cabra

cabra

lunes, 31 de marzo de 2025

Adolescencia es para tanto.


De unos asombrosos  66,3 millones de visualizaciones en dos semanas se deduce que millones de padres y madres de todo el mundo civilizado han descubierto que quizá visten y alimentan a un monstruo en casa. Gracias, Netflix. Ese era quizá el principal propósito de la nueva mejor serie de la década, y, desde luego, es la única manera de justificar el cuarto y último episodio (perdón, plano secuencia). 

De la puesta en escena y del foco elegido por el muy preciso guion de Stephen Graham y Jack Thorne se deduce también que ningún profesional docente fue consultado acerca del estado de la cuestión. Aunque  en caso contrario, quizá el viscoso protagonismo del centro educativo  del capítulo 2 habría mostrado aún más tintes de pesadilla. Así las cosas, mientras esos millones de progenitores acarrean ahora insidiosas sensaciones de inquietud y desconfianza, otros tantos profesionales de la adolescencia que hasta ahora han sido profetas en el desierto, aguantan la tentación del "ya os lo dije".  Mientras que otros tantos usuarios de redes se afanan en la disección de cada detalle esencial que ha pasado desapercibido para todos menos para ellos, añorando los tiempos en los que hasta los diarios deportivos glosaban la masacre semanal de Juego de Tronos. 

Cabe preguntarse entonces si las cuatro horas necesarias para el visionado de Adolescencia son un gasto o una inversión, sea estética o ética. 

El audiovisual británico hace mucho que ofrece visiones amargas de la vida entre los trece y los dieciocho años. La misma Thirteen, de Larry Clark, Fish Tank, Little Britain en televisión, conforman un combo de audacia formal y sufrimiento existencial anterior al advenimiento de ese llamado Internet 3.0, el de las interacciones, las barbaridades lapidarias y la derrota de la lógica. Pero todo puede empeorar, y la validación virtual obligatoria para sentirse entre iguales se nos ha ido ya de las manos.  La monetización de contenidos, mayor cuanto más escandalosos, lleva a algunos homínidos a grabar y grabarse en actitudes incompatibles con los derechos humanos.  En Inglaterra y en Santander. Entre los aciertos de la producción que nos ocupa, la constatación de otro sentir general docente, e incomprendido en general : la peor edad son los trece, y el peor curso, tercero de eso o equivalente. El debutante Owen Cooper, de esa edad, ha agotado los sinónimos de excelencia interpretativa. De él se ha filtrado incluso el casting. El ya celebérrimo capítulo tres da miedo, mucho, a la vez que es una muestra perfecta de cómo equilibrar cambios de tono y de cómo obtener del espectador la reacción deseada. Los famosos planos secuencia que ha propiciado cierto interés por el lenguaje audiovisual por parte del pueblo llano impactan porque nos agarran del pescuezo y nos obligan a salir y entrar de casas y comisarías, a subir y bajar escaleras de colegios, a atravesar puertas de seguridad, a marcar códigos y a permanecer sentados en una sala de entrevistas esperando el estallido de ira definitivo. La entrevista de Jamie con la psicóloga de rictus imperturbable y con la procesión carcomiéndola por dentro, está salpicada de recordatorios de que este agresor es un niño. "El ¿Te caigo bien"?,  la dulce petición de otro chocolate caliente tras haber arrojado al suelo el anterior, el empecinarse en el "yo no hice nada". Ya en el inicio, más allá de la precisión documental del asalto al hogar y el proceso de detención, es interesante la elección de adulto responsable que hace el chico, reflejo de su búsqueda de referentes masculinos, contrapuesta a la figura de la madre, en proceso de negación y encargada de recordarles y recordarnos que solo es un niño. 

Tan fundamentales en la construcción del relato como los planos secuencia son las elipsis. Cada capítulo retoma desde un determinado y creciente tiempo posterior (un día, unas semanas, unos meses, unos años). El espectador acostumbrado a que se lo cuenten todo, tiene aquí la oportunidad de rellenar los huecos con mayor o menor carga dramática, dependiendo de su estado de confirmación o de incredulidad. Inevitable recomendar la estupenda Mass (2021)para entender mejor la transición al último capítulo.

Y tan fundamentales también son algunos personajes que aparecen brevemente para subrayar la existencia latente de esa bomba ideológica, ajena hasta ese momento a la apaciblemente estresada vida adulto. Ha de estremecer la risotada insensible del compañero de clase al enterarse de la culpabilidad de Jamie. Igual que el acoso sordo al que someten al hijo del inspector, personaje ridiculizado por su ignorancia supina respecto a lo que pasa en su entorno y en su propia casa. Igual que el emocionado apoyo del dependiente de la ferretería. Igual que las menciones a la imperfección de la víctima en cuanto a víctima, en Inglaterra y en Barcelona. 

El choque entre un cerebro aún no completamente formado y el bombardeo ideológico que ataca a través del móvil podría ser uno de los temas transversales de esta historia que, a pesar de su crudeza, es indecisa respecto a lo que quiere contar. Pero le ha gustado a Boyero, y eso es digno de placa honorífica.


domingo, 16 de marzo de 2025

A REAL PAIN

 


Un leve aleteo de esos que aún quedan como chispa de lucidez en esa red social de la que usted me habla alertaba de una extraordinaria circunstancia: los verdaderos protagonistas de dos de las películas oscarizables en 2025 iban a ganar sendas estatuillas al mejor actor/actriz de reparto. Y así se cumplió. Zoe Saldaña, núcleo irradiador de Emilia Pérez, y Kieran Culkin, razón de ser de A Real Pain, segundo largometraje de Jessie Eisenberg, recordado sosias de Mark Zuckerberg en La red social de David Fincher.

Esta ha sido una temporada cinematográfica en la que ha primado (extrañamente) el afán de trascendencia. El ya épico primer plano de The Brutalist y el cóctel al límite de lo digerible de Emilia Pérez satisficieron las ansias de estética de los paladares finos. En una posición intermedia entre el fondo y la forma podríamos ubicar a la desdichada Anora y a sus tres secuestradores rusos que no llegan a ponerle una mano encima, y el lujoso envoltorio que guardaba las intrigas vaticanas de Cónclave.

Y, fuera de competición, A Real Pain, que apuesta por la narración lineal de una trama sencilla y balsámica pero con aristas y capas de las que se va despojando según avanza el viaje geográfico y vital de esos dos primos judíos en busca de sus raíces en Polonia. Se agradece verdaderamente. 

Tal y como ha hecho notar la temporada de premios, el Benji de Kieran Culkin es la columna vertebral de esta reflexión sobre la pertenencia, una radiografía del duelo y un manual acerca del noble arte de la máscara. Alrededor de este treinteañero melancólico pero socarrón revolotea una serie de secundarios dibujados con los trazos precisos para que sus interacciones con Benji perfeccionen su retrato. El director y guionista muestra una generosidad notable al reservarse el papel de David, el primo algo nerd que organiza el viaje y pergeña la coartada del homenaje a su recién fallecida abuela. Dos personalidades opuestas y complementarias, como mandan los cánones. 

El peligro de la lágrima acechante se conjura cada cierto tiempo. La locuacidad y la extroversión de Benji como obvios mecanismos de defensa, y sus diferencias con el paciente guía (Will Sharpe), proporcionan sinceros momentos de comicidad durante el Holocaust Tour, y eso es difícil de hacer. El resto del grupo, inteligentemente heterogéneo y con la exquisita educación que se le supone a ese perfil de viajeros, acoge a los primos y construye una pequeña familia a lo largo de esa semana. Al ritmo frenético de Chopin, y con la cantidad de equipaje justo para correr de un monumento a otro, o salir del tren en la estación equivocada y que los demás puedan acarrearlo a meta, la escasa hora y media de metraje (otra vez, gracias) desemboca en un tramo final de palpitante derrumbe. A la altura misma de la ya célebre secuencia final de Anora. 

Título original:A Real Pain

2024. 82m EEUU

Dirección y guion: Jesse Eisenberg

Reparto: Jesse Eisenberg, Kieran Culkin, Will Sharpe, Jennifer Grey, Kurt Egyawan.

Fotografía: Michal Dymek