El siglo avanza a buen paso, e Internet aún no ha matado a la
televisión como el videoclip mató a las estrellas de la radio. En otros
lugares, quizá la persecución está llegando a su fin, no en España,
desde luego. El público sigue siendo televidente más que internauta, en
cuanto a ficción seriada se refiere. Las webseries nacionales siguen
llevando la etiqueta de la audacia amateur que dan los pocos años y la
necesidad. O llevaban. Hasta que en julio, el universo PS Management
entró en nuestras pantallas, a través de Flooxer, la
plataforma de vídeo auspiciada por Atresmedia. Cuatro capítulos hasta el
momento que han sorprendido por su desvergüenza y su reparto de
bofetadas a todo y a todos los que algo son en el mundillo del
entertaiment patrio. Un jolgorio inédito y concentrado en veinte minutos
de hiperactividad que deja al espectador meditando acerca de Internet y
la libertad creativa. Una historia de personajes que han perdido el
tren de la modernidad, lo que no les causa conflicto psicológico alguno.
Pero como siempre sucede, todo es apariencia. Al igual que los modernos
de los noventa necesitaban horas de peluquería para pasearse como
recién levantados, los padres de la criatura (Javier Calvo y Javier Ambrossi),
han pasado mucho tiempo madurando la idea que surgió, eso sí, en una
reunión de colegas. Alcanzado el éxito teatral con su comedia musical La
llamada, que sigue representándose, han sabido llevar el concepto
“sinergia”, a otra dimensión. La cantidad y calidad de intervenciones
estelares en cada capítulo solo puede entenderse como resultado de una
buena agenda de contactos. En este sentido, Paquita Salas cabe entenderse como una ficción documental. El “basado en hechos reales” se masca en cada una de las tramas.
Pero eso no la aleja de su espectador ideal, al que aspira como toda
obra artística. No es, o parecía ser esta una serie para todos los
públicos. Por las bromas internas, los detalles y las referencias que se
lanzan a una velocidad similar a la de los gags en las comedias de
situación. Este espectador ideal estará al corriente de los sumideros
del gremio, y se reirá cada vez que la representante de actores mencione
“Puente Viejo”. También puede que haya visto algún montaje de Hedda Gabler y haya ido a la difunta Kubik Fabrik.
Recordarán aquella ve que se inventaron toda una vida de glamour
incrustando su efigie con Photoshop. Un espectador cultivado y
concienciado que apoya el derecho de todo niño de pueblo a cumplir su
sueño.
Pero algunos paquiters entregados al juego de desconocer la
periodicidad de las entregas, lo que indudablemente confiere al asunto
más atractivo e intriga, han advertido con cierta desazón un cierto
cambio en el progreso de las tramas. Una evolución, o mejor involución
supersónica que tiene que ver con ellos, los espectadores ideales. El
cuarto y último capítulo emitido es, o parece ser, un atisbo muy precoz
de un cambio de pretensiones. Lo que los estudiosos de la narrativa
audiovisual llaman “salto del tiburón”, o pérdida progresiva de la
verosimilitud en las situaciones. En solo cuatro entregas, el nivel de
metarreferencialidad y de estrellas invitadas, a las que uno imagina
implorando el móvil de ambos Javieres,está resultando inquietante. Quizá
haya que desconfiar cuando los blogs de series comienzan a reseñar la
tuya, o cuando el conglomerado mediático que acoge tu proyecto se
plantea pasarlo a la primera división de su canal juvenil.
Con todo y con eso, Paquita Salas va a seguir sin
despejar incógnitas como la ausencia de declaraciones de repulsa por
parte de la Asociación de Actrices Mayores de Cuarenta , que
inexplicablemente se han dejado birlar el papel del año.
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