Tahir a punto de la implosión. En los estertores de un régimen que no sabe que está muriendo, un crimen en un hotel de lujo, poderosos implicados y una testigo en lo más bajo de la pirámide social. La peripecia y el desenlace pueden deducirse, en un entorno contaminado por la corrupción y el abuso de poder. Pero el entorno es nuevo, o lo suficientemente exótico para el espectador del pulcro Occidente. El entorno es nuevo, pero la molicie moral es la misma. Todo tiene un precio, todo se compra y se vende, y si Asuntos Internos llama, no es para hacer limpieza sino para reclamar su parte, y entonces toca esconder el Mercedes en el garaje del cuñado. 
La historia comienza presentando al detective protagonista recaudando el impuesto revolucionario a los comerciantes del centro, muy al estilo Denzel Washington en la poco valorada Training Day. Algo se remueve en su conciencia cuando le cae la resolución del crimen, o la simulación de resolución. Por un momento, puede codearse con el poder, aquí en forma de mejor amigo de hijo de Mubarak, e incluso sacar brillo a su autoridad maltrecha.  
La atmósfera, como corresponde, se va enviciando progresivamente, y mucho tiene que ver el humo permanente del tabaco, erradicado en el actual cine a prueba de ofensas. Todo es desasosiego y oscuridad en las largas caminatas por la capital nocturna, en un continuo insomnio que produce monstruos. 
Paralela al desarrollo del caso, asistimos a una disección de la clasista sociedad egipcia, estructurada en capas tan estancas entre sí como un corte geológico. La infortunada testigo de los hechos es sin duda el destello más original de la trama. Una muchacha sudanesa, "kelly" en el hotel de superlujo, que percibe su salario en mano y cada día, de tal modo que sus empleadores no tienen que molestarse siquiera en conocer su nombre. Nosotros sí. Salwa propone al espectador una excursión al inframundo de la megalópolis, una muestra modélica de chabolismo vertical que disfruta sin embargo de una frágil armonía.  Una miseria en pacífica convivencia que salta por los aires por una decisión desafortunada y un lícito deseo de sacar tajada de la primera ventaja evolutiva que los depredadores ponen al alcance de los inmigrantes africanos. 
Ningún participante en el devenir de los sucesos pasaría un examen de honestidad. En casi todos los casos, mera cuestión de supervivencia. La verdad supura, y compensa los altibajos del ritmo narrativo y algunos subrayados excesivos acerca del peligro que corre Noredin y el trazo grueso de algunos secundarios, gordos, feos y avariciosos. 
Mucho ha llovido sobre la plaza Tahir desde 2011, y más desde el asesinato que inspira la película en 2008. Qué pensarán los revolucionarios, o serán ellos los que acaban de renovar al mariscal Al-Sisi con más del 92% de los votos. 

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