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domingo, 22 de abril de 2018

CONTRA LA LECTURA

CONTRA LA LECTURA (THE SOLITARY VICE AGAINST READING).
Dentro de la contemporánea afición a cierto tipo de ensayo, con la dosis justa de erudición y marcada vocación divulgativa, la siempre original Blackie Books nos trae en español un texto de título provocativo, publicado hace ya diez años por la profesora de Baltimore Mikita Brottman. La traducción recorta el aún más provocativo subtítulo inglés, que según cuenta la autora en el prólogo, ya suscitó reacciones en la época pre-twitter. Así que, para adecuarnos a nuestro tiempo de indignación en 150 caracteres, nos preguntamos lícita y doblemente si “¿Está insinuando lo que creo que insinúa? (Acompáñense de fruncidas de ceño y retuits a las cuentas de la RAE, el Ministerio de Cultura y el Gremio de Libreros).
Que la lectura, como la escritura, es una acción solitaria, puede comprobarse a diario en casa y en el metro. La alfabetización general hizo innecesarias las sesiones de lectura colectiva tan bien retratadas en los Cuentos de Canterbury o el Quijote. Clásicos en toda la extensión del término que se convierten en víctimas colaterales en la última parte de este ensayo.
Que se compare al otro vicio solitario es pertinente. Ambos pueden afectar a la buena conservación del intelecto y de la vista. Pero la indagación comparativa se detiene en la explicación del subtítulo. A partir de ahí, la autora toma la palabra y nos sumerge en un texto más confesional que académico, a un lector al que agarra con firmeza para mostrarle con su experiencia lo peligroso y excitante que puede ser leer, a la vez que intrascendente y aburrido. 
Confieso haber leído con satisfacción la primera parte del libro. Ir a contracorriente en temas de visión única es cansado. Leer que alguien más discute uno de los dogmas más asentados de hoy consuela de la soledad dialéctica. Solo los ignorantes podrían cuestionar la necesidad de fomentar la lectura desde la infancia. Leer es un acto intrínsecamente bueno, no importa qué se lea. La lectura conduce a la felicidad, y ahora que es obligatoria, nuestros gobernantes, al contrario que casi todos sus predecesores, se desviven porque leamos. ¿Te gusta leer? Preguntaban antaño los comerciales del Círculo de Lectores. Quién va a decir que no públicamente. Leer bien implica un ritual que atrae y a la vez aleja a potenciales usuarios. La autora duda de la efectividad de campañas coloridas hechas para estadounidenses, pero desconoce la existencia de un país, España, en el que más del treinta por ciento de los encuestados reconoce sin rubor su único libro leído al año. Queda claro que Spain is different. En esta primera mitad del libro, apenas se notan los diez años transcurridos, en la deconstrucción valiente de fúnebres vaticinios acerca de la supervivencia del lector. Amazon vs librerías independientes, libro electrónico, mercado e industria. Observamos con alivio cómo el Apocalipsis no ha llegado aún, y que nuestra cifra disparatada de novedades editoriales palidece ante la de Estados Unidos. Si parece que se publica todo, por qué rechazan mi novela, se preguntará algún autor por descubrir.
Pero hacia las últimas páginas, el objetivo crítico cambia, desafortunadamente, y el subtítulo adecuado pasaría a ser Contra la lectura (de los clásicos). La heterodoxa académica adopta el muy tradicional rol posmoderno de relativizar la importancia de lo antiguo. Apoyándose en ilustres colegas sufridores del programa de lecturas de Oxford, la emprende con todos, desde los griegos hasta los rusos. Y no queda claro si el tono bipolar es buscado o es fina ironía. Queda claro que Joyce y Cervantes no otorgan certificados de buena conducta, pero es que además son culpables de muchos malos ratos en eventos sociales. Resulta interesante esa raza de intelectuales compasivamente dibujados que ha de fingir que han leído lo que no han leído, acechados por el síndrome del impostor. Puede haberlos, en un circuito bastante acotado. Las señoras engatusadas por Christian Grey no necesitan demostrar por qué le prefieren a Stephen Dedalus. Y no. No se manda leer el Quijote a niños de doce años. Pero sí se les deja con sagas juveniles de mensaje ultraconservador, dentro de un bloque curricular denominado “Educación Literaria”.
Además de la muy estimable bibliografía, hay que destacar la excelente traducción de Lucía Barahona, que evita el posible desfase con la publicación original con notas propias y un visible interés por hacer partícipe a la autora.


 Mikita Brottman: Contra la lectura. Blackie Books. 2018. 166 páginas.

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