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domingo, 16 de diciembre de 2018

THE ROMANOFFS

Es culpa nuestra. Los televidentes del siglo XXI no somos tan diferentes de los lectores decimonónicos. Compramos un universo de historias, personajes, conflictos, apariencias. Lo incorporamos a nuestra mundanidad durante siete años, y al concluir el contrato y proponérsenos uno nuevo, ansiamos que todo siga igual. A tenor de las críticas, El amigo Matthew Weiner se ha topado con el horizonte de expectativas. Aunque parecía intuirlo, visto el reparto de viejos conocidos con los que ha jalonado esta atípica sucesión de capítulos independientes acerca de las tribulaciones de tener, o no tener, alguna molécula de la sangre real más legendaria de la edad contemporánea. Además de la producción fastuosa, que sí remite por momentos a las entretelas de Madison Avenue, es esta una propuesta demasiado irregular. Ocho episodios servidos en plataforma exclusivamente online pero a la vieja usanza, a razón de uno por semana, que se antojan más dispares en fondo y forma de lo que su creador tenía en mente. El propio título escogido para el conjunto, The Romanoffs, nos advierte ya en cierta manera de que nos hallamos ante una cierta dosis de sucedáneo. Como los son los descendientes con doble ff en lugar de la v preceptiva, como así es informada la aburrida consorte de "The Royal We", cuando acude a inscribirse como participante en el crucero temático sobre los ancestros reales de su marido. 
En vista panorámica, comprobamos la diversidad y disparidad de la descendencia real dispersa por el mundo. Este rasgo tan de hoy, la preocupación por reflejar la diversidad, se materializa excelentemente en los marcos más o menos urbanos que dan cobijo a las tramas. París como comienzo, y como final, Londres, la Alemania profunda, la Rusia más profunda, el crucero, Ciudad de México,Nueva York siempre. Mucho afán que, en episodios como "Panorama", se quedan en una mera postal para anglosajones habitada por individuos deambulantes y un recurrente Zócalo huérfano de vendedores niños y limpiabotas. Dentro de esta variedad desigual, son mayoría las tramas sutiles, en las que los setenta y pico minutos de media no pasa realmente nada, muy al gusto de los emuladores de Carver, y justamente por esto, sobresalen en interés las escasas ocasiones en las que el  interés del punto de partida no se difumina al poco o un giro reaviva el devenir mortecino de los personajes. Así comienza el primer capítulo, "The Violet Hour",según el orden propuesto, que escenifica la confrontación entre dos maneras de pensar y de vivir, la americana y la europea, en pugna por el común objeto de deseo y verdadero regocijo de la función, el espectacular piso en pleno centro de París. Los temas subyacentes como la decadencia del señorío, la forzada convivencia con el otro y las hipócritas relaciones familiares palidecen ante los planos semi-secuencia de las habitaciones, como si de un vídeo de agencia inmobiliaria se tratase. A los espectadores de la competición siempre les quedará el consuelo de saber que no podrían mantenerlo. 

Dos episodios más merecen indudablemente un visionado, y podrían de verdad funcionar como películas independientes. El tercero, "House of Special Purpouse", nos regala un fenomenal duelo interpretativo entre Christina Hendricks como estrella en horas bajas e Isabelle Huppert como directora sociópata y un pelín desequilibrada. El rodaje desastroso de una serie sobre Los Romanov es la excusa para que ocurran toda clase de fenómenos poco normales. Brilla la forma, cómo no hacerlo en este contexto, y el fondo no se diluye. 
Pero es el séptimo episodio el más perturbador y el que pone de veras a funcionar el cerebro. Especialmente meritorio dado que el sexto es el más inane de toda la serie. Muchos ni habrían llegado a él. En The End of the Line, el dilema ético que brota en una desolada población rusa nos abofetea sin piedad ninguna y nos sorprende desprevenidos, esperando ya otro muestrario de pequeñas miserias cotidianas. El frío en todas sus facetas es sobrecogedor.  Un dilema de digestión mucho más ardua que el planteado en "Bright and High Circle" y su homenaje a las mujeres desesperadas de Wisteria Lane.
El octavo y último episodio funciona también como final de trayecto, con una ruta circular. De París a París, en una historia de cajas chinas y armarios occidentales que recuerda en estética y construcción a Patrick Melrose, que reseñamos recientemente aquí.
Como es preceptivo en estos tiempos, tenemos arquetipos de mujeres fuertes para elegir, mientras que los hombres se dejan llevar, y embaucar, por muy descendientes que sean. Pero salvo momentos aislados, "fallido" es el adjetivo que encaja mejor para esta antología de seres improbables en en una mezcla improbable de espacios y tiempos. La Gran Duquesa María, única Romanov certificada y residente en Madrid, ya ha dicho que no le ha gustado. 

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