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lunes, 29 de marzo de 2021

NOMADLAND



En Europa esto no pasa. Aquí, las naves de Amazon están confortablemente comunicadas. Sus trabajadores salen en anuncios agradeciendo a la empresa la oportunidad de sus vidas. Viven en pisos con baño y agua corriente, y no tienen que añadir a la sandwichera una botella vacía para orinar porque tienen descansos para eso. En Europa no pasa esto. Igual que cualquiera que haya entrado en un McDonalds continental y en su tierra de origen sabe que no parecen el mismo sitio. En Europa no tenemos tanto espacio para aparcar la furgoneta y vivir a nuestro aire. De todos modos está prohibido, por más que algún youtuber errante de los de financiadme mi sueño de libertad aparente desmentirlo.

Entretanto, una cineasta china educada en Gran Bretaña se erige a lo largo de sus tres largometrajes en la voz más representativa de esa parte de América que se ha arrogado el uso del locativo  y que en Europa menospreciamos por habernos regalado cuatro años de Trump. Chloé Zhao, menospreciada a su vez por el gobierno chino debido a su insuficiente patriotismo. 

De La La Land a Nomadland, el camino de los Oscar es inescrutable. Quizá en otro año menos apocalíptico, este retrato semidocumental que continúa la exploración antropológica de The Rider hubiera seguido la misma senda de reconocimientos independientes y ya. También puede ser que la tendencia de las estrellas a invertir en outsiders fructifique. Por los mismos premios compite Minari, producida por Brad Pitt. En el caso de la obra de Zhao, Su protagonista excelsa Frances McDormand figura también en los créditos de producción. y parece una inversión segura, a tenor de las quinielas que le otorgan su segundo premio a mejor actriz en tres años, el tercero en su carrera.

Al igual que en The Rider, reseñada aquí, https://elninocabra.blogspot.com/2018/10/cine-rider-2017.html,   la óptica del extranjero no es la adecuada para abordar las complejidades de un modo de vida que nos perturba por mostrarnos lo mucho de prescindible que hay en el nuestro. "Fern forma parte de la tradición americana", explica la comprensiva hermana a unos invitados. "Not homeless, houseless", se defiende la protagonista en otro momento de la compasión de una niña. Pero, ¿hasta qué punto el individuo elige la carretera, o el rodeo, o es la familia, el ambiente o el sistema en toda su evanescencia el que le empuja y le convence de que la decisión ha sido suya? 

Sin tomar tanto partido como algunos comentaristas afirman o desean, sí es clarificadora la decisión de contar la historia con una mayoría de nómadas reales, que reproducen en la pantalla su peripecia y circunstancias. Esta decisión creativa fue vertebral en The Rider, cuya sencillez narrativa permitía la ausencia de intérpretes.  Pero en esta ocasión, Zhao necesitaba un profesional capaz de sostener el plano a McDormand. Con este cometido cumple con creces David Strathain, bastante más que un secundario de lujo, bregado como su partenaire en cine, televisión y teatro, premiado a lo largo de décadas.

Y el paisaje, invocador y evocador. La vastedad de las llanuras del medio oeste no es algo que nos sorprenda ya, pero sí su capacidad perenne de atracción. Incomprensible  para el mediterráneo necesitado de mar y para el manhatannita, que observa con desdén un constructo sociológico de calado como el mítico Wall Drug y pregunta a Fern quién podría querer vivir allí. A lo que ella responde que hay sitios peores. No podemos más que asentir, sobre todo si conocemos Manhattan. 

Es curiosa la coincidencia con la otra gran candidata de este año, la anteriormente mencionada Minari, en cuanto a la elección del paisaje como canal narrativo, casi con las mismas coordenadas espaciales. Si allí los ochenta parecen los cincuenta en cuanto a la ausencia de elementos de progreso; en la obra de Zhao la carretera y el automóvil procuran las oportunidades. Más allá de la manoseada Ruta 66, los estados interiores de la Unión disponen de kilómetros infinitos que enlazan praderas, sucesos históricos, parques nacionales, centros turísticos y, ahora, naves de multinacionales. Las panorámicas desde la ventanilla, junto con el piano de Ludovico Einaudi en su eterna partitura, confieren momento de intensa emotividad. Fern escoge dejar su pasado atrás cuando aún era un presente agonizante, y no vemos en ella poses de dama en apuros ni tampoco arrebatos a asociabilidad. Disfruta de su soledad y la adereza con trazos de compañía. Contrariamente a alguno de los errantes, mantiene lazos familiares y aún es capaz de crear amistades. Vivir en la carretera se asume en su completa literalidad. Vivir en el aparcamiento de la empresa, como no pocos cachorros de las tecnológicas en el muy adelantado y liberal (en el sentido USA de la palabra) San Francisco. Y qué decir de los nómadas del transporte público que por allí pululan, gentes con trabajo pero incapaces de pagarse una habitación por mor de los disparatados precios y que pasan las noches dormitando en los asientos de los autobuses nocturnos. Así que menos prejuicios con estos desposeídos contemporáneos. El liarse la manta a la cabeza y apretar el acelerador es sencillo en una nación que ofrece pensiones de birria pero ignora lo que es el edadismo laboral. Casi como Alemania, oiga. 

Las Badlands, la tierra baldía de TS Eliot, tierra de paréntesis en el camino a la California soñada.

Nomadland (2020), basada en Surviving America in the Twenty-First Century, de Jessica Bruder.

Dirección y guion: Chloé Zhao.

Nacionalidad: EEUU

Duración: 108 minutos

Reparto: Francesc McDormand, David Strathain, Linda May, Charlene Swankie, Bob Wells, Gay DeForest, Patricia Grier.

Música: Ludovico Einaudi

Fotografía: Joshua James Richards.

jueves, 4 de marzo de 2021

SUPONGAMOS QUE ES UNA CIUDAD (Y que Scorsese nunca se rio de tal manera)

Primera aproximación: ¿De qué va esto?  Una señora mayor de profesión opinadora conversa con gentes diversas del mundillo artístico norteamericano acerca de la idiosincrasia neoyorquina, con el aplomo y la sorna de un oráculo y provoca las carcajadas de uno de los cineastas más importantes de la Historia del cine. Una tarde noche cualquiera, el espectador de Netflix se encuentra con un documental desenfadado de duración muy razonable creado por alguien que forma parte del canon básico. Pero es poco probable que supiera de la existencia de la otra parte. En ese caso, un interrogante le taladrará las sienes .Cómo es posible que no la conociera antes? ¿Por qué el paquete básico de Viajes El Corte Inglés de cinco días y tres noches no incluye visita a esos clubs decimonónicos tan chulos donde charlan Marty y Fran?¿Por qué en las marquesinas de autobús Nueva York me echa de menos?

Todo lugar mítico necesitaría de su trovador. Un nativo o adoptado capaz de respirar por las branquias de su personaje sumergido por completo en las entrañas del lugar, de subsumirse en una fusión total entre sus sistemas nerviosos, de exhalar en su respiración los vapores de sus alcantarillas. Si ese locus amoenus es una urbe claro, o más que una urbe, como el caso que nos ocupa.

Nueva York, o mejor dicho, su versión reduccionista llamada Manhattan, es la  ciudad con más toneladas de mitomanía acumulada. Con Woody Allen caído en desgracia y abocado a ejercer de guía turístico mercenario de la vieja Europa, es buen momento para descubrir otras voces cuya peripecia vital también ha sido  indisoluble a la de la megalópolis. Hay unas cuantas, pero el señor Scorsese, él mismo una de las más señeras, solo se ríe con Fran. 

Si bien el nivel básico de la Gran Manzana es accesible a todos merced a la fabulosa capacidad mercadotécnica del amigo americano, los siete episodios de Supongamos que es una ciudad, ofrecen un curso intensivo de neoyorquismo, recordatorio muy necesario para los que hemos pasado estos meses repasando con saudade los álbumes de fotos de segundas y sucesivas visitas (en las que no aparecen ya los iconos de las primeras ) y encontramos particularmente irritante el anuncio ese de las marquesinas. Como si fuera verdad. Si por nosotros fuera. El ahora difunto The Village Voice, los clubes de Park Avenue, la majestuosa maqueta que vivía hasta ahora anónima en el Queen´s Museum of Art. ¿Por que no tenía ni idea de eso si fui a Nueva York mis cinco días y tres noches? Porque está en Queen´s.

Así, pues, aceptamos el sucedáneo y nos acoplamos a los andares majestuosos de Frances Levowitz, escritora de corta bibliografía y exitosa creadora de su personaje, conferenciante que llena recintos ( Public Speaking Fran Lebowitz in person!!)",  invitada siempre jugosa en los talk shows de la Costa 
Este, mujer de un millón de amigos y de más de diez mil libros. Desde su primera aparición, cámara sempiterna al lado, sabes que pasarás con ella todo el arco emocional desde la admiración, la pura envidia y el progresivo hartazgo. Porque el estado permanente de mordacidad exige del otro un estado permanente de autodefensa. 

Es transparente el paralelo sincrónico y diacrónico de la historia de la ciudad desde los años 50 y los avatares del personaje, absolutamente parejos. El personaje se imbrica en el aparato de la elite intelectual y artística y se convierte en su cronista privilegiado, primero en medios de prestigio y luego sin intermediarios. Como el dinosaurio, ella siempre estaba allí. En calidad de notaria mayor del reino, Fran da fe de la existencia de toda leyenda que ha pisado la isla, desde Warhol hasta Muhammad Ali. Deleite de entrevistadores profesionales y amateurs (Alec Baldwin, Olivia Wilde), musa de conversatorios con interlocutores dispares (Toni Morrison, Spike Lee), que van conformando el particular puzzle de su personaje público, que no se adivina lejano a la persona. Puede ocurrir que le tomemos un poco de manía, a medida que Fran se delata como uno más de esos habitantes del Upper West Side con sus neurosis, y sus muros de lamentaciones cuando en la tintorería fallan, o cuando es la primera vez que cobras un cheque de cien mil dólares y tienes que rellenar papeles. 

Aún así, reconforta recuperar el mero deleite de una conversación cara a cara, y constatar que lo importante en la vida no es tener piscina , o en su caso, avión privado, sino tener un amigo con piscina, o avión privado, o entradas para el combate del siglo porque se las pasó Frank Sinatra. A La resistencia con ella.