CONTRA LA LECTURA (THE SOLITARY VICE AGAINST READING).
Dentro de la contemporánea afición a cierto tipo de ensayo, con la
dosis justa de erudición y marcada vocación divulgativa, la siempre
original Blackie Books nos trae en español un texto de título
provocativo, publicado hace ya diez años por la profesora de
Baltimore Mikita Brottman. La traducción recorta el aún más
provocativo subtítulo inglés, que según cuenta la autora en el
prólogo, ya suscitó reacciones en la época pre-twitter. Así que,
para adecuarnos a nuestro tiempo de indignación en 150 caracteres,
nos preguntamos lícita y doblemente si “¿Está insinuando lo que
creo que insinúa? (Acompáñense de fruncidas de ceño y retuits a
las cuentas de la RAE, el Ministerio de Cultura y el Gremio de
Libreros).
Que la lectura, como la escritura, es una acción solitaria, puede
comprobarse a diario en casa y en el metro. La alfabetización
general hizo innecesarias las sesiones de lectura colectiva tan bien
retratadas en los Cuentos de Canterbury o el Quijote. Clásicos en
toda la extensión del término que se convierten en víctimas
colaterales en la última parte de este ensayo.
Que se compare al otro vicio solitario es pertinente. Ambos pueden
afectar a la buena conservación del intelecto y de la vista. Pero la
indagación comparativa se detiene en la explicación del subtítulo.
A partir de ahí, la autora toma la palabra y nos sumerge en un texto
más confesional que académico, a un lector al que agarra con
firmeza para mostrarle con su experiencia lo peligroso y excitante
que puede ser leer, a la vez que intrascendente y aburrido.
Confieso haber leído con satisfacción la primera parte del libro.
Ir a contracorriente en temas de visión única es cansado. Leer que
alguien más discute uno de los dogmas más asentados de hoy consuela
de la soledad dialéctica. Solo los ignorantes podrían cuestionar la
necesidad de fomentar la lectura desde la infancia. Leer es un acto
intrínsecamente bueno, no importa qué se lea. La lectura conduce a
la felicidad, y ahora que es obligatoria, nuestros gobernantes, al
contrario que casi todos sus predecesores, se desviven porque leamos.
¿Te gusta leer? Preguntaban antaño los comerciales del Círculo de
Lectores. Quién va a decir que no públicamente. Leer bien implica un ritual que atrae y a la vez aleja a potenciales usuarios. La autora duda de
la efectividad de campañas coloridas hechas para estadounidenses,
pero desconoce la existencia de un país, España, en el que más del
treinta por ciento de los encuestados reconoce sin rubor su único
libro leído al año. Queda claro que Spain is different. En esta
primera mitad del libro, apenas se notan los diez años
transcurridos, en la deconstrucción valiente de fúnebres vaticinios
acerca de la supervivencia del lector. Amazon vs librerías
independientes, libro electrónico, mercado e industria. Observamos
con alivio cómo el Apocalipsis no ha llegado aún, y que nuestra
cifra disparatada de novedades editoriales palidece ante la de
Estados Unidos. Si parece que se publica todo, por qué rechazan mi
novela, se preguntará algún autor por descubrir.
Pero hacia las últimas páginas, el objetivo crítico cambia,
desafortunadamente, y el subtítulo adecuado pasaría a ser Contra la
lectura (de los clásicos). La heterodoxa académica adopta el muy
tradicional rol posmoderno de relativizar la importancia de lo
antiguo. Apoyándose en ilustres colegas sufridores del programa de
lecturas de Oxford, la emprende con todos, desde los griegos hasta
los rusos. Y no queda claro si el tono bipolar es buscado o es fina
ironía. Queda claro que Joyce y Cervantes no otorgan certificados de
buena conducta, pero es que además son culpables de muchos malos
ratos en eventos sociales. Resulta interesante esa raza de
intelectuales compasivamente dibujados que ha de fingir que han leído
lo que no han leído, acechados por el síndrome del impostor. Puede
haberlos, en un circuito bastante acotado. Las señoras engatusadas
por Christian Grey no necesitan demostrar por qué le prefieren a
Stephen Dedalus. Y no. No se manda leer el Quijote a niños de doce
años. Pero sí se les deja con sagas juveniles de mensaje
ultraconservador, dentro de un bloque curricular denominado
“Educación Literaria”.
Además de la muy estimable bibliografía, hay que destacar la
excelente traducción de Lucía Barahona, que evita el posible
desfase con la publicación original con notas propias y un visible
interés por hacer partícipe a la autora.
Mikita Brottman: Contra la lectura. Blackie Books. 2018. 166
páginas.
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