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jueves, 4 de marzo de 2021

SUPONGAMOS QUE ES UNA CIUDAD (Y que Scorsese nunca se rio de tal manera)

Primera aproximación: ¿De qué va esto?  Una señora mayor de profesión opinadora conversa con gentes diversas del mundillo artístico norteamericano acerca de la idiosincrasia neoyorquina, con el aplomo y la sorna de un oráculo y provoca las carcajadas de uno de los cineastas más importantes de la Historia del cine. Una tarde noche cualquiera, el espectador de Netflix se encuentra con un documental desenfadado de duración muy razonable creado por alguien que forma parte del canon básico. Pero es poco probable que supiera de la existencia de la otra parte. En ese caso, un interrogante le taladrará las sienes .Cómo es posible que no la conociera antes? ¿Por qué el paquete básico de Viajes El Corte Inglés de cinco días y tres noches no incluye visita a esos clubs decimonónicos tan chulos donde charlan Marty y Fran?¿Por qué en las marquesinas de autobús Nueva York me echa de menos?

Todo lugar mítico necesitaría de su trovador. Un nativo o adoptado capaz de respirar por las branquias de su personaje sumergido por completo en las entrañas del lugar, de subsumirse en una fusión total entre sus sistemas nerviosos, de exhalar en su respiración los vapores de sus alcantarillas. Si ese locus amoenus es una urbe claro, o más que una urbe, como el caso que nos ocupa.

Nueva York, o mejor dicho, su versión reduccionista llamada Manhattan, es la  ciudad con más toneladas de mitomanía acumulada. Con Woody Allen caído en desgracia y abocado a ejercer de guía turístico mercenario de la vieja Europa, es buen momento para descubrir otras voces cuya peripecia vital también ha sido  indisoluble a la de la megalópolis. Hay unas cuantas, pero el señor Scorsese, él mismo una de las más señeras, solo se ríe con Fran. 

Si bien el nivel básico de la Gran Manzana es accesible a todos merced a la fabulosa capacidad mercadotécnica del amigo americano, los siete episodios de Supongamos que es una ciudad, ofrecen un curso intensivo de neoyorquismo, recordatorio muy necesario para los que hemos pasado estos meses repasando con saudade los álbumes de fotos de segundas y sucesivas visitas (en las que no aparecen ya los iconos de las primeras ) y encontramos particularmente irritante el anuncio ese de las marquesinas. Como si fuera verdad. Si por nosotros fuera. El ahora difunto The Village Voice, los clubes de Park Avenue, la majestuosa maqueta que vivía hasta ahora anónima en el Queen´s Museum of Art. ¿Por que no tenía ni idea de eso si fui a Nueva York mis cinco días y tres noches? Porque está en Queen´s.

Así, pues, aceptamos el sucedáneo y nos acoplamos a los andares majestuosos de Frances Levowitz, escritora de corta bibliografía y exitosa creadora de su personaje, conferenciante que llena recintos ( Public Speaking Fran Lebowitz in person!!)",  invitada siempre jugosa en los talk shows de la Costa 
Este, mujer de un millón de amigos y de más de diez mil libros. Desde su primera aparición, cámara sempiterna al lado, sabes que pasarás con ella todo el arco emocional desde la admiración, la pura envidia y el progresivo hartazgo. Porque el estado permanente de mordacidad exige del otro un estado permanente de autodefensa. 

Es transparente el paralelo sincrónico y diacrónico de la historia de la ciudad desde los años 50 y los avatares del personaje, absolutamente parejos. El personaje se imbrica en el aparato de la elite intelectual y artística y se convierte en su cronista privilegiado, primero en medios de prestigio y luego sin intermediarios. Como el dinosaurio, ella siempre estaba allí. En calidad de notaria mayor del reino, Fran da fe de la existencia de toda leyenda que ha pisado la isla, desde Warhol hasta Muhammad Ali. Deleite de entrevistadores profesionales y amateurs (Alec Baldwin, Olivia Wilde), musa de conversatorios con interlocutores dispares (Toni Morrison, Spike Lee), que van conformando el particular puzzle de su personaje público, que no se adivina lejano a la persona. Puede ocurrir que le tomemos un poco de manía, a medida que Fran se delata como uno más de esos habitantes del Upper West Side con sus neurosis, y sus muros de lamentaciones cuando en la tintorería fallan, o cuando es la primera vez que cobras un cheque de cien mil dólares y tienes que rellenar papeles. 

Aún así, reconforta recuperar el mero deleite de una conversación cara a cara, y constatar que lo importante en la vida no es tener piscina , o en su caso, avión privado, sino tener un amigo con piscina, o avión privado, o entradas para el combate del siglo porque se las pasó Frank Sinatra. A La resistencia con ella.

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